martes, 9 de junio de 2015

9 junio: La ciencia de construir

La ciencia de Jesús
          Pablo no quiso saber otra cosa que a Cristo crucificado. Tuvo de quién aprender: Jesús deseó ardientemente comer aquella Pascua de su Pasión. La ciencia de un verdadero cristiano es la Palabra de Dios.
          La ciencia y la fe se dan la mano y se complementan. Lo que no existe es una ciencia verdadera que ignore el mundo del espíritu. Ni hay una fe verdadera que ignore ese mundo que tiene delante. Yendo de la mano, ambas esferas se ayudan.
          El Corazón de Jesús vivió la vida real. No huyó de los conocimientos de su tiempo. Los usó como elementos de sus enseñanzas. Miró fijamente las cosas más nimias y les sacó enseñanza. Así el cristianismo fue elemento constructor de una cultura profunda que está ahí a la vista en el que fue mundo cristiano.

LITURGIA DEL DÍA. La mística de construir
          Hoy se aúnan las dos lecturas en un mismo aspecto y enseñanza: Lo que importa es “el Sí”, “el ser sal” “el ser luz”. Jesucristo se define a sí por su actitud de “SÍ”, o lo que es igual: por ser el AMÉN de Dios. Y “amén” es un sí con connotación de fe. Todo lo que sea aunar fuerzas hacia el “SÍ”, es de Cristo. Todo lo que es destruir, escandalizar, crear mal “rollo” con un “no”, una cadena de “noes”, es contrario a Cristo, a la fe cristiana, al sentido de Iglesia, a la fraternidad.
          Por eso es el dicho de que “la ropa sucia se lava en casa” y “no se dan tres cuartos al pregonero”. Se trata de vivir en la mística del Sí, de la buena fe, del proyecto de construcción.
          “Sois la luz del mundo” es una imagen muy positiva. La luz se enciende para iluminar; para ponerla en el candelero como luz que llegue a todos los de la casa. Y si puede llegar más allá, y servir de faro para los caminantes de fuera, mejor que mejor. La luz ilumina, aporta, construye, enseña caminos. Cierto que existe la luz negra que desfigura, que oculta, que deja visiones fantasmagóricas, que se emplea para engañar o poner confusión. Pero esa luz es para la farsa del teatro. En el cristianismo nunca se debe emplear esa luz negra que destruye la visión más completa de las cosas. Que pueden tener sus defectos. Pero el defecto a la vista no hace tanto daño.
          “Sois sal de la tierra”. Y la sal está para dos efectos: dar sabor y evitar podredumbre. La sal que sala con el condimento de la bondad, con la limpieza del corazón, es sal que da buen sabor al paladar de Dios. Y al de los humanos. La sal que se vuelve sosa porque en vez de salar queda insípida o incluso caústica, no es la sal del evangelio.
          La sal de que Cristo habla evita que determinadas carnes se pudran. Las penetra, las defiende, las hace gustosamente comestibles. Cuando hacen ese efecto, estamos hablando de la sal que Cristo pide para los suyos.

          La sal añade a la luz que es un elemento penetrativo. No se queda en lo que se ve. Va más allá: lo que no se ve, pero está actuando. Uno percibe los efectos positivos de la sal pero cuando llega a presentarse ya no se ve: quedan sus buenos efectos. “Aquello” está sabroso, está curado. Ahí va Jesús en su presentación del Reino y de los hijos del reino: “vosotros sois…” Nos queda que contrastarnos con estas tres imágenes para saber a qué espíritu pertenecemos. Y el denominador común es CONSTRUIR. ¡La gran ciencia!

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