lunes, 10 de octubre de 2016

10 octubre: Piden un signo

Liturgia
          Continúa la carta a los gálatas y en ella el intento de Pablo de hacerles ver a los destinatarios que el verdadero evangelio es el que él les predicó y no el que los judaizantes les han pretendido meter. El evangelio auténtico se fundamenta en Jesucristo, que ha traído la libertad y la salvación; los judaizantes les quieren llevar al terreno de que sean ellos los que se esfuercen en salvarse a base del cumplimiento de sus leyes y la puesta en práctica de sus obligaciones. Es decir: no libres sino atados por las cadenas de la esclavitud a la ley.
          Para ello recurre hoy a una disputa del tipo de las escuelas rabínicas, que haciendo pie en un hecho histórico, sacan unas consecuencias de profundidades religiosas. Gal 4, 22-24. 26-27 trae el caso de Abrahán. Su esposa es Sara y es estéril. Agar es la esclava, a la que Abrahán se une para poder tener hijos. Pero naturalmente el hijo de Agar es esclavo, no es hijo en plenitud de derechos. Y Sara, a pesar de su esterilidad, concibe un hijo por la promesa de Dios, que interviene para dar descendencia a Abrahán. Ese hijo de Sara es hijo libre, hijo que depende del favor de Dios, del regalo de Dios, de la promesa de Dios.
          Ambas mujeres –dice Pablo- representan a los dos testamentos: el Antiguo, en Agar, esclavo de las leyes. El nuevo en Sara, libre y dependiendo del regalo de Dios. Es el que ha traído Cristo, por el que somos salvados sin intervención nuestra (porque nosotros, caídos, no podíamos hacer nada en nuestro favor; necesitamos ser levantados de nuestra postración. Y fue Cristo quien nos levantó por su muerte y su resurrección gloriosa).

          En Lc 11, 29-32 Jesús se lamenta de aquella generación… Pide un signo… Con tantos como ha dado Jesús a lo largo de su vida pública. No les han bastado. Piden ahora “un signo”, como si con ese último signo fueran a creer. Y Jesús ya no va darle más signo que el de Jonás. ¿Y a qué signo se refiere Jesús en este texto de Lucas? A la predicación de Jonás, que obtuvo la conversión de Nínive. Fue el signo de la palabra profética, de la fuerza de aquella exposición lo que acogieron los ninivitas y les bastó para hacer penitencia de su pasado y entrar en una nueva situación de paz.
          Y les dice Jesús a aquellos que le piden el signo: Cuando Salomón, la reina del Sur vino atraída por su sabiduría. Pues ahora vendría otra vez y condenaría a esta generación, ¡porque aquí hay uno que es más que Salomón! Y los habitantes de Nínive se levantarían contra esta generación porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, ¡y aquí hay uno que es más que Jonás!
          Jesucristo es el gran signo. Su vida y su obra son la gran demostración de su verdad. Y su verdad es la salvación que trae el Mesías de Dios, que se prolonga a través de la Iglesia, ahí donde se hacen patentes las obras de Jesucristo y el proyecto de Dios.

          Pero yo me quedo mirando a nuestra actual generación, también pervertida, que quizás ya ni pide signos porque se ha situado tan al margen del planteamiento evangélico. El proceso ha sido el del “escándalo” sobre la Iglesia. Y de ahí se ha seguido el abandono del mismo Cristo Salvador.
          La verdad es que –ya sin mucho remedio- no supimos darle una visión amable y ejemplar de la Iglesia. Quizás nos detuvimos demasiado en las ramas y no fuimos al tronco. El hecho es que aquella imagen de la Iglesia les produjo repulsa. Y como detrás de esa Iglesia estaba Cristo, con el rechazo de la Iglesia vino la ignorancia sobre su Fundador. No conocieron al Cristo del Evangelio. Lo que se les dio fueron muchas formas externas, y eso no convenció, no atrajo. Y se quedaron sin Cristo, y se quedaron sin nada. Esa es la generación amplia de nuestro tiempo.

          Quiere decir que el gran signo que hoy tenemos que recuperar es a Cristo, al Evangelio, al Reino que trajo Jesús. A la predicación de estilo Jonás, incisiva, convincente, veraz… A la ejemplaridad de Cristo, al que nadie puede argüir de pecado… Lo que se nos está pidiendo es una actitud muy firme de sinceridad, de verdad, de santidad, a la que somos llamados por nuestro bautismo y nuestra fe, por nuestras convicciones. Y porque nos formemos también con “sabiduría cristiana”, para dar la nota como aquel Salomón que hizo admiración, a quien vino la reina del sur… ¡Y aquí hay uno que es más que Salomón!

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