miércoles, 2 de agosto de 2017

2 agosto : El tesoro en el campo

Liturgia
          Hoy es el día de la VIRGEN DE LOS ÁNGELES. Felicidades a todas las Ángeles, Angelitas y María de los Ángeles.
          En la Liturgia del miércoles –Ex 34, 29-35-encontramos a Moisés que baja del Monte Sinaí después de haber estado allí 40 días hablando con Dios, y llevando en sus manos las dos Tablas de la Alianza, el Decálogo. Le brillaba el rostro, como si hiciera de espejo que refleja la luz de la presencia de Dios. Tuvo que echarse un velo por el rostro cuando hablaba al pueblo, mientras que ese velo lo levantaba cuando iba a la Tienda del Encuentro para hablar con Dios.
          Es todo un símbolo y llamada a la profundidad de nuestra oración, que debe irnos transformando la faz de nuestra vida y que vaya reflejando esas horas de haber estado con Dios a través de nuestra existencia. Yo recuerdo que el Padre Maestro de novicios jesuitas que yo tuve, nos decía que él haría con gusto una doble fotografía: al aspirante que llega al noviciado y a esa misma persona al cabo de un año de noviciado. Aseguraba que reflejaban dos imágenes diferentes. La causa era esa paz de la vida vivida en el noviciado, que encerraba tantas horas de estar en oración en la presencia de Dios, más la formación espiritual de aquel año.
          Y no es difícil de constatar en muchas personas de vida interior, cuyo semblante refleja algo muy diferente de quienes no tienen esa riqueza de la relación personal con Dios a través de la oración y la Eucaristía.

          Mt 13,44-45 nos vuelve a las parábolas del tesoro encontrado en el campo y la perla fina con que se topa un comerciante en joyas. Jesucristo nos muestra ahí el valor del Reino. El Reino, ese mundo en el que predomina Dios y la voluntad de Dios, y en definitiva a Cristo, es el gran tesoro, la gran perla. El día que alguien se lo encuentra de verdad, es el momento en que merece la pena vender todo lo que uno tiene y comprar aquel campo o aquella perla, que vale más que todo lo que se poseía.
          Lo importante es pasar estas cosas a la vida real. Comprobar en nosotros mismos si es un hecho que daríamos todo lo que tenemos  con tal de encontrar la riqueza del Reino. Con tal de no perder un tiempo de oración, un rato de visita al Señor, una Eucaristía, la visita a una persona que lo necesita, la muestra de cariño a quien nos resulta menos agradable, y tantos y tantos detalles como en la vida práctica suponen “vender lo propio” –tenemos muchas “cosas propias- para hacer posible estar dispuestos a afrontar valores superiores del Evangelio.
          Sería buena oportunidad para hacer un poco de revisión de “nuestras cosas”. Que no son sólo objetos materiales (muchas veces es lo de menos) pero que son realidades personales que llevamos arrastrando en nuestra vida. Máxime cuando se convierten en “posesiones” de uno mismo, en las que uno se encierra fácilmente con su “yo soy así”…

          Las parábolas en cuestión son de mucha más aplicación práctica de lo que parecen, y lo que nos ocurre es que al cabo de haberlas escuchado tantas veces las hemos metido ya en ese arcón de “la espiritualidad” donde los valores profundos del evangelio se quedan archivados y sin referencia práctica en la vida de la persona.

1 comentario:

  1. El Evangelio de hoy nos reporta alegría; nos dice que todo esfuerzo tiene sentido y no supone obligación. El encuentro con Cristo puede ser contagioso, dulcemente contagioso si se conoce a Jesucristo y si se vive con enamoramiento. Si todo nos habla de Él.El seguimiento cristiano es contagioso de necesidad cuando se vive a flor de piel y se alimenta con la Eucaristía y la Oración personal y comunitaria. Nuestro rostro se vuelve resplandeciente con Su Presencia, como el de Moisés.

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