viernes, 4 de agosto de 2017

4 agosto: Adorar a Dios en cuerpo y alma

Liturgia
          No es de los días en que caben muchas consideraciones, ni en la 1ª lectura ni en el evangelio. Pero el Espíritu Santo se ocupará de hacer útil esta página del blog a la manera que yo mismo no sé cómo será. Yo diré lo que se me ocurre; vosotros pondréis vuestra parte y la acción de Dios realizará la obra.
          Hoy entramos en el libro del Levítico, fragmentando mucho para seguir un mismo argumento: el de las fiestas litúrgicas que debía vivir el pueblo de Dios. 23,1.4-11, 15-16.27,34-37. Dios es un Dios festivo, celebrativo. La mera espiritualidad no podía ser lo que llenara la vida de aquel pueblo, como no puede llenar la de casi nadie. Constituidos en las dos dimensiones, la humana y la espiritual, el hombre debe dar culto a Dios en cuerpo y alma, en espíritu encarnado en realidades visibles. Y eso es lo que Dios quiere y lo que Moisés concreta en aquellas fiestas que debe vivir el pueblo. Son fiestas litúrgicas pero sin perder su participación de toda la persona.
          Así, la primera fiesta y principal debe ser LA PASCUA, con su comida solemne y ritual, que evoca la comida de la salida de Egipto. La fiesta ha de ser tan del Señor y para el Señor que no debe hacerse trabajo alguno, ni el primer día ni el séptimo. Por el contrario, son siete días en que deben ofrecerse al Señor holocaustos y sacrificios; en una palabra, ofrecimientos a Dios en agradecimiento y culto de adoración.
          Todo eso tendrá su forma concreta de vivirse cuando entren en le tierra prometida, con una serie de rituales de ofrecimiento que suponen una participación muy clara de la parte visible de la persona, que tiene que visualizar su actitud religiosa, y duran esas fiestas cincuenta días.  Concluye con el día de Expiación y se remata con la fiesta de las Tiendas. Todo ello son reuniones litúrgicas religiosas y solemnes, con sus partes de celebración exterior que gane la atención de todos, incluidos los niños y los jóvenes, que necesitan ir adentrándose en las formas religiosas profundas.
          Posiblemente nosotros, desde hace ya más de medio siglo, hemos espiritualizado tanto la liturgia y hemos pretendido ir tan de frente a lo esencial, que hemos dejado perder la visualización de ese fondo que está ahí debajo: lo espiritual. Y hemos acabado perdiendo lo uno y lo otro. Una liturgia descarnada o espiritualizada, no ha atraído la atención, ha dejado perder lo visible y tangible, y hemos alejado a esas generaciones que hubieran necesitado más vida, más movimiento, más participación. Y al sentirse menos espectadores pasivos de algo que no entendían, se han aburrido y se han buscado sus propias “liturgias” de folklore exterior. Y ahí tenemos a los gitanos que se han sentido en su ambiente con las formas de los “evangélicos”, a los que los gitanos llaman “su religión”.
          La historia es maestra de la vida y Moisés diseñó unas formas que encajaron con aquel pueblo. No siempre iban a valer aquellas formas, pero el secreto era haber hallado a nuestras liturgias cristianas una vida menos hierática y más en sintonía con la evolución de las gentes y de los tiempos.
          El evangelio de Mt 13,54-58 muestra el escándalo de los contemporáneos de Jesús, al que conocían en su ascendencia humana, y de quien no pueden ni barruntar de dónde le vienen la sabiduría y los mismos milagros. Ellos conocen lo que se ve a primera vista: su madre, María; su padre visible, el carpintero; la familia es toda ella conocida del pueblo. ¿Quién era, pues, aquel hombre extraño, con unos poderes y conocimientos que no había podido adquirir en la escuela?
          Y no hubo búsqueda de verdad. Se limitaron a la crítica, a la extrañeza y, en el fondo, al rechazo. Jesús tuvo que expresar aquella dolorida sentencia: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Y la consecuencia fue que, ante la falta de fe de las gentes, Jesús no pudo hacer allí milagros. Bien sabemos que Jesús concluía, por lo general, diciendo: “Tu fe te ha salvado”, “Hágase como has creído”. Como allí no hubo fe, no pudo hacer sus milagros.

          Todo esto nos expresa el valor de la maledicencia y hasta dónde pueden llegar sus efectos: hasta atarle las manos a la generosidad de Jesús…, a que muchas veces nos encontremos como chocando contra un frontón en nuestras esperanzas de obtener alguna gracia. Hace falta otra visión más abierta de las cosas y de las personas, para que nuestro corazón viva ensanchado y abierto así a la acción curativa de Jesucristo.

1 comentario:

  1. El Maligno se valía del chismorreo y de la maledicencia para ganarle la partida a Jesús de Nazaret que no consigue hacer milagros entre los suyos porque no tienen ni siquiera un poquito de FE. Siendo Hijo de Dios, era tan humilde que trataba a sus vecinos "de igual a igual", Él no acepta títulos de superioridad y, por eso , más de uno se creía con derecho o autoridad para subestimarlo. Esto nos debe hacer pensar en la gravedad de la maedicencia que hasta a Jesús mismo le duele y le condiciona para hacer milagtos.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!