lunes, 10 de abril de 2017

10 abril: Amor y odio

Liturgia del LUNES SANTO
          La lectura de Isaías (42,1-7) es consoladora. En ella se nos describe el siervo de siervo de Yawhé –una antesala del Mesías- como un hombre pacífico y bueno, siervo de Dios, elegido a quien prefiere, sobre quien ha depositado su espíritu para que traiga el derecho –la rectitud-  a las naciones. Hombre pacífico que no voceará por las calles, no gritará, no clamará,  y cuya obra será de consolidar u no de destruir: no quebrará la caña que ya está cascada ni apagará el pabilo vacilante (la mecha que ya humea porque no tiene apenas llama…, porque no tiene apenas valores positivos). La labor de este siervo de Yawhé  será la labor de consolidar la tierra, dar respiro al pueblo, porque ha sido escogido por el Señor que le ha llamado y le ha dado la mano y le ha hecho alianza de un pueblo para dar también luz a las naciones.  Y tras ese conjunto de imágenes consoladoras, que evidentemente tienen su realización plena en Jesucristo, concluirá esta preciosa profecía con las palabras que definen a Jesús de forma directa; Todo cuanto ha hecho en ese Siervo, es para que abras los ojos de los ciegos, saques de la prisión a los cautivos, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Una descripción que nos define la obra de Jesucristo y nos retrata lo que fue la vida de Jesús.

          Jn 12,1-11 es otra bella narración que toma dos direcciones muy diferentes según el pecho de quien las encabeza. María, Marta Y Lázaro han convocado una comida de fiesta para celebrar la vuelta a la vida del que estuvo muerto. La comida se desarrolla en la alegría de estar todos a la mesa, juntamente con muchos judíos amigos que han venido a celebrar el acontecimiento. A Los postres, desaparece por un instante María, esa mujer llena de emociones del alma y afectos del corazón y aparece con un frasco de alabastro de perfume riquísimo de nardo puro, que derrama íntegro sobre la cabeza de Jesús, hasta romper el frasco para que no quede nada. La donación el plena, gratuita, como de quien quiere pagar con algo de lo mejor de su tocador a aquel hombre que les ha devuelto la vida a los tres hermanos.
          El gesto es acogido con admiración, con benevolencia, con aceptación, por parte de muchos comensales, que saben todo el significado de aquella donación que ha hecho María.
          Pero Judas ni estaba en la onda del afecto a Jesús, ni sabe juzgar en su punto lo que es un acto de amor gratuito. Judas –que es descrito por el evangelista como ladrón…, como hombre que metía la mano en la bolsa común-, no sabe entender más que lo que a él le atañe. Para él aquel gesto es un derroche inútil, porque podría haberse vendido por trescientos denarios y dárselos a los pobres. El evangelista apostilla que a Judas no le importaban los pobres. A Judas le iba mal aquello porque no había engordado su bolsa y le quedaba menos botín del que aprovecharse. Pero fue el iniciador de los tiratapias que surgirían después con tanta facilidad para culpar a la Iglesia de sus “tesoros” en vez de dalos a los pobres.
          Jesús salió en defensa de la acción de maría. Y le supo a Judas a cuerno quemado: primero porque le quitaba la razón: a los pobres los tenéis siempre con vosotros; en cambio ésta se ha adelantado para mi sepultura. [No era pequeño el presagio con que Jesús aceptaba ya aquel perfume]. Pero además a Judas le quemó que defendiera a una mujer por delante de él. Era algo que le humillaba y que le encendió ya la mecha de su maldad interior.
          De los invitados, unos vivieron con gozo todo aquel episodio y toda aquella fiesta y se congratularon con los tres hermanos, porque no era poco suceso haber visto al muerto salir de su sepulcro a los cuatro días.

          De los sumos sacerdotes tenemos otra reacción muy diferente: si la resurrección de Lázaro era motivo para que creyeran en Cristo, la solución estaba en matar a Lázaro, además de Jesús, de modo que acabado el “habeat corpus”, se quitara la causa de aquellas personas que se iban a la nueva expresión de la fe. Como puede verse –y siempre repito que no extrañe nada de esto porque es el mismo procedimiento agresivo de ese pueblo en la actualidad- la solución de los sacerdotes o de los fariseos es siempre matar. Estamos ya la cuenta atrás de la Semana Santa. Va a tener ciertamente una muerte, la muerte de Jesús. Lo matan, sí; las pasiones humanas se ceban en él, sin justicia y sin piedad. Pero el insondable proyecto de Dios es otro muy diferente: aprendió, sufriendo a obedecer, y en su obediencia culminó un proyecto de vida eterna. Sus cicatrices no curaron. Judas se va resabiado a los príncipes de los sacerdotes. Dios está estableciendo el puente –en forma de cruz-pata poder pasdar el abismo de la muerte.

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