martes, 25 de abril de 2017

25 abril: Signos del que cree

Fiesta de SAN MARCOS
          La verdad es que san Marcos se había quedado poco citado en la semana de Pascua, con solo una referencia rápida –un índice somero- que recogía todo lo que habíamos conocido por los otros evangelistas a través de la semana pascual. Hoy, casualmente, a dos días de finalizar esa semana, nos trae el calendario la fiesta de san Marcos, que ha puesto toda su enseñanza en el tiempo posterior: en las consecuencias de la Resurrección, en la vida de aquella comunidad que ha surgido a raíz de la resurrección de Jesucristo.
          Se apareció a los Once y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la Creación. Ya no es que se avisen unos a otros sobre la resurrección de Jesús; ya no es que Jesús aparece para consolar y fortalecer… Ahora se trata de que todo el misterio que tienen entre manos es para DARLO, es para PROCLAMARLO, es para llevarlo al mundo, para darlo a conocer  a la Creación.
          Y en esa trasmisión del gran suceso de la Resurrección de Jesucristo, tras su muerte, el que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará. El que crea en la Resurrección y además haya sido consagrado por el hecho del bautismo, será criatura salvada. Pero pude haber quien cree pero no ha tenido oportunidad de ser bautizado. No por eso no se salva. Pero el que no cree, el que se cierra a la fe, en que no admite el hecho del Cristo Salvador, ese queda fuera de la historia de la salvación: el que no cree, se condenará.
          Y los signos del CREYENTE no son meras emociones espirituales: son signos que acompañan. Y el primero es que los que creyeren, echarán demonios en mi nombre. San Ignacio nos habla de demonios sutiles que echan “redes”, que cazan con engaño; que se cae en la red sin advertirlo, y que una vez caídos, ya está uno cogido. Son los demonios sutiles que no condenan pero que no dejan crecer; son los demonios que no llevan a pecar pero tampoco permiten dar pasos adelante. Son los demonios que dejan en candiles a los que éramos llamados a ser estrellas. Para mí no es despreciable esta consideración, y bien merece la pena tomarla en consideración, porque es un signo de CRER el estar liberados de esos “demonios” de la vida diaria. Y un signo de una fe menor es ir caminando por la vida sin dar la medida que hemos de dar y para la que estábamos llamados. San Marcos nos está llevando a esa reflexión, y a mí no se me pasa por alto cuando me descubro –y descubro- a tantas “buenas gentes” que no pasan de ser eso: “buenas gentes” que no han encontrado su sitio en la verdadera actitud de CREER: la que echa los demonios en el nombre de Jesús.
          No es nada distinto sino una clarificación de lo anterior el otro signo del que cree: hablarán lenguas nuevas. La lengua nueva fue la que vino en Pentecostés, lengua de Espíritu Santo para dar a los apóstoles una luz y una intrepidez y a las gentes un mensaje novísimo que alcanzó a 3,000 personas de una vez y las metió de lleno en el nuevo orden de cosas. Lenguas nuevas que hablaban palabra constructiva, esperanzadora, creativa, abierta a la luz. Lo contrario  de la palabra que va reptando a ras de tierra, cogiendo toda la suciedad y todo el polvo que hay en el camino. Palabras “aspiradoras” que van recogiendo toda la suciedad que hay a su paso y parecen alimentarse de ella. Hablar LENGUAS NUEVAS es otro estilo, otro fondo del alma, otra visión de las cosas, capaz de no ver lo sucio para quedarse solamente con el brillo que ha quedado en las personas y en sus hechos. Eso es una firma de CREER, de expresar que se cree de verdad en el brillo de la resurrección. Por eso San Marcos es tan rico y por eso merece la pena detenerse en él y meditarlo.
          Por eso el veneno que beben no les hace daño y las serpientes que pican no envenenan Mas claro, el agua. No es que no hay veneno y que no hay serpientes. No es que no  se ve y que no se lo encuentra uno a la vuelta de la esquina. Pero nada de eso hace daño. Se acaba por no ver, y acaban por no inocular su veneno. Existen. Pero están a distancia. Ni gustan ni se quieren. Ni se juzgan más allá que la impresión interna primera que produce en la persona. Pero como la paloma que no se mete en el barro, así se sobrepasa todo eso que ha quedado ahí al margen de la propia vida, para seguir uno mirando hacia arriba, donde el cielo sigue siendo azul.

          Por todo lo cual impondrán las manos en los enfermos y los curaran. Donde quepa poner la mano sanadora, allí se pone. Donde no quepa poner luz, no se entremezcla uno con la oscuridad. Somos llamados a iluminar, a sanar. Pero el enfermo tiene que querer sanar y la persona tiene que querer que le abran las ventanas para ver que hay fuera un sol radiante.

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