domingo, 20 de julio de 2014

20 julio: Un acto intenso o mil remisos

 ¿Semilla de mostaza que crece?
o ¿Rana cocida a fuego lento?
             Hoy es un día de parábolas. Las principales –esenciales-, del Evangelio. Alguna –no evangélica- que se cuela por ahí para explicarnos mejor.
             Comenzando con la orientación litúrgica, una breve 1ª lectura del libro de la sabiduría, 12, 13 a 19, nos afirma que Dios está al tanto de todo para que no gane la maldad. El poder de Dios mes HACER LO BUENO. Su fuerza, reprimir la audacia, y tener misericordia con el que cae. Enseña así que el justo debe ser humano, y también que en el pecado cabe el arrepentimiento.
             Desde ahí pasamos al Evangelio con su conjunto de parábolas: Mandando como llamada importante, LA CIZAÑA. [Mt 13, 14-43]. Se trata de declarar una “normal anomalía”. Cristo siembra siempre semilla limpia y buena, de día, a la luz. Jesús enseña lo que tiene que enseñar, a las claras. Por la noche un enemigo malo sobresiembra cizaña. [Unas “malas piezas” que tienen sus cátedras, sus medios de comunicación perniciosos y torticeros, unos maestros de engaño, unos compañeros envenenados…]. Ellos con rostro, boca, ojos y cizaña en ristre, van dejando caer la cizaña sobre el campo limpio que había recibido la buena semilla. No cabe ya pensar en la batalla directa contra la cizaña mala; sólo queda un momento final en el que los ángeles de Dios, con “instintos” suficiente para distinguir una cosa de otra, siguen la cizaña y la envíen al fuego, y sieguen el trigo bueno para almacenarlo en los silos del Cielo.
             Pero Entre parábola y explicación ha entremezclado Jesús dos parábolas más, que no van al margen ni son de menor importancia. Porque una y otra tienen mucho que ver con la primera. La de la LEVADURA es poner ante los ojos que en medio de una masa, sea cual fuere, la levadura hace un efecto: esponja la masa, la hace crecer, la convierte en comestible. Una pizca de levadura hace fermentar todo. Si lo aplicamos al mal, tenemos la parábola de la cizaña en los efectos perniciosos y malos. Y está a la vista, aunque no se ven las manos negras “que actúan con alevosía”. Pero la levadura buena sirve para levantar la masa en una línea creativa, que hace expandirse el Reino de Dios. Es a lo que Jesús se refiere y a lo que nos llama. Y lo que nos cuestiona tremendamente, porque nos hemos repantingado en nuestras “bondades adquiridas” y la levadura no funciona. Y si la levadura buena no funciona, ¿a quién nos quejamos cuando los sembradores de cizaña campan por sus respetos?
             Se me ha venido a la mente aquella poesía…, cuando el niño que está viendo la procesión de semana santa, no puede ya contenerse más viendo al sayón que maltrata la imagen del Cristo, y agarra su honda y pega una pedrada que hace rodar la cabeza del muñeco. Y cuando la gente se arremolina sobre él y le pregunta por qué lo ha hecho, el chiquillo responde enfurecido: “porque sí; porque le pegan”. Y entonces se pregunta el poeta: “¿Somos los hombres de hoy, aquellos niños de ayer?”. La parábola de la levadura no se queda para saberla o leerla o meditarla… Cuestiona si hay tal levadura…
             Luego sigue Jesús mostrando otra dimensión: la de la mínima semilla de la MOSTAZA, cuya fuerza acaba creando un arbusto tal que hasta los pájaros de mil colores vienen a anidar en sus ramas. Así ve Jesús el Reino de Dios: cuando un solo cristiano, sin nombre, sin aparente influencia, se “siembra” y empieza a tener expansión e influencia, y hasta atractivo para que se le vengan a él gentes de mil clases. Es la vocación de la fe cristiana: a expandirse. Y ahí es donde Jesús está llevando este “plato combinado” de parábolas.
             Con esa peligrosa contraposición del cristiano que va cediendo poco a poco. Como la famosa ranita que es metida en una olla y puesta fuego lento, y hasta se “siente bien” porque es mejor que el agua fría de la charca. Luego aumentan el fuego y, aunque algo molesta, la verdad es que crea un ambiente muy relajado para la ranita…, que se puede adormecer gustosamente. Naturalmente pierde energías con aquel calorcito enervante. Y cuando le meten el fuego que quema, la rana ya no tiene energías para saltar…
             Si ese fuego fuerte se lo hubieran metido al principio, la rana salta violentamente. No lo hubiera admitido. El arte fue irla enervando. Como la misma vida. No se cuecen las “cizañas” de pronto ni de frente. Los cristianos saltaríamos. Pero cocidos poquito a poco, cediendo poquito a poco…, ahí estamos como la rana que ya le da todo igual, entregada a “bien morir” en la caldera de Pedro Botero. ¿Nosotros, a nuestra edad, en nuestras circunstancias…, qué podemos ya hacer?...  Y los sembradores de cizaña, campan a sus anchas.
             Los padres ¿ya qué van a poder hacer? ¡Han condescendido con “sus ranitas” y ahora ellas se los comen por sopa! ¿Y queremos seguir así? ¿Nos hemos ya adaptado a ser “ranitas enervadas” por la TV, la butaca, lo que dicen las últimas informaciones manipuladas o el último macutazo que nos llega a los oídos?
             La 2ª lectura –Rom 8, 26-27- nos dice que el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda…, intercede por nosotros con gemidos inefables; escudriña los corazones, y nos dice cuál es su deseo. La buena semilla está ahí. Lo que hace falta es ser campo preparado para recibirla.
             Hace falta ir a la Eucaristía con una decisión muy clara de que sea un botón de fuego en nuestro corazón para que levadura y mostaza tengan su lugar y su expansión en cada cual. La elección es bien sencilla: o trigo bueno de Eucaristía, o ranita enervada por la templanza del fuego tonto.


             San Ignacio dice: Vale más un acto intenso que mil remisos.

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