viernes, 19 de junio de 2015

19 junio: Dar razón de nuestra fe

La oración de Jesús
          Jesús oró. Oró mucho. Oró en momentos dulces y en tiempos amargos. Oró en lo diario y en lo que se presentó como difícil. El Corazón de Jesús, humano y viviendo la plenitud de vida humana, tuvo en la oración al Padre su gran fuerza, su desahogo, su gozo, su necesidad, su llanto y sus alegrías más profundas.
          Cuando los apóstoles le pidieron una oración que les distinguiera como discípulos de tal Maestro, Él les puso por delante lo nunca visto: dirigirse a Dios como Padre nuestro. Había ahí dos puntos distintivos: decirle a Dios: “Padre”, y saber que es “nuestro”, de todos los hijos por igual. Y aprender –a la vez- que las relaciones entre nosotros deben ser de hermanos, hijos de un mismo Padre.

LITURGIA DEL DÍA
          San Pablo “presume” hoy (2Cor 11, 18, 21-30). Otros están siendo escuchados por unos méritos humanos. Y Pablo se yergue y dice: voy a hacer una tontería. Si los demás tienen títulos humanos para presumir, yo tengo muchos más que ellos. Si os encandiláis u os acobardáis los cristianos por esos que tanto presumen, yo voy a presumir más. Y pone por delante ese amplio abanico de méritos que él reúne, por el que es tan digno o más que otros de ser tenido en consideración. Luego concluye que de todos esos títulos, de lo que él presume, en realidad, es de su propia debilidad. Porque en esa debilidad es donde puede encontrarse a Dios.
          Leía yo ese trozo de la carta y pensaba en nosotros, cristianos del siglo XXI, tantas veces acobardados y callados ante todos los gritos y discursos de los enemigos de la fe, y pensaba que nos haría falta hacer como Pablo: si otros hablan y dicen y gritan, nosotros –desde nuestra debilidad de creyentes (que es la fuerza de Dios), deberemos tomarnos en serio una mayor decisión y valentía para defender nuestros valores cristianos, nuestros principios y expresiones prácticas de nuestra fe. Y si es que nos consideramos poco instruidos para dar razón de nuestra fe, se impone por obligación de conciencia coger el CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA y recordar o renovar o formarnos en esos principios de nuestra fe. Que no basta con creer; hay que saber dar razón de lo que creemos.
          El Evangelio –Mt 6, 19-23- es una realidad práctica de esa nuestra fe: No riquezas humanas, que pueden robar los ladrones y comerlas las polillas, sino tesoros espirituales, los que valen en el Cielo. Porque donde tengamos nuestro tesoro, estará ahí el corazón. Y es para pensar dónde tenemos muchas veces nuestros centros de atención, nuestros vanos tesoros afectivos, nuestros temores de perder, nuestro sinvivir porque sospechamos de todo…
          Jesús formula entonces un pensamiento que hay que meditar y examinar dentro de cada uno: el ojo de tu intención, el centro de tu interés, “la lámpara de tu cuerpo” es precisamente el modo como se miran las cosas. Y dice Jesús: si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está enfermo; si tu cuerpo está a oscuras, ¡cuánta oscuridad!
          Según es tu mirada (tu visión de cosas y personas), así eres tú. Y cuando tu visión es recelosa, crítica, negativista, tu vida está en oscuridad. Y entonces, ¡cuánta oscuridad proyectas también hacia afuera!

          Todo esto se puede pasar de corrida o detenerse seriamente a hacer un examen de la propia realidad. Elegimos, pues, entre LUZ y OSCURIDAD. El plato está servido.

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