sábado, 29 de abril de 2017

29 abril: SOY YO; NO TEMÁIS

Andando por el agua
          San Juan ha omitido un dato que nos consta por los otros evangelistas, y es que Jesús ordenó perentoriamente a sus discípulos a embarcarse mientras él se subió al monte a orar a solas. Esa despedida fuerte y exigente no es muy de extrañar si pensamos que en aquel emocionado revuelo de las gentes, queriendo hacer rey a Jesús, los Doce se implicaron a favor. No les iba mal a ellos aquella exaltación del Maestro, porque al fin y al cabo eran “de su grupo”. De otra manera no es fácil comprender que desaparezcan tan de pronto los apóstoles de la escena, mientras Jesús se sube a la montaña, y se recalque en el relato que estaba él solo. En cambio, si Jesús tuvo que tomar cartas en el asunto y apagar aquel fuego de emociones que en ellos se había creado, resulta comprensible que Jesús ha obligado a los discípulos a subir a la barca y marcharse solos, y que él se retire  en oración profunda al interior de la montaña.
          El evangelio de hoy –Jn 6, 16-21- comienza diciendo que al oscurecer (precisamente cuando Jesús ha despedido a las gentes), los discípulos  bajaron al  Lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Y el Lago les juega la mala pasada de un viento recio y el mar encrespado. ¡Y van sin Jesús! Tenían experiencia de otras borrascas pero Jesús iba con ellos y Jesús intervino favorablemente para amainar aquellas tempestades. Pero hoy van solos. Dice el texto que Jesús todavía no les había alcanzado. Es un decir. Porque si Jesús se ha ido a la montaña y ellos se han embarcado, no parece lógico que Jesús “los alcanzase”. Parece como que San Juan está previendo la situación y previniendo al lector a un hecho extraordinario que tiene que producirse.
          Y ese hecho, que Juan no da con demasiados detalles, consiste en Jesús viniendo hacia ellos sobre el mar. Jesús no se había subido a la montaña descuidándose de sus amigos. Si con el corazón oraba al Padre y le exponía la experiencia vivida, con un ojo estaba mirando a sus apóstoles y a todo ese problema que se les venía encima con la tempestad desatada sobre la barca. Y Jesús no deja de orar ni de estar con el Padre en su oración, pero lo hace ahora bajando de la montaña y viniendo al encuentro de los Doce, incluso andando sobre el agua.
          Ni que decir tiene que ellos se asustaron. No era lo normal ver una figura sobre el agua o reflejada sobre el agua. Pero Jesús pronto les apaciguó (en el relato de Juan) con esa palabra tan suya y tan profunda: Soy Yo; no temáis. Son dos frases que se pueden concentrar en una sola.
          ¿Por qué he dicho: “reflejada sobre el agua”? Porque tal como San Juan lo cuenta podría muy bien quedar la impresión de que Jesús ha caminado más por la playa, el rompeolas, que por medio del lago, puesto que querían recogerlo a bordo pero la barca tocó tierra en seguida en el sitio adonde iban. En medio de la noche, el reflejo de la figura sobre la playa mojada, puede dar mucho la impresión de que viene andando sobre el mar. Pero es que no dio tiempo de subirlo a bordo, porque la barca estaba prácticamente tocando tierra.
          El caso es igual, porque donde está el punto serio de la cosa es en esa llegada de Jesús a ellos, y que no se ha quedado “rezando” en las alturas de la montaña. Nos está llevando a algo tan importante como que la oración no aparta nunca de las necesidades humanas, ni lo humano le es ajeno a Dios. Se produce una muy buena relación de vida y oracion, oración y vida, y es lo verdaderamente importante en todo lo que supone una relación auténtica cristiana. Lo penoso es esa doble vida que se da más de una vez de personas que parecen muy espirituales y mantienen un ritmo fuerte “espiritual”, pero luego su vida está al margen de la necesidad ajena o de la falta de proyección concreta por la que el sentido religioso tiene que aterrizar en la verdad diaria. Y no me estoy refiriendo a quienes viven una vida doble, porque sus obras son pecaminosas. Hablo más bien de esas personas que viven angustiadas y amargadas, sumidas en una tristeza y hundimiento del alma, mientras que van cargadas de devociones y prácticas externas, que para nada alcanzan el nivel de la confianza, el abandono, el echarse totalmente en los brazos del Dios misericordioso. Voy a esa dicotomía que se da en las almas –con vida desordenada o no- por las que la religión no alcanza a ser vital, sino una especie de añadido que no influye verdaderamente en el vivir y actuar diarios.

          Creo que merece la pena hacer revisión personal para comprobar la eficacia de esa presencia de Jesús, que sube a nuestra barca y nos dice: Soy yo, no temáis.

1 comentario:

  1. Creo que cuando alguien ha tenido una experiencia de Dios no lo puede olvidar; no puede dejar de vivir en su Presencia, ni de día ni de noche porque, cuando abra sus ojos,se sentirá ante ÉL Y TENDRÁ LA GOZOSA NECESIDAD DE ADORARLO. Lo malo es que sólo puede amarlo como criatura, como hijo---

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