miércoles, 23 de julio de 2014

23 julio: Para todo honrado ser humano

Vocación
             Hoy entra el profeta Jeremías en la 1ª lectura: 1, 1, 4-10. Dios se ha fijado en Jeremías y lo llama a ser su profeta. Pero esa llamada está precedida de un requiebro de amor divino, que pone ante los ojos de aquel muchacho una serie de previas acciones de Dios: Antes de formarte en el vientre, te amé; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles. Esas palabras se han escrito miles de veces después, cada cual que alguien ha querido plasmar en tres frases el amor predilecto de Dios sobre él o ella. Ha sido como un emblema que ha caracterizado la maravilla de Dios que es una vocación.
             Puede pensar cualquiera que hoy va de personas consagradas, de esas vocaciones especiales, que suponen un apartamiento del mundo, una excepción en el común de los mortales: misioneros, sacerdotes, religiosas y religiosos…
             Yo quiero romper lanzas a favor de toda vocación: de mi amigo médico, la del otro amigo poeta, la del que vive honrada y gozosamente su vida en la misión que le encomiendan. Aun a sabiendas de la zancadilla que le han echado cuando lo han quitado de lo que era su realización mejor de sus muchas cualidades, y lo han relegado a un puesto administrativo. Hablo también del que busca ganar cada día la batalla de una buena enseñanza desde su puesto de Maestro… Y así podría seguir. LA VOCACIÓN no es que “se suponga”, pero la vocación es cuando es.
             Y fue vocación aquel primer titubeo –casi habitual- del que tiene el primer miedo por dar el paso…, porque cree que él o ella no podrá con aquel horizonte que se le abre delante, pero al que uno ve inasequible. Y de pronto siente el impulso de decir: Y si otro pudo, ¿por qué no yo? Y se da el tímido primer paso. Y luego otro. Y luego empieza a sentir que pisa más fuerte… Y un día tiene los dos pies bien consolidados en aquella profesión u oficio o labor.
             Indiscutiblemente hay una serie de vocaciones que entran dentro de unas capacidades y aptitudes humanas. El maestro, el médico, el poeta o el fiel trabajador en su puesto, sabe que una dosis de osadía o valentía, y una capacitación adecuada, le ponen en el lugar de su misión.
             Pero dentro de eso mismo caben esos momentos en los que Dios sale al paso de una manera peculiar, y de pronto viene al sujeto y le susurra al oído: Desde antes de nacer, te escogí; desde el seno, te amé…, y conté contigo; te puse un nombre muy concreto… Más de una vez la persona se ha echado a temblar, aunque con un temblor trémulo de emoción, de sentirse derretida el alma, porque está experimentando –detrás de todo eso- que Dios le sale al camino y le va a encomendar algo. Es ese momento en que el instinto tira hacia atrás, y casi quiere uno “defenderse”: yo no valgo, yo no sirvo, yo no puedo… Y Dios responde: No digas: no puedo, porque donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo harás.
             Bendito momento en el que llega una persona a sentir que Dios no se le ha acercado en balde…, que no fue casualidad aquel encuentro… Que el “prólogo” con que Dios se ha hecho presente es toda una carta de presentación que se hace –por sí misma- llamada y exigencia, y que ya no cabe el paso atrás… Y Dios, que no pierde la iniciativa, dice: No digas: yo no valgo…, y tocando los labios (o el corazón) con su dedo divino, pone a la persona en pie y la lanza a ser profeta…, a ser misionero de Dios, a ser testigo de la maravilla de Dios. La lanza a PODER; a que no se escude en su impotencia humana.
             Y jeremías se plegó a Dios. Y hubo de luchar y hubo de sufrir. Pero también construyó, levantó alto la verdad de Dios, que capacita a los humanos a ir más allá de lo que la persona cree poder y saber. La verdad que nadie sospecha adónde levanta Dios, en qué alturas pone Dios…, y hasta qué funambulismo (sin redes protectoras visibles) lleva Dios. ¡Para eso es Dios!, y le basta llevar su dedo al ser íntimo de la persona para hacer un gigante del enano humano más negado…

             Hoy vuelve al Evangelio la parábola del sembrador, en su primera parte. Enumera. Ahí hay falsos profetas que impermeabilizan su alma y no dejan entrada a Dios. Y los hay “de merengue”, que a la primera de cambio el “gusto” se les reseca por falta de raíz. Y los hay tan liados en “otras cosas”, que acaban con un “no puedo” penoso. Y los hay JEREMÍAS, que aceptaron la llamada de Dios y dieron el fruto correspondiente. Se sintieron con la muy hermosa responsabilidad de haber sido amados desde ante de existir, y haber venido ya a la existencia con el Pan de Dios bajo el brazo. ¿Iban a decirle a Dios: “¡No puedo!”?


             San Ignacio establece un pilar central: “Procura traer delante de tus ojos, todos los días de tu vida, a Dios primeramente, y luego este tu vocación, que es camino para ir a Dios, y procura alcanzar este alto fin adonde Dios te llama, cada uno según la gracia con que le ayudará el Espíritu Santo”. Al pie de la letra le va lo mismo a mi amigo médico, que al poeta, que el maestro, que al administrativo. Y por supuesto tiene un valor añadido para quienes nos sentimos en el carro de una vocación específica, a la que fuimos llamados para proclamar “de oficio” el REINO DE DIOS.

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