sábado, 16 de diciembre de 2017

16 diciembre: Elías. Bautista. Jesús

Liturgia:
                      Una 1ª lectura que no tiene nada que ver con lo que hemos ido teniendo hasta ahora en el transcurso del adviento. Se cierra la primera parte de este periodo litúrgico y lo hace con un texto del Eclesiástico (18,1-4.9-11) que es toda una proyección hacia el Bautista (del que hablará el Evangelio), pero ensalzando al profeta Elías como fuerza misteriosa que va a actuar en el proceso de Dios hacia su pueblo.
          Muy al estilo judío es presentado como profeta que es fuego y cuyas palabras serán como horno encendido, que les quita el pan a los malvados. No puede ser de otra manera el modo de expresar la fuerza un autor judío. Y la manera de ensalzar la potencia del profeta lo tiene que hacer con estas comparaciones. ¿Quién se compara en gloria a Elías? Un torbellino de fuego lo arrebata a la altura (referencia al momento en que va con Eliseo y es arrebatado por un carro de fuego). está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres e hijos, para restablecer las tribus de Israel. Para llegar a ese final consolador, ha utilizado el autor toda esa serie de expresiones y comparaciones fuertes. Pero está representando el poder salvador de Dios, del que Elías fue mensajero.

          Mt.17,10-13 recoge la idea de Elías en boca de Jesús, como ese mensajero de salvación. Los letrados decían que antes que el Mesías tenía que volver Elías que –arrebatado en vida- no habría muerto. Y Jesús aprovecha el detalle para decirle a sus discípulos que “Elías ya ha vuelto” y lo trataron mal. Con lo que los discípulos entienden que se refiere al Bautista, ese nuevo profeta, también de expresiones fuertes, que va delante del Mesías preparándole el camino.
          Pero es que lo mal que los judíos trataron al “nuevo Elías”, está presagiando el final que va a tener ese Mesías, Hijo del hombre, que va a padecer a manos de ellos.

UN CUENTECILLO QUE REFLEJA LO REAL  CARTA DE JESÚS EN NAVIDAD
Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños. Todos los años se hace una gran fiesta en mi honor y creo que en este año sucederá lo mismo. En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en la radio, en la televisión. En todas partes no se habla de otra cosa, sino de lo poco que falta para que llegue ese día.
La verdad, es agradable saber que al menos un día del año algunas personas piensan un poco en mí. Como tú sabes, hace muchos años empezaron a festejar mi cumpleaños. Al principio no parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por ellos, pero hoy en día muy pocos son conscientes de para qué lo celebran. La gente se reúne y se divierte mucho, pero no sabe de qué se trata.
Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños hicieron una gran fiesta en mi honor. Había cosas muy deliciosas en la mesa, todo estaba decorado y recuerdo también que había muchos regalos; pero, ¿sabes una cosa?, ni siquiera me invitaron. Yo era el invitado de honor y ni siquiera se acordaron de invitarme. Ni siquiera se molestaron en bendecir la mesa. La fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta..., y yo quería compartir ese momento con ellos.
La verdad, no me sorprendí. Porque en los últimos años todos me cierran la puerta. Y, como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido. Entré y me quedé en el rincón. Estaban todos bebiendo, había algunos ebrios contando chistes, carcajeándose. Lo estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordo vestido de rojo, de barba blanca y gritando ¡Ho-Ho-Ho-Ho! Parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él diciendo: "¡Santa Claus, Santa Claus!" "Papá Noël, Papá Noël!" ¡Como si la fiesta fuese en su honor!
Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse; yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara y .... ¿sabes? Nadie me abrazó...
De repente todos empezaron a repartirse los regalos, uno a uno los fueron abriendo, hasta que se abrieron todos. Me acerqué para ver si de casualidad había alguno para mí.
¿Qué sentirías si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.
Cada año que pasa es peor, la gente sólo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas, y de mí nadie se acuerda. Quisiera que esta Navidad me permitieras entrar en tu vida, siquiera que reconocieras que hace casi dos mil años que vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esta forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tú creas esto con todo tu corazón.
Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitaron a su fiesta, voy a hacer la mía propia, una fiesta grandiosa como la que jamás nadie se imaginó, una fiesta espectacular. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos, por lo que este año estoy enviando varias invitaciones y en este día, hay una invitación para ti. Sólo quiero que me digas si quieres asistir, te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados. En esta fiesta sólo habrá invitados con previa reserva, y se tendrán que quedar afuera aquellos que no contesten mi invitación.
Prepárate porque cuando todo esté listo, daré la gran fiesta. Hasta pronto. Te espero... en Navidad, en la Eucaristía, en el pesebre, en la oración y en el bien que hagas en favor de los demás.
JESÚS DE NAZARETH

Autor: David (Párroco)

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