viernes, 1 de diciembre de 2017

1 diciembre: Mi Palabra no pasará

PRIMER VIERNES DE MES
Jornada de oración del Papa
5’30.- Acto
7’00.- HORA SANTA ANTE EL SANTÍSIMO
7’30.- SANTA MISA
                                 (Málaga. Iglesia del Sagrado Corazón)

Liturgia:
                      Tenemos una 1ª lectura (Dn.7, 2-14) puramente simbólica, con monstruos destructores en figuras animales, que hacen referencia a reyes e imperios enemigos del pueblo de Dios. No me detengo en ellos porque no nos van a aportar otra cosa que su maldad.
          Durante la visión miré y vi que colocaban unos tronos. Un Anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego, sus ruedas, llamaradas. Es la descripción de Dios, “el Anciano”, el Eterno, blanco sin mancha alguna, y puro fuego que expresa amor.
          Mirando todo aquello, Daniel ve el final de las fieras y sus insolencias, y sus poderes (representados por los “cuernos”). Pero sobre ellos se yergue “una especie de hombre, entre las nubes del cielo. Avanzó hasta el Anciano venerable y llegó a su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos le sirvieron. Su reino no acabará”.
          Mientras las fieras espantosas desaparecen derrotadas, el que tiene “figura de hombre” (=el Mesías de Dios), tiene el poder y la adoración de los pueblos, con un reino eterno que no acabará como los imperios terrenos.

Pasamos al evangelio, breve (Lc.21,29-31) donde Jesús hace mirar hacia la higuera para aprender de ella una lección tan simple como profunda. Cuando la higuera (o cualquier árbol) echa brotes, os basta verlo para saber que el verano está cerca. Pues bien: cuando veáis suceder todo lo que se ha anunciado, sabed que el Reino de Dios está cerca. Está cerca el final de la persona. Es curioso: ni siquiera entonces puede decirse ya ha llegado la hora. Es tan incierto el momento de rendir cuentas, que cuando todo parece estar cumplido, todavía se dice que “está cerca”. Se va acercando a cada cual la plenitud del Reino de Dios, que se dará en ese momento de su muerte, de su encuentro con Dios.
Y afirma Jesús que mis palabras no pasarán de largo; pasará lo creado, el firmamento y la tierra firme; todo eso desaparecerá. Pero la Palabra de Jesús permanece para siempre.

          No está de moda ni es “políticamente correcto” en una sociedad que quiere vivir sin pensar en lo trascendente, el hablar aquel tema que para las personas mayores era completamente familiar: LOS NOVÍSIMOS, con su secuencia de muerte, juicio, infierno y gloria. Pero en los evangelios que estamos teniendo estos días se nos viene a las manos.
          La muerte lleva consigo todos esos signos tremendos que describe el evangelista en boca de Jesús, y supone espantos y ansiedad. Pero es una realidad con la que nos vamos a encontrar todos los hombres. La diferencia de acogida va a depender en buena parte de la paz de la conciencia y del sentido de la fe. El alma que miró a Dios como Padre y a Jesucristo como Salvador, estará más preparada a afrontar ese trance con serenidad, aparte de las “angustias y el estruendo” que supone romper la vida terrena a la que hemos vivido apegados en una sola y única realidad: la persona.
          Del estado en que cae la persona en el momento de su muerte está ese paso del juicio. Nada espectacular ni público, sino caer del lado al que se ha vivido inclinado. Juicio de salvación o juicio de repulsa. Abrazo de Dios, al que se amó, o pérdida de Dios, al que se rechazó o se marginó. [Y siempre contando con esa “última palabra” de un juicio, en el que cualquiera puede volverse a Dios en el último instante, e inclinar la balanza del lado del amor a Dios].

          Infierno y Gloria son los dos únicos destinos que nos propone el Señor. El infierno es la ausencia definitiva de Dios, al que no se le quiso como amigo y no se le sirvió. Y el Cielo que es Dios mismo, encuentro gozoso e infinitamente feliz con el Dios a quien se amó y a quien se sirvió. Es precisamente el final de este evangelio que hemos tenido hoy, y ante el que queda la dicha de poder esperar el Reino de Dios, que no fallará.

1 comentario:

  1. El Padre nos ama y le horroriza el mal y la destrucción; prevalecen las palabras de Jesús.
    Hay personas desinteresadas que mos brindan su ayuda desinteresada . Son señales del Reino y nos vienen a recordar que Dios nos ama que Dios ama todo lo creado; ellas nos enseñan lo que es bueno y santo y nos invitan a correr tras lo bueno animados por los brotes de la higuera en medio del desierto que nos dicen que todavía hay esperanza...

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