lunes, 3 de octubre de 2016

3 octubre: Sentirse prójimo

Liturgia
          La comunidad de Galacia no fue la más ejemplar de las evangelizadas por Pablo. Pronto se dejó influir por otros “predicadores” que no fueron muy fieles al evangelio, y enseñaron “otro evangelio”. Y de ello se queja y se resiente Pablo: 1, 6-12: Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por amor a Cristo y os hayáis pasado a otro evangelio. Claro que Pablo se apresura a decir que no es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el evangelio de Cristo.
          Y con una fuerza enorme, la que le da ser “apóstol, no de parte de hombres ni por mediación de ningún hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre” (así ha sido el arranque del saludo de esta carta, que se ha omitido en la lectura litúrgica), sigue diciendo: Pues si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado –seamos nosotros mismos o un ángel del cielo-, ¡sea maldito! Lo deja muy claro: el evangelio que recibisteis al principio es el evangelio verdadero. Ni un ángel del cielo puede enseñar algo distinto. ¡Pero ni yo mismo!, dice Pablo. Porque eso distinto caería bajo la maldición. Y lo repite por dos veces.
          ¿Busco la aprobación de los hombres o la de Dios? Sólo quiero agradar a Dios. Por eso os notifico que el evangelio predicado por mí no es de origen humano, ni recibido ni aprendido de hombres, sino por revelación de Jesucristo. He ahí la gran autoridad de la enseñanza de Pablo a aquellos gálatas.

          Lc 10, 25-37 es una de las páginas más importantes de Lucas. Le ha preguntado un doctor de la ley para saber si Jesús está en la ortodoxia de la doctrina, qué tiene que hacer para ganar vida eterna. Y Jesús le devuelve la pregunta: ¿Qué es lo que lees en la ley? Era muy claro, y el doctor de la ley lo recitó de inmediato: el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo (como a ti mismo).
          Jesús no tiene más que decirle: Haz esto y vivirás (tendrás vida eterna).
          El letrado quería aparecer como hombre justo y siguió preguntando para que Jesús le explicara los términos más difíciles… Era fácil comprender el amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser… Pero el amor al prójimo como a uno mismo… Y preguntó: ¿Y cuál es mi prójimo? Aquí Jesús se fue a su pedagogía preferida: la parábola, la historieta, que clarificara la respuesta. Y le presenta esa pieza maestra del herido en el camino de Jericó, a manos de unos ladrones; el paso de gentes “clericales” del Templo de Jerusalén, que pasan de largo, dando un rodeo, para no tener que tocar a un posible cadáver, lo que les hubiera supuesto no poder oficiar en el templo, porque habrían quedado impuros según la ley.
Acertó a pasar por allí un mercader samaritano sin prejuicios religiosos, y fue el que se dirigió al herido, el que lo auxilió de primeras allí mismo, y el que se lo llevó en su propia cabalgadura hasta la posada más cercana del camino, donde lo siguió atendiendo. Y teniendo que marcharse ya, le da encargo y dinero al posadero para que lo cuide y, hasta si gastara algo de más, él lo abonará cuando regrese.
          Ha sido un cuadro prodigiosamente narrado para indicar lo que es la atención al prójimo “como a uno mismo”…, como hubiera deseado el mercader que lo hicieran con él, si él hubiera sido la víctima.
          Y pregunta ahora Jesús al doctor de la ley: ¿Cuál crees tú que se portó como prójimo? Era evidente. Y aunque la historieta humillaba a la ley, y aunque el mercader era un cismático samaritano (que no reconocía la Ley de Israel), tiene el doctor que agachar la cabeza y responder: el que practicó la misericordia con él. Exacto. Esa era la respuesta de cómo la vida eterna se alcanza cuando hay misericordia con el prójimo. O tal como dice Jesús: el samaritano fue el verdadero prójimo del herido. Él se sintió “prójimo” y por eso hizo el bien al desconocido. Ese herido necesitaba ayuda, y el samaritano no duda: él es el más próximo para hacer aquel bien. Y lo hace.

          La conclusión de Jesús es tajante: Pues anda, y haz tú lo mismo. Estaba expresado muy a las claras cómo se gana la vida eterna. Y lo que el doctor tenía que hacer es lo que queda ahí como enseñanza y mandato a nosotros: la práctica de la misericordia…, sentirse uno mismo un prójimo del necesitado y actuar en consecuencia. La misericordia con “el prójimo” es ser uno mismo “prójimo” (próximo) y actuar con esa cercanía.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad12:24 p. m.

    Quien es mi prójimo?Todos los que tienes cerca o lejos y que necesitan tu ayuda. No hay distincion por raza, edad, afinidades políticas, lengua o condición.
    Algo he aprendido:hay que "comparecer" para "compadecer". El samaritano "compareció ""y se "compadeció".
    La palabra amor encierra múltiples formas de ejercerlo: amar, aconsejar, socorrer,sufrir, perdonar y edificar.Si el samaritano fue misericordioso y humano hacia un desconocido ¿de verdad podemos cerrar los ojos y los oidos ante tanta necesidad qua azota el mundo?. San Juan Crisóstomo despues de aconsejar que no indaguemos por qué otros no lo hacen y pasan de largo nos dice:"Cúrale tú y no pidas a nadie cuenta de su negligencia. Si encontrases una moneda de oro, a buen seguro que no pensarías ¿por qué no la ha hallado otro? Al contrario, correrías a tomarla cuanto antes. Pues has de saber que cuando encuentras a tu hermano herido, has encontrado algo que vale más que un tesoro:el poder ayudarle".

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