miércoles, 13 de diciembre de 2017

13 diciembre: Venid a mí

Liturgia:
                      Interesa la segunda parte del texto de Is.40,25-31, ese texto que ya corresponde al asentamiento del Pueblo de Dios en Jerusalén. El profeta “traduce” la llamada de Dios, que se presenta poderoso y eterno, creador de los últimos confines de la tierra. Un Dios que no se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Por lo mismo no se deja vencer por las debilidades y fallos humanos, sino que apoya lo bueno que puede haber en las personas: Él da fuerzas al cansado, acrecienta el vigor del inválido. Se cansan los muchachos y se fatigan…, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.
          Es un alegato que necesitaría meditar el mundo de hoy, que se muestra con frecuencia cansado, deprimido, desesperanzado, arrastrando la vida, buscando la felicidad en las cloacas del dinero, del sexo, de la diversión vacía… Esas manadas de gentes que pasan ebrios de madrugada de un jueves o un viernes, sin más sentido que haberse enfangado durante una noche, y ahora acostarse para esperar repetir el mismo vacío el final de semana siguiente. No les nacen precisamente alas…; arrastran cansinas sus vidas, “tropiezan y vacilan”. Es un estamento que ha perdido su sentido religioso y humano: no esperan en el Señor, no renuevan sus fuerzas.

          Humanamente es una amplia generación perdida. Perdida porque ellos y ellas se han envuelto en una capa impermeable a lo que es un valor, una trascendencia, un mirar al futuro… Y sin embargo, desde la voz de Jesús no se ha perdido nadie: Mt.11,28-30 está poniendo delante una tabla de salvación: el propio Corazón de Jesucristo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. En medio de la borrasca, de esa vida sin brújula en medio del mal (digo bien: “mal”), surge la llamada de la estrella que luce en el horizonte…, surge la voz de Jesús que sigue invitando a acudir a él, para que los que están cansados de la vida y agobiados por su propio fracaso humano, acudan a refugiarse en él. Y él los aliviará. Los hará salir de sus propios aburrimientos y sinsentidos para situarlos en otra dimensión.
          Cierto que esa “generación” no ha gustado lo dulce que es el Señor, y no siente la atracción que ejerce sobre las almas. A veces Jesús tiene que usar su “mano izquierda” para atraerlos de maneras inconcebibles para ellos, que sólo han montado su pensamiento sobre hojarascas de placer y falsa felicidad, y de pronto se han de topar con la dureza de la realidad. Algunos optan por quitarse la vida. Otros sienten la brisa amorosa de quien dijo: Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis vuestro descanso.
          Y es así como algunos recobran sus sentimientos primordiales de aquellos años en que sentían la caricia de Dios que les llegaba desde la fe. Y descubren que ahí es donde pueden recuperar aquellos sueños de paz de su adolescencia primera. Y la “mano izquierda” de Dios se hace suave, de terciopelo, que acaricia la cabeza de su criatura, hijo pródigo que regresa macilento y desarrapado a la casa del padre. Y se oye la voz de Jesús, que dice: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Y se ha desembocado en ese bello sentido del Adviento que recupera la esperanza y hace sentir ese oxígeno de la vida que se tiene recostándose sobre el pecho de Jesús.

A modo de villancico

De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido
en la entraña feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido,
y la sombra del que todo lo puede,
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.


1 comentario:

  1. La verdadera humildad nos capacita para que podamos cargarnos con el peso de los demás sin cargarlos a ellos con nuestros puntos de vista y nuestros juicios. Cuando somos constantes en la Oración, el encuentro con el Señor nos trsnsmite seguridad para tomar las decisiones adecuadas. Nunca debemos agobiarnos, el Señor está al tanto de nuestras necesidades y sabe cuando nos tiene que socorrer.

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