miércoles, 16 de agosto de 2017

16 agosto: La corrección fraterna

LITURGIA
            Llegamos hoy a uno de los momentos más decisivos de la historia del primitivo pueblo de Israel (Deut 34,1-12): Moisés, su caudillo, su libertador, el amigo de Dios al que pudo hablar cara a cara, llega al final de sus días, a la edad de 120 años. Dios le muestra desde el monte Nebo, aquella tierra tan rica y deseada que va a dar a ese pueblo, la tierra que prometió Dios a Abrahán y a sus descendientes. Moisés es enterrado y –misterios de la vida- el hombre que fue tan decisivo, queda en un lugar que no se ha sabido nunca más de él. El pueblo lloró la muerte de Moisés durante 30 días, y Josué se hizo cargo de conducir a los israelitas. A Josué le había impuesto las manos Moisés y le había trasmitido una parte de su espíritu, por lo que estaba lleno del espíritu de sabiduría, pero ya no hubo otro hombre que fuera como Moisés, que hiciera los prodigios de Moisés. Es una nueva etapa en la historia de aquel pueblo.

            El evangelio es el del perdón: Mt 18,15-20. Jesús se dirige a sus discípulos y les enseña: Si tu hermano peca, repréndelo a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Tema de suma importancia y suma dificultad, porque ¡qué difícil es en la práctica realizar esa obra de la corrección! ¡Qué poco dispuesto se está a ser corregido! ¡Qué poco fácil resulta corregir! El amor propio aparece tan fuerte que hace muy difícil aceptar que venga tu hermano a ponerte delante un fallo que has tenido. Surge de inmediato la justificación y la autodefensa. Cuando no es que el hermano te reacciona malamente y llegas a tener la impresión de que ha sido peor el remedio que la enfermedad.
            Jesús había dado una norma entre hermanos. El problema es que los tales “hermanos” no se sienten hermanos y en el momento que llega la corrección, el corregido ve al otro como enemigo. Y por supuesto puede ocurrir que el que corrige no lo haga  con delicadeza y espíritu fraterno. Sería un momento en que la corrección ha dejado de ser lo que Jesús pretende; una obra de caridad por la que se gana al hermano a quien se ama.
            Sigue diciendo Jesús el modo de actuar cuando el hermano corregido no hace caso o no recibe la corrección con espíritu de mejora y crecimiento personal: que se recurra a dos o tres testigos, que sean un aval de que la corrección se ha hecho bien y que se ha hecho. ¿Es realmente un medio posible? Porque el corregido se pone más recalcitrante cuando se ve más cogido y que tiene menos escapatoria. Sin embargo Jesús lo indica, y partiendo siempre de relación entre hermanos y la buena fe de unos y otros. ¡Ojalá surta buen efecto y se pueda ganar al hermano! Que si no da resultado, entonces no es crítica ponerlo en conocimiento de la comunidad de hermanos (¡ahí, en el sentido de la comunidad y comunidad de hermanos, es donde está el acento!). Y la comunidad tendrá que corregirlo de forma mucho más drástica, apartándolo de la comunidad. Y no como castigo sino como escarmiento. Se trata de ganarlo y no de perderlo.
            Y repite Jesús –al menos así nos lo da el texto- que lo que atéis en la tierra será atado en el Cielo. Es decir: esa corrección no se queda en acto puramente humano sino que tiene unas dimensiones de mucha mayor trascendencia.
            Lo avala con esa otra afirmación positiva de que si dos se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

            Es un texto riquísimo de enseñanza y de mucha importancia para plantearse el tema, lo mismo desde el ángulo  del que corrige que del que es corregido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!