lunes, 17 de octubre de 2016

17 octubre: La avaricia

Liturgia
          San Pablo distingue dos períodos muy diferentes en su vida y en la vida de los efesios (2, 1-10): el período en que Pablo y ellos camparon por sus respetos, y el momento en que Dios entra en sus vidas. Lo que eran queda resumido en las primeras palabras: estabais muertos por el pecado cuando seguíais la corriente del mundo, bajo el jefe que manda en esas regiones inferiores: el espíritu que actúa ahora en los rebeldes contra Dios. En ese momento rigen los instintos, la sensualidad, la imaginación, destinados a la reprobación.
          El otro momento empieza cuando Dios, rico en misericordia por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo –por puro regalo suyo- y nos ha resucitado con Cristo.
          Concluye diciendo: Somos, pues, obra suya, Dios nos ha creado en Cristo Jesús para qué nos dediquemos a las buenas obras. Con lo cual nos está diciendo dos cosas que no pueden separarse: de una parte, somos pura gracia y regalo de Dios; somos “hijos de la fe” y somos salvados por esa fe. De otra parte esa fe, precisamente esa fe, nos conduce a las buenas obras. La fe depende de la obra de Dios en nosotros. Las obras dependen de nosotros para responder a la fe. Porque no hay fe sin obras, ni obras que valgan sin la fe

          Un caso muy típico es el que nos presenta San Lucas en el evangelio de hoy (12, 13-21). Pretende uno que Jesús dirima un asunto de reparto de herencia entre dos hermanos. Y Jesús toma inmediatamente distancia del asunto: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Jesús no entre en esos asuntos que deben resolverse a niveles normales de relación entre personas, o con los jueces que están para ello.
          No quiere Jesús que las cosas que son de tema humano, sólo humano, vengan a resolverse con intervención de lo religioso. Lo cual debiera constar a tantas personas que vienen a “la iglesia” para que sean sus representantes los que diriman sus cuitas…, tantas personas que pretenden poner a “la iglesia” de parte de ellos y en contra del adversario de ellos. No debe ser, porque es una manipulación indecente de la religión. Lo mismo que los que toman la religión y la misma palabra de Dios como arma arrojadiza contra el otro. Jesús se desmarca claramente. No es su tema ni él ha venido para eso. Ni la Iglesia y sus representantes están para eso.
          Y entonces Jesús deriva la cuestión a algo que es más de fondo: la avaricia, por la que cada cual desea poseer más y piensa que así disfrutará más. Y apoya su respuesta en una parábola, ese modo que le era tan familiar, con el que ilustraba sus explicaciones. Aquí se trata de un rico que ha obtenido una gran cosecha, y para almacenarla derriba sus graneros y construye otros mayores. Y entonces almacena su grano y se da por satisfecho porque ya tiene para vivir tranquilamente su vida, sin ocuparse en otra cosa que comer y divertirse. Y Dios le dice: Necio, esta noche te van a pedir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?
          La avaricia de aquel ricachón no le va a servir de nada. Ni le sirve a nadie: Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico para Dios. La avaricia sólo mira la ventaja personal, el tener y el disfrutar, y todo le parece poco. Y como la riqueza conduce a la avaricia, el rico acaba viendo que se le va de las manos todo lo que almacenó, y no precisamente para hacer el bien.
          Yo quiero siempre hacer una ampliación del tema “riquezas”, porque somos capaces de sentirnos pronto desligados de la parábola y de la enseñanza porque nosotros no poseemos esas riquezas. No somos ricos. Y sin embargo podemos no ser ricos para Dios cuando nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestro orgullo, nuestro YO, nuestro amor propio. (Y “propio” revela posesión). El orgulloso podrá no tener graneros repletos de trigo pero tiene un almacén de egoísmo, de engreimiento, de hacerse el centro de todo, de pretender llevar la razón en todo. Y evidentemente está tan encerrado en sí mismo que no le queda tiempo para alcanzar sus riquezas en lo que toca a Dios. El egoísta se basta a sí mismo, se las cuece todas a favor suyo y reparte culpas alrededor, de las que él se considera indemne. Dios no tiene ahí cabida porque ese egoísta está muy lleno de sí mismo y no deja espacio para que nadie ni nada entre en su mundo.

          También, pues, hay otras formas de avaricia a las que Jesús se está refiriendo en la parábola, en la enseñanza y en ese advertir que él no ha sido nombrado para dirimir esas cuitas que plantean los temas puramente humanos.

1 comentario:

  1. ¿Qué hacemos de nuestra vida? ¿Pensamos un poco en los demás?. Es un grandísimo error atesorar riquezas para uno mismo sin pensar en ser rico para Dios. El Evangelio nos remite a la historia del hombre que ha tenido una buena cosecha, puro retrato del egoísta que piensa sólo en sí mismo y en su goce inmediato. La mejor manera de ser ricos a los ojos de Dios nos la retrata la existencia humana de Jesús que "no tenía en donde reclinar su cabeza". Él nos enseña las obras de misericordia para con los necesitados.

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