martes, 11 de octubre de 2016

11 octubre: La libertad de Cristo

Liturgia
          Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”. (Gal 4, 31-5,6). Esa es la tesis fundamental que Pablo defiende ante los fieles de Galacia. Y a eso está dirigiendo toda su carta que ya, en sus primeros compases, afirmó que la palabra de Dios no está encadenada. A mostrar esa diferencia entre la ley judaica y la fe cristiana está argumentando toda la carta, ante aquella intromisión de los judaizantes que se han metido por medio y han trastornado la enseñanza que Pablo les había trasmitido: el evangelio de Jesucristo, frente a ese “otro evangelio” (que no es evangelio) que le han mostrado los partidarios de la circuncisión.
          Y a ese punto concreto de la circuncisión dirige este párrafo. La circuncisión era el rito esencial de pertenencia a la religión judía. Por él se quedaba ligado necesariamente a la ley, es decir, al cumplimiento de todas las normas y costumbres judías. Y toda la religiosidad dependía entonces de cumplir esas leyes. La salvación había que “ganarla”, y para ello había que someterse a una serie de exigencias.
          “Para vivir en libertad nos liberó Cristo”. No es ya el esfuerzo humano de cumplimientos de leyes externas, sino que Cristo ha pagado ya por todo. Todo depende ahora de la adhesión a Cristo y de vivir el espíritu que Cristo muestra en su evangelio: para nosotros, la esperanza dl perdón que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues como cristianos, da lo mismo estar circuncidado que no estarlo: lo único que cuenta es una FE ACTIVA en la práctica del amor. Ahí ha dejado concretado Pablo la esencia de lo que quiere renovar en la mente de aquellos cristianos que andas extraviados por otras influencias.

          En Lc 11, 37-41 tenemos a Jesús invitado a comer en casa de un fariseo. Otras veces lo hemos visto invitado en casa de publicanos. Jesús no desdeña a nadie, aunque tampoco se casa con nadie. Y cuando entra en casa del fariseo no pasa por las abluciones rituales que ellos, los fariseos, realizaban como una necesidad de religión. No fue descuido de Jesús. Es que no quería pasar por esos rituales religiosos tan contrarios a esa libertad que él quería poner de manifiesto.
          El Fariseo se sorprende, y de alguna manera debió exteriorizarlo porque Jesús se dirige a él para hacerle ver que ellos están muy preocupados por las acciones externas, y que la verdadera religión está en lo interior. Y como Jesús no disimula lo mal hecho, le advierte al fariseo del error de una religión que se fundamenta en esos detalles exteriores: Vosotros los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. Podía Jesús haber disimulado puesto que era un invitado. Pero Jesús no transige con el engaño y la hipocresía y allí, donde está, en la casa de un fariseo y con los demás fariseos sentados a la mesa, Jesús aborda claramente la situación. Para vivir en libertad nos ha liberado Jesucristo. Y ahí tenemos una muestra de su enorme libertad para desenvolverse en el medio en que está.
          Y lo advierte con claridad meridiana: ¡Necios!, el que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro y lo tendréis todo limpio. “Dad limosna de lo de fuera”. No se estaba tratando de la limosna, ni es lo que Jesús está tocando ahora. Pero es una manera de indicar que lo que vale siempre es lo que sale del fondo del corazón. Y que lo que se va a vivir como religión verdadera es lo que se hace desde dentro. Las abluciones de manos y todo el conjunto de rituales exteriores no tienen fuerza ni valor de salvación. Mientras que lo que sale del alma, de las entretelas íntimas de la fe, libera y purifica: y lo tendréis todo limpio.

          La lección está dada. Y está para nosotros. Lo que vale es lo que llevamos dentro. Bueno o no bueno es lo que nos retrata. No somos lo que aparentamos sino lo que realmente llevamos en el corazón. Y cuando de eso que hay ahí dentro “damos la limosna” [vivimos hacia afuera], entonces estamos mostrando nuestra fotografía más auténtica.

          Insisto mucho en mi labor de confesionario en el valor de la confesión frecuente, siempre que se haga debidamente preparada. Es decir: cuando damos valor a lo pequeño, a lo cotidiano, a “lo familiar. Porque lo que realmente somos es lo que –por lo general- pueden decir de nosotros los que nos rodean y nos conocen en el detalle de cada momento. Ellos, con sus medias palabras, nos hacen un curioso examen de conciencia.

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