miércoles, 6 de agosto de 2014

6 agosto: La vida real en el Evangelio

LA TRANSFIGURACIÓN
             Fiesta síntesis de la vida y misión de Jesucristo. En un instante quedan expresadas las dos caras de la misma moneda. Jesucristo es el que ha tenido que corregir severamente a Simón porque Simón ha pretendido apartar a Jesús de la Cruz. Eso no puede sucederte. Y Jesús quiere decirle que eso tiene que suceder. A Él y a ellos y a todo seguidor de su doctrina y su persona.
             La “cruz” es como la otra piel de cada persona. Quiéralo o no –queramos o no- el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, la muerte, la situación adversa…, nos va a sobrevenir a la vuelta de la esquina. Y necio será quien pretenda “acabar” con eso con el sólo intento de ignorarlo. No queremos pensar en una enfermedad, en una limitación, en un dolor físico o moral…, en la muerte… Pero queramos o no, y pretendamos decirnos que no puede suceder eso, ESO está ahí rondando cada instante de la vida de la persona. El remedio no es negarlo ni ignorarlo, ni pensar que se puede vivir sin eso.
             Jesús sube a la montaña alta, ahí desde donde se divisa un panorama más amplio, y allí v a manifestar a sus discípulos que esa realidad del dolor tiene fecha de caducidad. Porque Jesús se les manifiesta en un  flash corto pero intenso como una luz gozosa, brillante, no deslumbrante, en la que se puede englobar la cruz sin que esa cruz lleve veneno. Y así resulta que en lo ALTO de aquel éxtasis, se puede seguir hablando de las cosas que iban a suceder en Jerusalén. Y es evidente que Jersualén era el lugar donde matan a los profetas y donde Jesús ha anunciado que lo matarán a Él. Y todo eso se está hablando allí, entre las luminarias que manifiestan el rostro y la túnica de Jesús. Porque Jesús quiere hacer ver  y comprender a sus tres apóstoles que la cruz no está reñida con la esperanza segura de una LUZ que dominará.
             Los tres apóstoles prefieren quedarse “en la luz”, porque es lindo estar allí, y hasta se quedarían a la intemperie con tal de quedarse en la placidez de aquella altura. ¡Vana ilusión! Por mucha luz que pueda aportarse en la visión de la fe, la cruz seguirá existiendo, seguirá dándose, seguirá acompañándonos. Lo importante estará en que escuchemos al Hijo amado de Dios, que ha venido para hacernos la síntesis perfecta de los dos extremos.
             La voz de Dios les asustó sobremanera a los tres, y se lanzaron al suelo por el temor de morir allí. Pero Jesús les toca, los levanta…, ¡y ya no hay luces ni acompañamientos de personajes! Todo aquello ha sido un lección rápida y profunda: la cruz no debe ser motivo de escándalo. La cruz es sencillamente el pan de cada día. Lo que varía a la cruz es si se pisa o si se besa. Porque al final, sabemos a ciencia cierta, que nos esperan las luces diáfanas de la VIDA. Porque Jesús ha mostrado su gloria, y esa es la que participaremos todos.
             Mientras tanto, mientras bajamos, Jesús vuelve a remachar el clavo: no digáis nada a nadie hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Todavía hay que seguir remachando ese tema que tanto cuesta digerir… ¡Tanto que los apóstoles no entendieron lo que podría significar eso de “resucitar de entre los muertos”! Quiere decir que es muy difícil digerir la cruz. Pero tan evidente como eso es que existe, y tan evidente como que Jesucristo triunfa de ella y nos hará triunfar. Pero estaremos triunfando ya en la medida en que sepamos vivir simultáneamente esas dos certezas, y no pretendamos crearnos un ámbito interior de sólo Tabor, como quien quiere dulcificar infantilmente la vida.
             En la liturgia de hoy, la 1ª lectura nos muestra la visión de Daniel (7, 9…) en la que el Dios del Cielo, con su vestido blanco como nieve y su cabellera de lana limpísima, en su trono de llamas de fuego…, recibe a una especie de hombre que viene entre las nubes del Cielo, avanza hasta el Anciano y se llega hasta su presencia. Una imagen bellísima que manifiesta al Padre igual al Hombre (Hijo), ante quien los pueblos y naciones sirven, y tiene poder eterno, un reino que no cesará.
             Y San Pedro, testigo directo de la transfiguración nos cuenta la realidad de aquel suceso, del que no pudieron hablar hasta después de la resurrección. Ahora pueden expresarlo y gozarse… Ahora tienen ya la síntesis. Jesucristo, el de la Cruz, es el gran triunfador. Y quienes le sigan, lo será juntamente con Él.
* * *
Recomiendo la lectura continuada de hoy, con el grito de alegría de Jeremías, que ya vislumbra la liberación del pueblo (tras las dolorosas profecías anteriores). Pero halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada. [Es también otra “trasfiguración que muestra su parte luminosa].
En cuanto al Evangelio (Mt15, 21-28), lo veo como una de las lecciones prácticas más hermosas de cómo Dios va cambiando el paso de la vida, y donde había una respuesta tajante, los signos de los tiempos –la realidad sencilla de la vida: una mujer pagana que sufre y suplica- acaba llevando a Jesús a un terreno que Él no había visto.

     Remito a mis libros: Ventana al Evangelio  y Traspasando la ventana. Creo que es la manera de sentir nosotros otra forma de “transfiguración” a la que lleva tener el alma abierta a Dios.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:29 p. m.

    El Señor bendice con la cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto concder bienes muy grandes.Si en cualquier ocasión nos hace sentir con más intensidad la Cruz es señal que nos considera hijos predilectos . Él es el amigo inseparable que lleva lo duro y lo dificil.Recordamos las palabras de San Pedro:¿ quién os hará daño, si no pensais más que en obrar bien?.Pero si sucede que parecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados.

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