jueves, 3 de julio de 2014

3 julio: Santo Tomás y el silencio

Silencio caritativo salvador
             Un elemento central en aquella semana de Pascua, entre el domingo de resurrección y el siguiente, fue el SILENCIO. Y lo digo a propósito de la fiesta de hoy, día de Santo Tomás, apóstol. El evangelio (Jn 20) nos relata el momento en que regresa Tomás esa tarde –se había salido del grupo, seguramente por ese carácter suyo tan exaltado, que no pudo aguantar las noticias que iban y venían, pero sin haber visto los apóstoles al Señor-. Y al regresar, los compañeros le salieron con los ojos brillando de alegría “porque hemos visto al Señor”. Lo que pasara por el sentir de aquel hombre es muy difícil de catalogar. Pero como todo el que no tiene la razón de su parte, reaccionó malamente. Y el caso es que no sólo era una reacción fuera de lugar hacia los compañeros, sino falta del menor respeto al propio Jesús: si yo no meto mis dedos en los agujeros de sus clavos y no meto mi mano en su costado, NO CREO.
             En verdad era una puñalada en el alma de aquellos Diez, que habían salido llenos de ilusión a comunicarle la buena noticia. Cualquiera hubiéramos pensado que se merecía una respuesta fuerte, y hasta fuera de tono (porque él se había situado “fuera de tono”). Pero nada de eso ocurrió. No en vano los Diez acababan de recibir el Espíritu Santo. Y con ese Espíritu Santo dentro, la reacción caritativa y prudente fue callarse; fue EL SILENCIO. Así, ni ellos decían lo que no debían decir (¡aunque ganas no les faltaban!), ni Tomás se exaltaba más, si le hacían frente. Se fueron metiendo dentro de la estancia, dejaron que Tomás –si quería- tomara la iniciativa…, y aquella noche acabaron por irse situando cada uno en su lugar para dormir (si es que podían…; y si es que Tomás podía dormir, después de sus exabruptos tan absurdos como faltos de educación).
             El día siguiente procuraron los Diez la normalidad de sus actos, sus oraciones, su desenvolvimiento…, salvo lo muy difícil de no poder hablar de lo que más llevaban dentro: la aparición de Jesús triunfante, de la que eran testigos directos. Pero sacar esa conversación era hincar más el clavo en Tomás. Y un SILENCIO PRUDENTE aconsejó eludir el tema. Y un sentido de respeto (el que Tomás no había tenido). Y dejar pasar el turbión que el díscolo debía llevar dentro.
             Alguno, más afín a Tomás, más cercano en aquellos años, supo hacerse presente a Tomás, aunque sin sacarle ese tema. Debía ser Tomás quien iniciara en su momento y oportunidad. Y seguramente llegó ese momento, porque Tomás sufría por dentro y tenía que desaguar su propia imprudencia. Un brazo por encima del hombro de Tomás sellaba ya la paz, y le aseguraba que el Maestro volvería. Que tendría Tomás ocasión de verlo nuevamente, porque –conociendo al Maestro- Él no iba a dejar las cosas así.
             Quiero hacer hincapié en EL SILENCIO PRUDENTE, en el valor de SABER ESTAR CALLADOS, en el descanso para el alma, en la plataforma que es el silencio para dejar venir a Dios. En la oportunidad para escuchar a Dios. En la caridad para los demás. En el “espacio” privilegiado para reposar el espíritu. En la gran ocasión para no decir lo que no se debe decir. En el ámbito de respeto que supone hacia los otros. En el “lugar” en que se asienta la VIDA INTERIOR.
             Por eso suelo decir que quien mucho habla suena a hueco. El hablar hace de caja de resonancia de muchas repeticiones, de muchas estupideces y de muchos cansancios de quien escucha. Y es una valla muy fuerte que impide escuchar a Dios.
             Cuando San Ignacio inventa aquella fragua de espíritu que es el Mes de Ejercicios Espirituales, dice que el ejercitante debe cambiar de estancia para situarse en un ámbito que le favorezca el aislamiento del mundo exterior. Aunque no escriba la palabra “silencio” está implícita. Si se quiere escuchar a Dios, hay que sumergirse en el silencio, abrir compuertas a Dios y sintonizar su onda, sin que haya interferencias. Se trata de hallar a Dios, y Dios ESTÁ EN EL SILENCIO.
             Trasladado al ámbito humano, Tomás se salvó de su imprudente orgullo, gracias al silencio prudente de sus compañeros. Sus compañeros supieron callar porque el Espíritu Santo actuaba. Y Tomás recapacitó, se tragó su soberbia, y se puso en tesitura de ver a Jesús porque también se mantuvo callado y rumió sus insensatas bravatas.
             Y vino Jesús… Y Tomás se corrió de vergüenza. ¡Si el pudiera ahora borrar lo que dijo..! Pero las palabras dichas ya no se borran. Jesús recogió el guante y se vino a Tomás y le hizo hacer…: Trae tu dedo y mételo en mis manos… Tomás ardía de fiebre interna. Le dolía su propia imprudencia anterior. Trae tu mano y métela en mi costado… Y Jesús mismo le fue dirigiendo aquella mano…: Si Tomás no queda ahora mudo es porque rompió en el acto de fue más profundo que podía hacerse. Ya no ve ni siquiera al “Maestro”; ahora ha caído de rodillas sollozando, y reconoce al SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO. ¡Mucho más allá de lo que tocaba y veía!

             Jesús abrió el abanico a favor nuestro y dijo: Tomás: porque me has visto has creído. Dichosos los que creen sin ver. Lo que nuevamente incide en el tema básico: Dichosos los que saben callar y descubren a Dios en su silencio. Y practican la caridad fraternal callando cuando hay que callar (que dicho sea de paso, es la mayoría de las veces).

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