jueves, 17 de agosto de 2017

17 agosto: El perdón total

LITURGIA
            Josué  (Jos 3,7-10.11.13-17) ha quedado responsable de aquel pueblo que había conducido –hasta aquí- el gran Moisés. Y Dios acompaña a Josué y realiza también por su medio, obras maravillosas. Y una de ellas es una réplica al famoso paso del Mar Rojo. Va a atravesar el Jordán, frente a Jericó. El Jordán viene hasta los bordes. Y Josué ordena a los sacerdotes que porten el Arca hasta la orilla del Jordán. Apenas mojan sus pies, el Jordán se repliega sobre sí mismo, formando un enorme embalse, pero el cauce queda sin agua en aquel lugar, y el pueblo numeroso puede pasar el río sin mojarse. Cuando han pasado todos, pasan los sacerdotes con el Arca, y al salir del cauce del río, las aguas fluyen de nuevo.
            Es un prodigio que emula la gran liberación del paso del Mar Rojo, y tiene ahora el aliciente de que se van acercando a la posesión de una tierra propia donde asentarse. Dios sigue conduciendo a su pueblo, y lo hace con las mediaciones de estos personajes.

            Mt 18,21- 19,1 nos plantea el tema del perdón. Ha sido Simón Pedro quien ha suscitado el tema al preguntar a Jesús si hay que perdonar 7 veces (que en argot bíblico expresa la idea de “siempre”, por el significado de “totalidad” que encierra el número 7). Y Jesús lo lleva hasta la exageración –es su estilo- respondiendo que no sólo 7 veces sino 70 veces siete. El “7” multiplicado por otro 7 y por 10. El perdón ha de ofrecerse siempre. La idea más humana puede llegar a perdonar una vez, pero si el ofensor reincide, entones suele pensarse que “hasta aquí hemos llegado”. Para Jesús no es así. Nunca se ha llegado al final del perdón. El perdón no es un acto que se verifica una vez, sino una actitud que siempre hay que vivir.
            Y Jesús ilustra su afirmación con una parábola que expresa su pensamiento. Es el caso del hombre que debe una gran cantidad de dinero a su amo. El amo empieza por querer cobrar la deuda aunque sea vendiendo la misma familia del deudor. Pero ante las súplicas de éste, y seguro el amo de que nunca podrá ese hombre pagar la suma que debe, opta por perdonarle toda la deuda.
            Y sale perdonado el hombre, y viene a encontrarse con un compañero que le debía una pequeña cantidad. Y se la exige pagar, y como el hombre no tiene ni aquella pequeña cantidad, le ruega un poco de tiempo para pagar la deuda, pero el otro no se aviene a ello y hace apresar a toda la familia.
            Produjo aquello indignación a los otros compañeros que vinieron a contárselo al amo. Y el amo se indigna y llama al individuo y le hace caer en la cuenta de la enorme deuda que él le había perdonado, que era razón suficiente para que él también perdonara compasivamente. El resultado de la parábola es que ahora le exigen a él pagar por no haber sabido perdonar. Y concluye Jesús diciendo: Así hará mi Padre el cielo con quienes no han sabido perdonar. La cosa es seria y no podemos ponerle sordina para que suene mejor. La realidad que se impone, aun por lógica humana, es que el que no sabe perdonar no tiene título para poder pedirle perdón a Dios.
            Dios siempre estará dispuesto al perdón. Pero Dios está exigiendo que nosotros tengamos el corazón limpio para ofrecer el perdón a quienes nos han hecho alguna mala jugada. Y donde no haya perdón, no podemos pedir a Dios que nos perdone. Cualquier “deuda” que otro tenga con nosotros, será siempre mucho más pequeña –casi una fruslería- en comparación con la gran deuda que tenemos contraída con Dios.

            Que recemos de verdad el “perdona nuestras ofensas como nosotros ya hemos perdonado”.

1 comentario:

  1. La convivencia supone roces y problemas porque todos tenemos defectos y somos muy susceptibles de ver antes los defectos dr los demás que los propios nuetros. Por eso, antes de juzgar conviene aceptar la debilidad propia y la del otro. Nosotros no debemos juzgar a nadie; sea como sea el otro, es un hermano, al que debemos acoger bien, con todos sus defectos; evitar ofenderlo o despreciarlo y, si realmente observáramos en él un defecto que se pudiera corregir, con mucha delicadeza, trataremos de corregirlo sin dudarlo.Siempre debemos ser compasivos y misericordiosos como Jesús.

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