Liturgia del MIÉRCOLES SANTO
La 1ª lectura repite
-con algún añadido final- la misma lectura 1ª del Domingo de Ramos. En
ella se presenta al siervo de Yavhé como aquel a quien el Señor le ha abierto
el oído para comprender una realidad muy nueva. Dios se la ha mostrado y el
siervo no se ha rebelado contra la situación. Y eso que es una situación muy
dolorosa porque ofrecí mi espalda a los
que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. [“Mesar”: arrancar
el cabello o la barba con las manos, o tirar de ellos con fuerza, preso de
rabia]. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi
Señor me ayudaba; por eso no quedaba confundido y no quedaré avergonzado.
Todo esto lo teníamos el domingo. Hoy se añade una palabra
final: Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí?; ¿quién será mi
rival? Mi Señor me ayuda, ¿quién
probará que soy culpable?
A las puertas mismas de la Pasión, hay una seguridad
absoluta por parte del siervo, que está anunciando a Cristo, y por tanto nos
está presentando la cara luminosa dentro de la Pasión: la entrega generosa por
la que Jesucristo está ofrecido al Padre para realizar la salvación.
Con una marcha atrás sobre el dato inminente de ayer
(salida de Judas del Cenáculo), San Mateo (26, 14-25) nos trae el momento fatídico
endiablado en que el despechado Judas se va a los sumos sacerdotes para ofrecer
su traición. Y como no había sacado nada de aquel perfume de María sobre Jesús,
ahora quiere rehacerse y viene ofreciendo no gratuitamente… ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo
entrego? Que hasta para vengarse, tuvo la desfachatez de pedir su ventaja
económica. Bien se define la ralea de este personaje.
Ellos se ajustaron en treinta monedas, que dio por buenas
el desgraciado. Y desde entonces buscaba el momento de entregarlo.
En estas circunstancias ha llegado el día en que Jesús
quiere celebrar su Pascua (que no es precisamente “la pascua de los judíos”,
como Juan dejará muy claro), y dos discípulos vienen a preguntar dónde quiere celebrarla. Jesús tiene que
jugar con su perspicacia para no dar pitas a Judas y recurre a una estratagema
(que posiblemente tenía apalabrada con algún buen amigo): Id a casa de Fulano y decidle: el Maestro dice: Mi momento está cerca;
deseo celebrar la Pascua en tu casa con
mis discípulos.
Todo se desarrolló como Jesús había previsto y así –a la
caída de la tarde- se reunió con todos en una Sala que le habían asignado.
Aquí engarza ya con la narración de Juan (que conocemos)
aunque se desenvuelve con sus variantes. Coincide en la declaración inicial en
la que Jesús deja salir de su pecho el dolor más fuerte que lleva encima: Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar. Ellos se quedan consternados y como si nadie se fiase ahora mismo
de sí y diese más valor a la palabra de Jesús, comenzaron a preguntar, con el
alma angustiada: ¿Soy yo acaso, Señor?
Aquí no es el propio Jesús quien moja el pan y lo da en
boca a Judas sino que de los cuencos aquellos, distribuidos por la mesa amplia,
viene a coincidir el que mojan al mismo tiempo Jesús y Judas. Y responde Jesús:
El que ha mojado en la misma fuente que
yo, ese me va a entregar. Seguro que era más de uno y con eso no descubría
a nadie. El momento bochornoso es el de la desfachatez de Judas que llega a
preguntar con todo su cinismo: ¿Soy yo, acaso,
Maestro? Cómo respondería Jesús de forma que no se apercibieron los otros
es difícil de explicar. Porque Jesús afirmó rotundamente: Así es, y sin embargo los discípulos no se echaron sobre Judas.
Como vemos es una escena de un dramatismo especial, que
lleva también su fuerza, distinta de la que vimos ayer narrada por Juan, pero
con evidente potencia para hacerse cargo de lo que fueron aquellas horas en el
corazón del Señor. Yo pienso siempre que los apóstoles estaban como atontados y
en medio de tantos datos no parece que se daban por enterados del drama que se
estaba cociendo en sus propias narices. Pero así nos lo narran los evangelistas
y no nos dejan mucho margen para hacer más comprensible la situación. Ni Juan
nos dice que se alteraran cuando salió “de noche” y simplemente pensaron que
les daba el encargo de subvenir a los pobres, ni aquí Mateo nos dice que se
dieran por enterados cuando dice Jesús abiertamente a Judas que es él. ¿Tan
liados en sus ansiedades estaban pensando aquello de “si acaso soy yo”? No lo sé descifrar. Creo que la cosa queda ahí y
que no queda más que aceptarla como está descrita.
Judas es un personaje que da mucho que pensar. Jesús convivió con él y conocía su corazón y le permitió llegar al final. Jesús fue muchas veces a buscar a Judas y éste tal vez intentó cambiar, pero no amaba lo suficiente al Maestro y le sentó muy mal la elección de Pedro como responsable del grupo."Jesús no había contado con él. Todo había sido un engaño".No supo encontrar el amor y el reconocimiento de Jesús en el día a día y lo perdió todo...
ResponderEliminar