viernes, 2 de octubre de 2015

2 oct._ Examen profundo de sí mismo

Liturgia
          Hoy pasamos al profeta Baruc (1, 15-22). Hace un examen de conciencia de aquel pueblo, y un examen que descubre las múltiples flaquezas en que ha incurrido: desobedecimos a Dios no siguiendo sus mandatos… No hemos hecho caso al Señor nuestro Dios, que nos hablaba por medio de sus enviados, los profetas. Todos seguimos nuestros malos deseos, sirviendo a dioses ajenos, haciendo lo que el Señor reprueba. Todo eso no ha acarreado desastres, por cuanto que nos destruimos a nosotros mismos y nos atraemos desgracias. Es que no se hace el mal sin que tenga consecuencias, pues el mal siempre lleva una semilla destructora. El hombre acaba por volver esa idea sobre Dios, como si fuera Dios quien envía esas desgracias. Pero la realidad es que el obrar mal lleva siempre consecuencias en la vida de la persona y de los pueblos que se autodestruyen.
          La liturgia del día no ha aportado soluciones. Se ha quedado en poner delante el examen de conciencia, y no ha aterrizado en alguna recomendación o exhortación. A mí me parece que muy intencionadamente, porque no se trata de aplicar fórmulas desde fuera cuando se le ofrece a alguien unas pautas para examinar su vida. Lo primero que hace falta es que esa persona, esa nación, ese pueblo, recapacite y haga suyas las enseñanzas que se le han dado. Que las acepte y las digiera. Y que rumiando sobre ellas, genere en su mismo interior las reacciones que  le lleven a enfrentar su propia realidad.
          La experiencia en el trato con almas deja patente que no son las cosas que se orientan desde fuera las que ayudan a cambiar. La persona interesada necesita interiorizarlas, y sólo cuando llega a sentirlas como “descubrimiento” propio, llegan a tener una eficacia y llevan a unas decisiones prácticas. De lo contrario, el sermón no ha servido para nada. Rebota en las almas que, a los sumo, piensan “lo bien que aquello le viene a otro…”
          Jesucristo remacha el clavo ante aquellas ciudades impenitentes –Corozaín y Betsaida (Lc 10, 13-16)- en las que Jesús ha volcado enseñanzas y acciones salvadoras, y sin embargo no han salido de sus propios fallos. Jesús llega a decirles que si en Sodoma y Gomorra –ciudades proscritas del Antiguo Testamento- se hubiere hecho lo que se hizo en Corozaín y Betsaida, hubieran hecho penitencia…, hubieran cambiado, hubieran salido de su pecado. Sin embargo esas ciudades por las que pasó Jesús –Cafarnaúm incluida- no han cambiado para nada.
          Se le viene a uno a la cabeza la parábola del sembrador, con las semillas cayendo al borde del camino, pisadas por la gente, comidas por los pájaros…, estériles y sin fruto. Y no deja de evocarse aquí ese discurso de Baruc que trata de mover al pueblo a un examen de conciencia, porque sin ese examen personal, no habrá acogida de la Palabra de Dios. Escucharemos mil veces las mismas cosas y –sin advertirlo- tendremos puesto el impermeable. Quien rechaza o no escucha la Palabra de Dios, rechaza o no escucha a Jesús; rechaza o no escucha a Dios. Así concluye Jesús este discurso. Lo dicho: no basta oír, gustar, admirar, emocionarse con la Palabra de Dios. Hay que escuchar, que ya es un eco interior de esa Palabra, que tiene que tocar profundamente y dar su fruto en la vida real de la persona.


          Hoy es la fiesta litúrgica de los ángeles de la guarda, esos espíritus de Dios que tienen asignada a cada persona, a cada pueblo, a cada nación o continente… El ángel de la guarda que tiene esos dos ojos con los que –con uno- mira a Dios, y con el otro mira a quien tiene encomendado. El ángel de la guarda que trasmite secretamente a la persona, a los pueblos…, esa Palabra y obra salvadora de Dios, y extiende sus alas para protección; que trasmite íntimamente deseos de Dios para la seguridad y bien del encomendado. Solemos representarlo como el cuidador de los niños, y el mismo Jesús habló del ángel protector mientras tenía un niño junto a sí. Es la manera de presentar la fuerza de la protección ante la mayor debilidad, ante la mayor impotencia. Pero la acción protectora del ángel de la guarda se extiende a todos. Cuantos buenos impulsos hay en nosotros, cuantas inspiraciones nos tratan de alejar de un peligro –de cualquier clase-, cuanto vivimos y hacemos, están siempre bajo la mano del ángel de la guarda, “instrumento” del que se vale el propio Corazón de Jesús para realizar su obra de salvación y amor sobre cada persona, cada pueblo, cada nación.

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