sábado, 23 de agosto de 2014

23 agosto: Gloria y paternidad

La GLORIA DE DIOS
                Ezequiel 43, 1-7 concluye su profecía con el triunfo de Dios. Vio la Gloria de Dios que venía de oriente -“lugar” de donde procede lo bueno, como el mismo sol que alumbra-  con solemnidad majestuosa (como ruido de aguas caudalosas), en una visión semejante a las que había tenido solemnemente en otros momentos de su visión. Pero esta vez era triunfal: Dios –la GLORIA  de Dios [Kabob]- se posó en el Templo por la parte oriental. Y una voz le llega al profeta: ÉSTE ES EL SITIO DE MI TRONO, donde voy a residir para siempre. Muchas cosas y desagradables han sucedido, pero el punto final es la entronización de Dios PR SIEMPRE.
                La GLORIA DE DIOS habitará en nuestra tierra, nos trae el Salmo 84, y Dios anuncia la paz a su pueblo; la salvación está cerca de sus fieles; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. La bondad marchará delante y la salvación seguirá sus pasos.
                Estoy trasladando todo esto a nuestro momento actual. La Gloria de Dios tiene que manifestarse, puesto que ha venido a asentarse para siempre. Y con Dios en el centro de la historia de este mundo nuestro, ha de darse un giro de 180º. Se impone la paz que Dios anuncia, la salud de un pueblo (que hoy está enfermo), la misericordia y la fidelidad, la bondad-justicia ha de unirse a la paz (en vez de las guerras y violencias), y la salvación sed abrirá camino… Hoy es una utopía, pero lo anunciado por Ezequiel es una Palabra recibida de Dios.
                Jesús y advirtió a sus oyentes [Mt 23, 1-12] y muy en concreto –a propósito de doctores de la ley y fariseos- que éstos están en la cátedra de Moisés. Están siendo los maestros que enseñan y orientan el camino. Están en el lugar propio del maestro que trasmite la Ley. Pero Jesús advierte que una cosa es lo que enseñan, con la Palabra de Dios por delante, y otra lo que hacen y lo que viven. Por eso enseña a las gentes a hacer lo que dicen…, pero no a hacer lo que hacen. Porque en su magisterio hay que seguirles, pero no en su vida.
                Por eso ni los llaméis “maestro”, ni “padre”, ni jefe”, porque el ÚNICO MAESTRO, PADRE Y SEÑOR ES DIOS, y el Cristo enviado por el Padre.
                Asistimos a esos “extremos” en que se sitúa Jesús para rasgar en las mentes de sus oyentes. En claro que un padre es un padre y un amo es un am o, y un  maestro es un maestro. Pero siempre lo son en la medida que reflejan a Dios y a Cristo, que son los MAESTROS, PADRE Y SEÑOR por antonomasia. Y por lo que hay que saber discernir de otros “maestros” que pretenden imponer su “enseñanza”, los que se sienten “señores” para dominar en las mismas conciencias o modos de los que les llegan. Y quienes se “entronizan” en el lugar de Dios, para ser ellos los que consigan de otros la adoración.
                El final de este evangelio es esa coletilla tan típica de Jesús para recalcar la postura del creyente verdadero: que los primeros son los últimos y los últimos, los primeros. Y eso sigue siendo una verdad absoluta y a la vez necesaria. Quienes afloran siempre al primer puesto, ¡malo, malo! Los que se sitúan siempre de “cabecera”, ¡malo, malo! Esos acaban siendo los últimos porque son falsos liderazgos y muchas veces “complejos compensatorios” de alguna carencia.
                Lo que realmente son “Primeros” en su valía y su bondad, no aparecen, o están situados “al final” de la fila. No hacen aspavientos, no se les ve. Son hormiguitas que hacen el bien, que asumen responsabilidades…, pero como si no las hicieran.
                Ni gustan de alabanzas, ni se envanecen por las que reciben (entre otras cosas porque actuaron muy ajenos a ello). Lo normal es que ni afirman ni niegan. Están en otra órbita. Las alabanzas les resbalan o saben en la dirección a que hay que orientarlas. Por eso son auténticos Maestros, y padre y Señores, porque enseñan sin otra finalidad que trasmitir el bien; acogen, protegen y cobijan con cariño de padres; son señores de sí para no dejarse llevar de los vientos que soplan ni a favor ni en contra.
                No contradice todo esto a la palabra de Jesús –esa palabra que algunos toman tan al pie de la letra que la desfiguran- porque Jesús nunca desvirtuó esas expresiones tan dignas. ¿Cómo recordaría Él a sus maestros, y con qué respeto y veneración? ¿No llamó Él a José como “padre”? ¿No trabajó a la orden de jefes y de ellos recibió el jornal para comer y vivir?
                ¿No vamos a recordar nosotros a los maestros que nos enseñaron las primeras letras y nos prepararon a recibir la Primera Comunión, o los que nos han acompañado después? ¿Carece, acaso, de sentido llamar “padre” a quien nos engendra para la vida espiritual y alimenta en nuestro caminar cristiano? ¿No es “señor” quien nos ha ido ayudando a ser lo que hoy somos?

                Yo tengo que confesar que si algo no me gusta es ser nombrado con un “DON Fulano” por delante, porque en lo social tendrá sentido, pero en mi misión y vocación, no. No me considero “maestro”, aunque intento dejar siempre una enseñanza. No soy “jefe”. Pero sí m e siento “padre” porque –como expresa San Pablo” “engendré muchos hijos en Cristo”, y me siento muy feliz con poder seguir realizando esa labor de paternidad espiritual. Que, dicho sea de paso, crea juntamente muchos lazos de afecto y de nuevos compromisos para dar plenitud a la obra comenzada.

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