martes, 5 de agosto de 2014

5 agosto: El bien y el mal

El permanente misterio del bien y del mal
             Sigue Jeremías en el capítulo 30 (acotado). Expone primero la historia de los desastres, tal como él había profetizado, y desemboca en el momento victorioso del pueblo de Dios, que no es solamente el de aquellos hombres y mujeres y de aquel tiempo del destierro, sino el presagio de un triunfo total: saldrá de la ciudad reconstruida un príncipe…, su señor estará en medio de ella… Y vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios. Será real el momento en que el destierro habrá acabado e Israel será tomado por la mano de Dios.
             Poco entenderíamos de lectio divina si no transportáramos esas etapas de la Historia de la Salvación a la realidad de nuestro mundo, de nuestra propia situación personal. El “destierro” es un hecho: vivimos “en este valle de lágrimas”, y con eso hay que contar. Esclavizan grilletes peores que los de hierro y prisiones peores de las mazmorras. Porque la esclavitud que vivimos es mucho más interior, aherrojados por nuestras propias pasiones y orgullos, engaños y cómodas situaciones (aun espirituales). Sólo el “resto”, los fieles pobres de Yawhé, los que se desprenden de esos grilletes y se abandonan en Dios y en Él ponen toda su confianza, quedan liberados verdaderamente. Y para ello surgirá el Príncipe, que comprará al mayor precio, como el mejor postor, la libertad de sus fieles. Entonces Él será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo.
             El Evangelio de Mt 14, 22-36 es elocuente en esa misma presentación del bien y el mal, bajo diversos aspectos. Jesús vio –tras la multiplicación de panes y peces- que el pueblo se enardecía y los apóstoles con ese pueblo, y que la interpretación del hecho era considerado a lo material, como si Jesús estuviera allí para salvar los problemas humanos. Jesús tuvo que obligar seriamente a los Doce a embarcarse sin Él y marcharse. Y despidió a la gente y Él oró derramando el alma en Dios. Agradecía, expresaba su desencanto, descansaba en el pecho de Dios, esperaba allí nuevos caminos… Era esa oración auténtica del que echa en el Corazón de Dios todo el propio corazón, y queda entregado totalmente a lo que Dios vaya marcando.
             Y los hechos vinieron a darle la respuesta. Sus discípulos se habían encontrado con la tormenta; doble tormenta, la interior y la del Lago. “Dentro”, porque van solos y van solos con clara conciencia de que han disgustado al Maestro. Solos y sin saber explicarse por qué Jesús no aprovechó la circunstancia que se le había brindado para declararse Mesías. Una tormenta dentro que ni saben ni quieren expresarla, pero que cada uno la está sufriendo, porque el Maestro los ha obligado a marcharse así…
             En el Lago, la otra tormenta… La que les supera, la que les pone en peligro, contra la que nada pueden hacer. Y una tormenta en la que Jesús no va con ellos.
             Pero Jesús no se ha retirado seráficamente a su oración. Con un ojo está pendiente de sus apóstoles. La tempestad arrecia, los Doce está en peligro, y Jesús sigue haciendo oración práctica dejando el monte y saliendo al encuentro de los suyos. ¿Hasta recurriendo a lo extraordinario? Pues el evangelio nos dice que vino a ellos andando sobre el agua. Si miedo causaba la tormenta, más terror producía verse acercarse una figura blanca que camina por el mar. Y allí comenzaron ya los gritos, el terror, el verse engullidos por un espíritu fantasmal, peor mismo que luchar contra las olas. Y entonces Jesús alza su voz y le dice lo mismo de tres maneras diferentes: Ánimo- No temáis- SOY YO. Hubiera bastado una sola de esas palabras, pronunciadas por el tono de voz de Jesús. Las tres juntas era inequívocamente la llegada del Maestro.
             Pero no tan claro para Simón Pedro. O como un chiquillo asustado y casi osadamente caprichoso, responde: Si eres Tú, mándame ir a ti andando sobre el agua. No puedo dejar de pensar la sonrisa de parte a parte que tuvo que producirse en Jesús ante aquella chiquillada. Pero esa era la fe del Pedro, y Jesús lo llamó: ¡Ven! Ahí podría ya darse por acabada la situación. Pero hay que pararse a pensar en Pedro que echa su pie fuera de la barca ante el asombro y la respiración cortada de los compañeros…, y que Jesús se pone a andar sobre el mar como la cosa más normal del mundo. Jesús estaba a un paso. Simón Pedro caminaba con la mirada puesta en Jesús. Ni se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Una ola le golpeó y Simón apartó los ojos de Jesús para mirarse a sí mismo, y el mar se engullía al osado apóstol, que lanzó un grito gutural espantoso de hombre que se ve en las últimas… ¿Pero es que el pescador no sabía nadar? ¿Pero era la primera vez que había caído al mar?
             Su mano tensa, temblorosa, extendida y queriendo asirse, buscaba la de Jesús. Y Jesús se inclinó un poco y tomó la mano de Pedro, y lo izó –empapado- sobre la superficie. Y debió Jesús dar salida a su sonrisa y le bromeó a Pedo: ¡Qué poca fe! ¿No habías pedido tú andar sobre el agua para comprobar que era Yo? Por qué has dudado.

             La barca estaba allí mismo. Jesús subió junto a Pedro y las olas se echaron y el mar quedó en calma. Ahí está explicado todo el tema del mal (que está simbolizado en el mar: tempestuoso, embravecido, amenazante, proceloso…) Pero siempre bajo los pies de Jesús y bajo su poder. Nos hundimos más de una vez porque desobedecimos, porque pretendimos un Jesús distinto; porque cuando se presenta, lo imaginamos “fantasma”; porque nos llama ir a Él y sin embargo nos quedamos mirándonos a nosotros mismos… ¡Qué poca fe! ¿Por qué dudamos? Jesús tiene que ser subido a nuestra barca y todos los terrores se amainan, se disipan, se superan. El mal no tiene dominio sobre el bien. Dios es nuestro Dios, y nosotros somos suyos y ovejas de su rebaño.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad2:53 p. m.

    Pedro dejó de mirar a Cristo , y se hundió. Pero supo enseguida acudir a quien todo le está sometido "Señor , sálvame".Y Jesús con todo cariño, le tendió la mano y lo sacó a flote.Buen ejemplo nos da Pedro.Si nosotros vemos que nos hudimos, que nos pueden las dificultades , acudamos a Jesús, no apartemos la mirada de El y nos tenderá su mano poderosa y segura para seguir adelante.El tiene su mano siempre extendida para que nos aferremos a ella . Sólo espera que pongamos un poquito de nuestra parte.Todo lo demás está en El.

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