miércoles, 30 de agosto de 2017

30 agosto: Aplicaciones prácticas

LITURGIA
                        Pablo –como ayer- sigue presentando sus credenciales ante los tesalonicenses (1ª, 2,9-13) mostrándoles  que sus trabajos y fatigas los llevó alegremente, con tal de no ser gravoso a nadie. Pablo tiene siempre el prurito de haber llevado el evangelio a los fieles sin que a ellos les haya supuesto una carga económica. Ha trabajado con sus manos y se ha ganado su sustento para poder así entregar gratis su labor apostólica. Y eso mismo se lo hace saber a aquella comunidad a la que dirige la carta que estamos siguiendo con la liturgia.
            Pero no es una labor que se realiza hieráticamente como hecha con autoridad y poder, sino que la ha realizado con un sentimiento de padre hacia sus hijos, unas veces empleando el tono suave y otras el tono enérgico que requieren las circunstancias. Pero siempre desde el cariño hacia ellos y buscando mostrarles a Jesucristo.
            Y lo satisfactorio de todo eso es que ellos han acogido esa palabra que les ha dirigido y que la han recibido como palabra que viene de Dios y no de hombre, Palabra que permanece operante en medio de ellos.
            Esa es la gran virtualidad de la Palabra de Dios, que actúa en el corazón de las personas y les lleva a una transformación de sus actos y del modo de ser del indivíduo. Esa palabra viva y eficaz y penetrante como espada de doble filo, que llega a tocar lo más íntimo y profundo de la persona.
            Es la pregunta que tenemos que hacernos, para ver que nuestra oración sobre la palabra de Dios nos entra dentro y nos cuestiona y exige y transforma. Porque la cuestión que debe planteársenos es si al cabo de tiempo de hacer oración, nuestras formas de pensamiento y de actuación van superándose y se van haciendo concordes con esa Palabra que nos ha llegado. Porque es indispensable que al cabo de un tiempo de oración, haya un cambio en el alma de la persona orante.
            Siguen –y finalizan- los “ayes” de Jesús (Mt 23,27.32) ante el problema que constituye el modo de ser farisaico. Jesús está próximo a su pasión y ha roto por medio adentrándose en dicho problema. Quisiera Jesús no quedarse en la “acusación” de tales formas sino que su denuncia sirviera para sacar a aquellos hombres de su modo de vivir y de proceder.
            Hoy les pone delante lo que es el fondo esencial de su fallo: que son como sepulcros encalados. Sepulcros, porque contienen muerte y podredumbre, maldad y engaño en sus corazones. Pero “sepulcros blanqueados” porque toda esa malicia la tienen disimulada bajo apariencias exteriores de hombres probos y espirituales. Pero llevan a sus espaldas todo lo que Jesús les ha ido poniendo delante, que es un conjunto de falsías con las que ellos pretenden ir adelante, aunque sea a costa de los demás.
            El último “ay” o lamento de Jesús sobre las actuaciones farisaicas es menos inteligible a primera vista. Refiere Jesús el dicho de ellos que construyen mausoleos a los profetas y a los justos, bajo el pretexto de reparar el daño que hicieron los antepasados. Con lo cual están reconociendo el mal que hicieron esos antepasados. Pues bien: andando el tiempo, otros vendrán con el mismo argumento para reparar el daño que éstos hacen ahora. Esos fariseos de ahora son, pues, tan culpables como los que les precedieron, y ellos mismos lo están atestiguando con su discurso actual.
            Sería una manera de hacernos caer en la cuenta de que muchas cosas que nosotros juzgamos de otros, tendríamos que volverlas sobre  nosotros mismos, porque aquello que enjuiciamos con tanta claridad cuando miramos hacia afuera, tendremos que volverlo sobre nosotros mismos porque lo que vemos defectuoso en otros, no es justificable cuando somos nosotros los que lo hacemos. Y esto es un día a día y lo hemos de saber constatar. Es el primer paso. Lo primero es hacernos conscientes de nuestro defecto, admitir que se da  en nosotros ese mismo defecto que tan fácilmente descubrimos en otra persona. Y a partir de ahí, podrá venir la corrección. Que puede ser en dos direcciones: no es tan defecto criticable lo que hace un prójimo; o yo debo corregir en mí lo que veo malo en el otro. Porque yo no puedo cambiar a la otra persona, pero sí puedo intentar la corrección en mi vida personal,

            Los “ayes” de Jesús ante los fariseos, nos habrán sido útiles a nosotros. No es una página negativa o molesta; es útil.

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