La PALABRA
Apasionante
tema el de este domingo 15 A, del Tiempo Ordinario: LA PALABRA. Comienza una
manifestación de Dios por medio de Isaías (55, 10-11). Dios afirma que su
Palabra es como la lluvia: cae desde arriba, empapa la tierra, y luego –al evaporarse-
regresa para formar nuevas nubes. Que en el proceso natural, volverán a
descargar lluvia, a empapar la tierra y a regresar hacia la atmósfera. “Así mi Palabra no vuelve a mí vacía sino
que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.
Pero
llega Jesús y explica el proceso de la PALABRA. Existe una realidad de no acogida. Cuando el corazón del que
la recibe está tan duro como la tierra apisonada de un camino. La Palabra
llega, pero le pasa lo que a una semilla que cayera en el camino o al borde del
camino: allí no hay posibilidad de que germine. Dice Jesús que llegan los pájaros y se la comen. Y
explica después: el demonio la arrebata.
Bien podemos decir en lenguaje llano: no se le tiene en cuenta, no se le hace
caso, pasa uno de ella… La Palabra esa no vuelve al Cielo. Ha quedado estéril y
vacía.
No
es mejor efecto el que tiene esa otra “semilla” que cae en sitio sin mucha
tierra… Hay esa pequeña cantidad de buena fe como para que se reciba la
Palabra, guste y dé esperanza. Pero allí no hay reflexión, no hay un sincero
interés, no se le ha dedicado una atención… Y es como la semilla que empieza a
crecer pero llega el sol y la quema. Al final, también es semilla sin fruto…,
perdida. Jesús explica que es la situación de la persona inconstante, y que cede
paso más fácilmente a la tentación, a la comodidad, a no querer compromisos por
causa de la Palabra. Tampoco esa Palabra regresa a Dios. A Dios se le deja
esperando. No evaporó el fruto que la Palabra tenía destinado dar. Se “oyó”, no
se “escuchó”…
Un
tercer paso que explica Jesús de Palabra perdida y sin fruto es la que está
bien sembrada, tiene jugo, puede echar raíces y las echa…, pero está entre
muchos matorrales bravíos. Se ha “oído”, se “escuchado”, se ha “meditado”…,
pero las preocupaciones, las dificultades, las exigencias que se derivan de la
misma Palabra, acaban ahogando lo que pudo ser una semilla con fruto. O sea: la
Palabra no ha cogido el alma. Ha quedado en lo superficial de “bonita”, “interesante”,
“ojalá”…, pero no se llegó a meter dentro como para replantear la vida desde
esa nueva visión de la Palabra.
La
tierra buena es la que ni es dura de
alma, ni carece de tierra, ni las brozas ahogan… La PALABRA empapa y regresa a
Dios con sus frutos. Y dentro de esa tierra buena, la hay “buena” y “mejor”…, y
mejorable. Porque quien da 30 puede dar 60 y quien llegó a 60 puede empapar
tanto que regrese hasta Dios con las manos llenas. Ahí la PALABRA horada,
penetra, influye, realiza transformaciones, lleva al cambio de actitudes. Ahí
ha ejercido su labor propia, aquella para la que Dios la PRONUNCIÓ.
Y
Jesús apostilla: quien tenga oídos para oír, ¡QUE OIGA!
Voy
a añadir una aplicación muy práctica y real:
Demasiados
fieles calculan mal la hora del comienzo de la Misa, y se quedan precisamente
sin escuchar la Palabra. Alguno que
otro puede estar presente, pero está en
sus devociones…, o sencillamente no
atiende a la Palabra. Otros están
tan distraídos que ni se enteran. Si
se les preguntara después de qué trató la Palabra, no pueden dar razón de ella.
Tendríamos ahí –sin parábolas- claros ejemplos que dejan huera la Palabra de
Dios. Esa Palabra que tenía que empapar…, y no llega ni a mojar. ¿No es esa una
responsabilidad que está anulando la fuerza intrínseca de la Palabra? ¿No tenía
la Palabra que haber penetrado hasta lo más
íntimo de la persona, como espada de doble filo? Es evidente un punto a tener muy en cuenta.
Porque
todo esto no va al margen de la participación en la Misa y en la Comunión. La
MISA ENTERA está preparada para ser ENTERA, y por tanto teniendo en la Palabra
la misma fuerza que en la Eucaristía. Intercambiándose Palabra y Eucaristía,
Eucaristía y Palabra. Porque la Comunión
no es un hecho aparte del conjunto de la Misa, sino el desemboque de haber
asimilado la Palabra y encontrarse personalmente con el Cristo que es PALABRA
DEL PADRE, para que resuene ahí dentro del alma de la persona, sin que ni las
esclavitudes del YO, ni las influencias de fuera, puedan agostar la fuerza
dinámica que lleva en sí la Palabra en orden a la calidad de la fe de la
persona.
¿Cómo
volverá hoy a Dios la Palabra que HOY ha pronunciado en nosotros? No debe
volver a Dios vacía, porque Dios la concibe como lluvia que empapa y evapora
para nuevas nubes que sigan empapando.
San Ignacio centra sus Ejercicios en EL EVANGELIO. Si el Evangelio no es el comienzo de encuentro con la PALABRA DE DIOS, será muy difícil rozar siquiera el sentido del resto de la Biblia y del mismo Nuevo Testamento. El camino al que nos lleva Ignacio es al seguimiento de Jesucristo. De ahí que el secreto de sus Ejercicios Espirituales esté en identificarse con la Persona de Jesús. Y para eso, Jesús no puede quedarse en "ser visto"; hay que conocerlo internamente, sentir con sus sentimientos, querer ser como Él es, unirse a su vida y Pasión y gozar con su gozo de resucitado.
Pedimos que la Palabra de Dios sea
leída, oída, escuchada, meditada hasta que empape nuestra alma.
-
Que nuestro corazón está blando para dejar entrar la Palabra de Dios, Roguemos al Señor.
-
Que el gusto que nos produce la Palabra sea secundado por un interés
por conocerla y profundizarla, Roguemos
al Señor
-
Que estemos vigilantes para que las preocupaciones, tentaciones,
agobios del día, nunca ahoguen la Palabra de Dios que hemos acogido, Roguemos al Señor.
-
Que –acogida y meditada la Palabra de Dios- vaya dando fruto creciente en
nosotros, Roguemos al Señor.
-
Que afinemos al máximo en nuestra participación plena en la MISA
ENTERA, con la fuerza de la Palabra y la Eucaristía, Roguemos al Señor.
Señor Jesús,
que hablaste en parábolas para hacerte comprender mejor: haznos penetrar
siempre en esa Palabra que sale de la boca de Dios, y debe volver a Él muy
llena de respuesta.
Te lo pedimos a ti, que vives y reinas con
el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los
siglos.
Aprovecho para llamar la atención a un detalle que tal vez no sea tenido suficientemente en cuenta generalmente. La Palabra viene mucho antes de la Comunión en el orden de la Misa. Forma parte de un todo, pero viene primero, lo cual me suscita que si la Palabra no me la tomo como lo que es, y simplemente la "dejo pasar" en cada Misa como algo que hay que "pasar" inevitablemente para llegar al final de la Misa, ¿estoy realmente aprovechando el inmenso don que Dios me hace en cada Eucaristía? ¿Estoy predicando con mi testimonio que realmente soy un creyente?
ResponderEliminarDoy gracias a Dios por las dos mesas que nos pone por delante en cada Misa. Primero la de la Palabra, por medio de la cual El nos habla. Y luego la de su Cuerpo y su Sangre, que aprovecho para meditar que es también su Alma y su Divinidad.
Hemosa parábola que nos cita el Evangelio de este domingo.Esta parábola nos reproduce la situación agrícola de las tierras de Galilea.Terreno accidentado y lleno de colinas,donde destinaban a la siembra pequeñas extensiones de terreno en valles y riberas.
ResponderEliminarDespués de leer la meditación del padre ,poco que comentar.Dar gracias a Dios por haber puesto en nuestro camino a un sacerdote enamorado del Evangelio que ha sabido inculcarnos su PALABRA de una forma clara y directa.
Pidamos al Señor que nuestro corazón no sea camino donde el enemigo se lleve la semilla;ni peñascal donde lo que brote se seque con el sol ;ni abrojal donde las pasiones y defectos no dejen ver la luz y ahoguen su PALABRA.
Que nuestro corazón sea tierra que de fruto y esto sólo depende de nosoros que somos libres de corresponder la gracia.