viernes, 29 de diciembre de 2017

29 diciembre: Purificar más

Liturgia:
                      Hoy es el primer día, tras la Navidad de Jesús en que la liturgia vuelve a los evangelios de la infancia. Naturalmente que no a evangelios del nacimiento porque esos se han acabado con lo visto el día de Navidad. Hoy, pues, pasa al hecho de la presentación del Niño en el templo (Lc.2,22-35), que había de producirse, según Ley, al acabar la cuarentena de la madre, y por tanto a los 40 días del nacimiento del hijo primogénito. Hemos dejado atrás alguna narración de Belén –que ya veremos próximamente- y nos entramos en este suceso de la presentación del Niño primogénito, que los padres (pobres en este caso) habían de rescatar mediante el ofrecimiento de un par de tórtolas o pichones.
          Había en Jerusalén un anciano que había suplicado a Dios no morir sin ver al Mesías. El día que José y María entraban en el templo para presentar al niño, aquel anciano les sale al paso, pide a María que ponga al niño en sus brazos y canta con emoción un canto de despedida de la vida, porque sus ojos ya han visto al Salvador: Ahora ya puedo morir en paz.
          Pero no se quedó sólo en eso; hizo dos profecías, una sobre el niño, a quien define como bandera ante la que toman partido –a favor o en contra- las gentes, y por tanto, ante quien no van a quedar indiferentes los hombres: va a ser amado y odiado con la misma intensidad. La segunda profecía, muy ligada con la primera, se refiere a la madre, a la que le augura una espada de dolor que le va a atravesar el corazón. Y no es para menos, porque es la madre de ese hijo cuya vida va a ser tan difícil.

          La 1ª lectura es muy práctica y lleva a una revisión profunda de la propia conciencia: 1Jn.2,3-11 no pone una línea divisoria clara para saber si estamos en la luz o en la tinieblas: en esto sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. La cosa es clara. Y los mandamientos son diez y nos obligan y exigen los diez. Y nos hemos de examinar según los diez. De ahí lo improcedente de tantas confesiones, que quedan en vacío: Quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso…, se está mintiendo a sí mismo, y la verdad no está en él. Creo que ya este comienzo es suficiente para una reflexión más a fondo sobre nosotros mismos.
          Quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. Aquí está ya hablando claramente de Jesús, que es el que vivió en la tierra y vivió de una determinada manera en fidelidad a Dios.
          De donde se deduce que no es escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio: la Palabra que habéis escuchado. Y sin embargo os escribo un mandamiento nuevo, pues las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya.

          Estamos en ese binomio tan propio de San Juan, de la luz y la tiniebla. Y quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aun en las tinieblas. Es cierto que “aborrecer” al hermano es un término muy fuerte. Pasado al sentido de la palabra original, expresa amar menos. Y aquí aparecen en la vida de cada uno una serie de briznas que dan sombra…, que aunque no sean tinieblas cerradas, expresan aversiones, recelos, suspicacias. Yo no me excluiría de esa realidad. Creo que en el fondo del alma son posibles ráfagas de menor amor y menor acogida. No dejan a oscuras pero tampoco dejan diáfano el cielo de la propia conciencia. Hay que purificar. Creo que tomar entre manos estas reflexiones de San Juan, obligan a una limpieza más fina de nuestros propios sentimientos (o resentimientos, si los hay)…, esas briznas que quedan en los repliegues del alma, y que si Dios nos da la luz para ver, posiblemente vamos a encontrarlas. Es lo que San Ignacio llama desorden que, sin poderse catalogar como pecado o tiniebla, sin embargo son realidades que no están tan limpios en la dirección hacia Dios. Y que hay que conocer internamente para que me enmiende y ordene.

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