sábado, 3 de octubre de 2015

3 oct.: Una nueva manera de ver

Liturgia
          Baruc hizo ayer al pueblo un examen de conciencia. Dejó al pueblo con esa reflexión para que rumiara. La liturgia se detuvo ahí para hacernos a nosotros mirar la parte que nos corresponde en un examen personal de nuestras actitudes, y no pasar de largo como quien resbala sobre su propia realidad. Defecto fácil por esas prisas de la vida o porque nos cuesta mirarnos dentro. “No tenemos tiempo” para ese ejercicio de sinceridad, y “llegamos tan cansados a la noche” que ya no hay lugar a ese examen diario. Y así arrastramos un día y otro las misma carencias, la misma “ignorancia” de lo que realmente hay dentro de nosotros en el transcurso de un día y de un tiempo.
          Hoy (4, 5-12. 27-29) da un paso adelante, sin quitarle hierro a lo que dijo ayer. Sigue siendo verdad que llevamos encima el peso de nuestras culpas, que nos cierran la visión de Dios. Pero la solución no es el desánimo, los golpes de pecho y el culpabilizarnos. Reconociendo nuestra realidad (la que nos da un examen de conciencia objetivo, serio y responsable), lo que ahora nos toca es el ánimo, porque llevamos en nosotros el nombre de Dios; ánimo, hijos: gritad a Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño. Él os mandará el gozo eterno de vuestra salvación. [Todo eso sigue envuelto en la idea de entonces de un Dios que “se cobra” la deuda que el pueblo se ha adquirido por sus pecados, y por esa idea de que todo procede de Dios, incluso los males que han de padecerse. Pero “Dios que manda la desgracia, manda también el remedio”.
La idea primitiva no puede entender el mal de otra manera, porque cuanto sucede en el mundo tiene que estar bajo el control del Dios supremo. Entonces concluyen que el mal es enviado por Dios, que a continuación aplica la venda a la herida.
Cuanto más afina el estudio teológico, menos admisible es un Dios que envía el mal, pues es una contradicción básica que Dios –la BONDAD substancial- realice el mal. El mal viene por otros caminos. Y Dios es quien sabe “leer” el mal que sucede en la vida, y lo dirige hacia el bien, porque esa es la acción propia de Dios.

          Lc. 10, 17-24 narra el regreso de aquellos 72 discípulos que Jesús envío de misión por los pueblos y aldeas, preparando la llegada del Reino de Dios que ya está cerca. Aquellos hombres –hombres el pueblo- vienen admirados y eufóricos porque los demonios se les sometían. Sabían ellos muy bien que la fuerza diabólica dominaba a los posesos, o que las enfermedades “incurables” quedaban fuera de la ciencia de los médicos (y se atribuían al demonio). Pues en su misión, ellos han podido dominar la fuerza del demonio, y lo han echado, o han curado a los enfermos sin remedio. Y emocionados, lo cuentan a Jesús, como el no va más.
          Jesús, sin embargo, les eleva el pensamiento y les hace caer en la cuenta de que hay algo más grande todavía: que sus nombres están escritos en el Cielo. Grand es el poder de echar al demonio. Pero más grande es ese abrazo de Dios hacia ellos, que han hecho la obra de Dios, haciendo la voluntad de Dios. [Ante las personas que vienen con la carga de sus fallos, y que encuentran la paz con la confesión y con haberse quitado la carga de encima, yo intento abrirles una luz más importante: lo que ahora importa es mirar hacia adelante. Y no sólo con el propósito de “no pecar” sino con el deseo de agradar a Dios. ¡Es mucho más grande! ¡Es mucho más atrayente! El “no pecar” es un planteamiento en términos “negativos”: “NO pecar”. Lo que intento abrir cauce es a algo muy constructivo: vivir ahora la vida con un objetivo POSITIVO: agradar a Dios, que es algo que abre horizonte y que no tiene un límite corto e inmediato: abarca la vida. ¡Y eso sí que es un propósito rico y enriquecedor.

          Y Jesús se emociona ante aquella nueva realidad y da gracias y alaba al Dios del Cielo, porque esas cosas las entienden los sencillos. Así le ha parecido mejor al Dios del Cielo. Los engreídos, los sabelotodo, los pagados de sus ideas (religiosas), no pueden entender. Están muy aferrados a los que supieron y no quieren bajarse de su propio entender. Los sencillos tienen el corazón abierto para aprender y aceptar una nueva visión de las cosas. Y el Padre lo revela a través del Hijo, y el Hijo lo revela a quienes quiere revelarlo. Es evidente que Jesús quiere abarcar al mundo entero. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis; lo que muchos profetas quisieron ver y no pudieron. Estos discípulos están viendo la novedad del Reino de Dios.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad4:09 p. m.

    Los discípulos manifiestan su alegría cuando vuelven de predicar y le cuentan a Jesús las cosas que habían hecho.Tambien Jesús manifiesta su gozo con su acción de gracias al Padre con las palabras que leemos en el Evangelio de hoy: YO TE ALABO PADRE,SEÑOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA.............."
    La alegría nace del amor.Cuanto más grande es el amor mayor es la alegría. Dios es AMOR y la santidad es amar.Por eso un discípulo de Cristo no puede estar triste,aún en medio de las adversidades que atraviese Se ha escrito con verdad,que " un santo triste es un triste santo ."
    Las personas más alegres son las que están más cerca de Jesús.Y aquí ponemos a María a quien saludamos como "causa de nuestra alegría,.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!