jueves, 14 de agosto de 2014

14 agosto: Perdón hasta lo heoico

14 agosto: SAN MAXIMILIANO Mª. KOLBE
                Hoy celebra la Iglesia la memoria litúrgica del mártir de Autsvich, San Maximiliano María Kolbe, el religioso profundamente enamorado de la Inmaculada, y detenido y deportado a los campos de exterminio. Ante un compañero de aquel campo, joven, que sufre un ataque de ansiedad profundo por ser destinado al búnker de la muerte, Maximiliano se ofrece en su lugar junto a otros. Con ellos reza incesantemente el rosario, hasta que van cayendo uno tras otro. Y como él sobrevive, le inyectan una substancia mortal. Alguien que revivió el hecho de Jesús, UNO QUE SE OFRECE EN LUGAR DE OTRO para salvar al otro.

                Ezequiel (12, 1-12) se constituye en parábola viviente: Dios le pide que haga su hatillo de fugitivo, a la vista de todos, y salga hacia el exilio a la vista de todos. Es el signo y presagio de lo que ocurrirá a Israel, empezando por su “príncipe” (su jefe en el momento): el exilio, la deportación. Ya he expresado que aquel pueblo entendía de “hechos visibles”, imágenes, y más cuando pretende vivir su rebeldía y no quiere entender. Y así Dios le enseña.

                Simón le pregunta a Jesús (Mt 18, 21-19, 1) hasta cuántas veces tiene que personar a uno que le ofende. Y él mismo –que ya conoce la mente de Jesús, pregunta si “hasta siete veces” (que ya, de por sí, indicaba SIEMPRE). Jesús remacha y le dice que no sólo “siete” sino setenta veces siete, que está llevando al extremo la calidad del perdón que se debe otorgar.
                Y como Jesús es oriental, lo explica con una parábola: el amo que pide cuentas a un deudor y éste no tiene para pagar. El amo da orden de que lo vendan a él y a su familia para resarcirse de la deuda. El empleado ruega y suplica paciencia, porque tiene propósito de pagar. En realidad era una deuda tan alta que el amo opta por perdonársela toda.
                Y sale perdonado y viene a encontrarse con un deudor suyo, al que le viene a exigir el pago de su pequeña deuda. El pobre hombre se echa a sus pies, le pide paciencia, y le pagará. Pero el que había sido perdonado no sabe perdonar y manda a la cárcel a su deudor.
                Los compañeros del pobre encarcelado se lo cuentan a su amo porque están consternados. Y el amo llama al primero, le reprocha su actitud y le retira el perdón concedido. Ahora estará él en la cárcel hasta que pague todo.
                La parábola no es exactamente aplicable paso por paso, pero es bastante elocuente. No es igual a la realidad porque Dios no se retracta de los perdones que ha dado. Pero advierte la condicionalidad del perdón de Dios. Cuando Jesús enseñó el Padrenuestro, dijo: perdona nuestras ofensas COMO nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. O bien, en otro evangelista: PORQUE NOSOTROS YA HEMOS PERDONADO… O sea: el perdón que pedimos a Dios está en función de nuestros perdones a los otros. No es, pues, que Dios se retracta de un perdón ofrecido, sino que ese perdón que Dios nos quiere otorgar está dependiendo de nuestra actitud y capacidad de perdón hasta los setenta veces siete.
                No es de poca monta ni para pasarlo de largo. No se trata de grandes perdones heroicos. Es posible que en las recámaras de nuestra alma existan pliegues que conservan aún recelos suficientes como para poder decir que NO HEMOS PERDONADO SETENTA VECES SIETE… Que más de una vez queda un resabio, un recuerdo que “pincha” cundo se le hace presente… Y que estamos yendo a Dios a pedirle perdón total…, olvido de nuestros pecados y fallos para alcanzar su plena misericordia…, y que en “aquel repliegue” queramos borrar la memoria –no digamos, la presencia- de lo que sigue siendo una “llaga mal curada”. Con culpa propia o sin ella. El hecho es que la “piel rozada” sigue ahí y que se levanta al menor roce.

                Habremos leído y oído setenta veces siete esta parábola. Habremos rezado el Padre Nuestro setenta millones de veces. Y nada raro es que se “acepte”…, PERO… Y en el “pero” aducimos las razones de nuestra herida y echamos abajo la misma clara enseñanza de Jesús. Queda, pues, que purificar ese fondo del alma. Queda que EVANGELIZAR. Porque aunque no se entienda el término y se pretenda tapar con ir dando pinceladas de espiritualidad por otros sitios y personas, evangelizarse (dejarse cambiar por el Evangelio) es el desafío que está al vivo en el momento actual.
                 Esto nos toca a todos sin escaparse nadie, desde el Papa (que intenta realizarlo y lo va haciendo efectivo), a los Cardenales, Obispos, Sacerdotes, fieles, Religiosos… A nuestros muy diversos colectivos que intentamos ser “grupo”, comunidad, ONG, cofradía, hermandad, sociedad seglar o clerical, y todos los etcéteras).

                Sabemos que no es empresa fácil. Ni Jesucristo la pensó tal. Lo ue Jesús nos pide es caminar en esa dirección, y con esa decisión

2 comentarios:

  1. José Antonio12:14 p. m.

    Me viene como reflexión lo permisivo que somos a veces con nosotros mismos y lo suspicaces con el prójimo por los mismos errores. Solemos tener tendencia a autojustificarnos, a buscar excusas a nuestro yo, pero de forma incongruente no perdonamos (ni toleramos) lo mismo en los otros. Y qué decir de ese popular "perdono, pero no olvido"....

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  2. Ana Ciuda5:28 p. m.

    ¡Que dificil resulta perdonar de verdad, de corazón , cuando recibimos una ofensa , humillacion ; decimos que perdonamos, pero siempre queda un rescoldo que humea!
    Este primer deudor de la parábola , somos nosotros mismos que adeudamos tanto a Dios que es imposible pagarle . Sólo podemos adoptar la actitud del siervo , ponernos delante de El y decirle: " Ten paciencia conmigo ; soy insolvente , pero yo te ayúdame tú Señor a saber perdonar, a disculpar y olvidar , así nos acercaremos más a ese Corazon tuyo siempre dispuesto a perdonar por muy grande que sea nuestra ofensa.

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