sábado, 9 de agosto de 2014

9 agosto: La fe verdadera

Fe para mover montañas
             La 1ª lectura de hoy, corresponde a un profeta menor (Habacuc, 1, 12-2,4). Tendría que leerse a dos voces (o a tres) para ser más inteligible: la voz de Dios, la voz del pueblo, la voz del profeta. El profeta se dirige a Dios y le está mostrando las preguntas que se hace el pueblo: ¿No eres tú, Señor, desde antiguo el Dios santo que no muere? Es que el pueblo está sufriendo calamidades… Es que sabe el profeta que Dios tiene los ojos tan limpios que no puede ver tanta injusticia, y permanecer callado ante tantos bandidos. ¿Y en el pueblo hay injustos y bandidos! Y la palabra de Dios responde que Dios es un Dios muy paciente; que dará respuesta en su momento; que llegará y no fallará. Que el injusto tiene el alma hinchada pero que el justo vive por la fe. Que Dios siempre espera, y que aún el injusto puede llegar a ser justo si acaba acogiendo la fe. De ahí que Dios parezca no enterarse de muchas cosas que no quisiéramos que sucedieran… Pero que Dios sigue esperando porque cree en el ser humano y en posibilidad de que acoja sus gracias y ayudas y se abra a lo que es justo.
             Mientras tanto, el Salmo nos lleva a repetir un pensamiento base: No abandonas, Señor a los que te buscan.
             San Mateo (17, 14-17) ha simplificado –según su estilo- la narración del niño epiléptico. Así, sin más. Jesús y los tres testigos de la transfiguración bajaban del Tabor, y ya observaron cierto revuelo alrededor de los nueve apóstoles que habían quedado allí. Un hombre –que ve venir a Jesús- se adelante y le pide ayuda para su hijo enfermo, poniéndole delante rápidamente el “historial clínico” de ese hijo paciente. Se lo he traído a tus discípulos y no han podido hacer nada.
             Sigue una expresión que necesariamente no corresponde al momento, y que debió ser interpolada por algún copista primero, y ahí se ha quedado. La respuesta de Jesús a la angustia y petición de aquel padre, quedaría como una regañina: “Gente sin fe y perversa”. ¿Quiénes era así? ¿El padre? ¿Los discípulos que no pudieron? ¿Las gentes arremolinadas? ¿La enfermedad? La verdad es que la tal frase no encaja por ningún sitio. Por el contrario, Jesús pide que le lleven al enfermo. Y Jesús increpó al demonio, y salió. [El demonio era “la gente perversa y sin fe”? Tampoco pega, porque no ha lugar a esa increpación así. Tanto más cuanto el tal “demonio” era todo aquello maligno que superaba los conocimientos y laos remedios naturales. La epilepsia era la epilepsia; no un demonio, aunque se le atribuyera esa terrible enfermedad].
             Jesús curó al niño. Podríamos añadir: Y se lo entregó a su padre. Mateo ha dejado el suceso así, sin más añadidos.
             El epílogo es la pregunta de los Nueve que no se explican por qué no pudieron ellos, siendo así que sí lo habían podido en sus misiones apostólicas. Otra vez San Mateo se despega de los otros, y Jesús responde que: por vuestra falta de fe. El acento de Mateo está en la fe. De tal modo que con verdadera fe, hubieran podido, como podrían mover una montaña de sitio.
             Bien fácil es que no habla Jesús de un juego que –a base de fe- cambiara la orografía. Bien fácil es ver que la ge no está para ese juego. Pero hay montañas personales que sí que deben ser movidas desde la fe sincera. Nos decimos muchas veces que “tal defecto o tendencia nuestra ya no tiene remedio”…, el famoso “yo soy así”. Ahí es donde apunta Jesús. Al demonio (a toda esclavitud de nuestro YO) se le puede mover desde la fe. Pero ¿de qué fe? Desde la fe profunda que cree y actúa. Desde el no renunciar nunca a una posibilidad y necesidad de cambio. A poner medios eficaces para ello. Desde la honrada mirada al fondo del YO para comprender al sistema “inmunológico espiritual” que hemos desarrollado para quedarnos en la nuestra y buscar las mil razones (falsas razones) para no mover los pies de nuestra loseta (que nos la hemos construido nosotros, y de la que somos capaces de quejarnos o descargar las culpas en algo o alguien, cuando en realidad la “construimos” nosotros mismos, y nos sirve de coartada…)
             Esa es la fe de que habla Jesús, y por eso no pudieron curar al epiléptico, ¡porque no la tenían! Esa es la fe que puede cambiar rumbos y situaciones…, y no cambian en nosotros porque nos hemos cocinado “nuestra fe” a nuestra medida, y entonces nos quedamos a medio camino. Ahora pienso: ¿No estaría ahí empezando a encajar la expresión interpolada: Gente sin fe y perversa? Y alguno dirá: sea que falta esa fe. Pero ¿”perversos”, pervertidos?. Ya he citado alguna vez a un gran hombre espiritual que decía claramente que Dios está harto de los buenos, porque necesita santos; porque bueno es la antesala de ser un perverso. Y el pueblo sencillo lo expresa de muchas maneras: “De los “buenos”, Dios nos libre”; “estamos hartos de la “gente buena”…, etc. Y creo que es una sabia intuición de un pueblo sencillo que no entiende de florituras espirituales, pero capta dónde está la verdad del corazón.

             Pues ahí tenemos a Jesús dándonos la pauta: No pudisteis echar ese “demonio” por vuestra poca fe. Pero a la vez ya advierte que podemos llegar a tenerla tal, que seamos capaces de hacer cambiar de sitio nuestra “propia montaña”. El arte de NO RENUNCIAR NUNCA A DAR UN NUEVO PASO…, aunque sea comenzando por lo más pequeñito.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad9:55 a. m.

    Leyendo esta meditación se comprende facilmente este pasaje evangélico.
    Jesucristo pone esta condición:que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover los montes.Y hay tantas cosas que remover.....en el mundo , en nuestro interior, primero en nuestro corazón! Tantos obstáculos a la gracia! Fe , con obras, fe con sacrificios, fe con humildad.Porque la fe nos convierte en criTuras omnipotentes." Y todo cuanto pidiereis en la oración ,como tengais fe, lo alcanzareis.

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