jueves, 18 de junio de 2015

18 junio: Santos Patronos de Málaga (España)

No he venido a ser servido
          No deja de ser una llamada interior muy clara para que nuestra actitud sea más de servicio que de buscar los reconocimientos de lo que hicimos. Desde el sentimiento profundo de su Corazón, Jesús se lo dijo a los apóstoles: No he venido a ser servido sino a servir y dar mi vida en rescate por todos.
          Y sabía muy bien que era el Maestro y el Señor. Pero lo que hizo fue ponerse a los pies de sus apóstoles para lavárselos y que así tuvieran parte con él. Y la parte “con Él”, con su Corazón, fue la de un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado.
          Sobrepasaba el “amor como a uno mismo”. Ahora estamos llamados al “amor como el del Corazón de Jesús”

SANTOS PATRONOS DE MÁLAGA,
CIRÍACO Y PAULA
          Hoy es la solemnidad litúrgica de los Patronos de Málaga, San Ciríaco y Santa Paula.
          Las lecturas son: Sab 3, 1-9: los insensatos pensaban que la muerte de estos mártires era una desgracias; que cumplían así un castigo, y que morían como un fracaso. Los que confían en Dios saben que era un paso a la inmortalidad y que recibían grandes favores. Dios los halló dignos de sí.
          1P 4, 13-19: estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo. ¡Dichosos por ello, porque el espíritu de Dios reposa sobre vosotros! Sufrir por ser cristiano da gloria a Dios.
          Lc 21, 9-19: Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
          La LECTURA CONTINUA nos lleva hoy a un aspecto de la oración. Ayer se dijo que fuera muy íntima, muy en el interior, donde ve Dios. Hoy nos dice que no necesita muchas palabras. Los paganos emplean palabrería como si Dios necesitara de ello. Y Jesús propone una oración muy rica y a la vez escueta: el Padre nuestro, que encierra todo lo esencial y no necesita de muchas vueltas. Eso sí: orar con el Padre nuestro y pedir a Dios que perdone, pues ya hemos perdonado, está poniendo una exigencia muy importante y hasta condicional: si queremos el perdón de Dios, hemos de otorgar perdones a quienes nos ofenden. Y la mediada de nuestro perdón es la mediada del perdón que recibiremos. Esto es más serio de lo que parece, y obliga a revisar esos perdones nuestros.
          Yendo a otros textos evangélicos, Jesús habla de una oración insistente. (Lc 18, 1). Y pone la parábola de la viuda que obtiene justicia tras insistirle tanto al juez que éste no tiene ya más remedio que escucharla.
          Oración humilde (Lc 18, 9): la del publicano que no se atrevía a levantar los ojos y solamente pronunciaba una oración breve: Ten misericordia de mí, que soy un pecador. No apela a ningún mérito, a ningún “derecho”, al contrario del fariseo que vino a orar con tanta soberbia de hombre que se considera mejor que nadie. Jesús emite juicio y dice que el fariseo no obtuvo nada de su oración. Sí obtuvo todo el publicano.

          Aún añade Lc 18, 15 un dato más: oración como la de un niño, que es plenamente confiada, abandonada. Un niño se acerca verdaderamente porque no recela, porque es un corazón limpio. Pues así hemos de orar nosotros: desde una postura casi infantil ante la paternidad maravillosa de Dios.

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