sábado, 19 de julio de 2014

19 julio: A enemigo que amenaza...

“Puente de plata”
             Estamos asistiendo en el momento actual a una demostración palmaria de cómo es el temperamento judío. Y al leer las descripciones bíblicas no podemos prescindir de esa idiosincrasia de un pueblo tan belicoso, vengativo y violento. Quizás, incluso, “sin alma”. Los personajes fundamentales de sus orígenes lo definen como pueblo duro de cerviz. Y eso no está dicho en balde. Con historias “más recientes” como la vida de Jesús, también quedó plasmado qué clase de “alma” era la de aquellos hombres.
             Por eso ya he dejado dicho en otra reciente ocasión que la Biblia hay que leerla “en diagonal”, de manera que nos quedemos con el néctar y dejemos la pulpa. En lenguaje moderno se dirá que hay un leiv motiv transversal.
             Pues bien: Hoy nos llega Miqueas (2, 1-5) y nos habla de aquellos que traman iniquidades de día y de noche; que codician campos y roban en las casas; que oprimen a la persona y sus posesiones… ¡Ay de ellos! Lo coherente judío es meter a Dios en liza con ese pensamiento y ser Dios mismo quien medita una desgracia contra esos; maldice su futuro; y predice males contra los autores de esas realidades. En medio de eso, Lo transversal es la Historia de Salvación que Dios escribe con tantos renglones torcidos. Dios no necesita emplear la violencia. Ve cómo esas personas se acabarán destruyendo unas a otras. Es muy significativo –e invito a leer el 2 Cro, 20, 1-24- para ver que no es Dios quien toma venganzas ni hace amenazas, ni crea situaciones de guerra, sino que son los mismos humanos protagonistas quienes se bastan para destruirse entre sí, precisamente desde su ambición y su dureza testaruda de arrasar y destruir y derrotar.
             Un caso más cercano es el del Evangelio de hoy (Mt 12, 14-21). Comienza ya con la decisión de los fariseos de acabar con Jesús. Basta echar una página atrás para ver que no ha ocurrido otra cosa que hacerles caer en la cuenta de que ha sido absurdo decir que Jesús echa los demonios con poder del demonio; o que los discípulos han triturado entre sus manos –en sábado- unas espigas, y Jesús ha dejado sin argumento a los fariseos escandalizados. Con eso basta ya para tramar acabar con Él. [¿Ha muerto un judío o han secuestrado a unos niños judíos? Pues ¡dicho y hecho!: ya van más de 300 muertos de la otra parte…, y muchos niños entre ellos…!].
             Y Jesús lo vislumbra y opta por hacer mutis por el foro. Parafraseando el refrán, “a enemigo que trama ruina, ¡puente de plata!”. Y Jesús se retira, haciéndose el desapercibido y pidiendo a la gente que no delate por donde está…, pero ahí donde está sigue siendo elk Jesús bondadoso, taumaturgo, que emplea su fuerza en hacer el bien, en curar enfermos, en dejar clara la línea transversal  de uno que –más allá de las maldades humanas, pasa derramando su bondad…; SALVANDO. ¡Esa es la historia de Dios!, que –en tanto hay más oscuridades alrededor- más reluce a los ojos limpios de la gente sencilla, de la gente que sabe leer en diagonal toda la “historia” bíblica.
             Dice el refrán popular que quien al cielo escupe, en la cara le cae. Y liberando tal dicho de su connotación de venganza celestial, sí expresa la otra realidad –muy humana- de que en el pecado lleva la penitencia”. El violento sufre violencia. Y aunque nadie se vengara de él, en su rostro lleva ya impresa la marca del malhechor, del degenerado. El pacífico lleva las comisuras de sus labios extendidas hacia las orejas, que es el signo de la paz. Se suele decir: “he dormido a pierna suelta”. Lo contrario del que sus venenos interiores no le dejan dormir”.
             Un pueblo que siempre está en armas y con la tensión a flor de piel, podrá creer que gana, que vence… Pero en su fuero interno ese orgullo cuesta tantas “noches sin dormir”, que bien lleva “la penitencia” encima.
             De Jesús se puede decir –concluye la lectura de ese evangelio” que “el siervo predilecto de Dios, elegido y amado, sobre el que va descansando el Espíritu de Dios, no porfiará, no gritará, no voceará por las calles; no tronchará la caña cascada y no apagará el pabilo vacilante”. ¡Qué preciosa descripción de Jesús!..., y de los que son de Jesús. ¡Qué concreción tan clara de que he venido a traer la guerra contra uno mismo, y no la falsa paz, para así poder vivir en paz con todos los demás! Precisamente porque su distintivo es la paz, Él no troncha lo que está ya cascado, ni apaga la mecha que titila porque le falta el aceite. Porque viene a PONER PAZ, comienza Él por ser el pacífico, por evitar la causa de tensión, por eliminar el pensamiento que daña…, el juicio negativo que sigue al mal pensar, y evita el mal pensar que sucede al mal ver y mal mirar.
             “Huye Jesús”. Huye muchas veces a través del Evangelio. Esas huidas que son enormes victorias porque son para evitar confrontaciones. “Ojos que no ven, corazón que no quiebra”. ¡Qué hermosa manera de quitar guerras inútiles, dentro de sí o hacia afuera!
             Lo que no quitó ni un ápice de decisión y valentía cuando llegó el momento, cuando aquella “hora” se presentó ya en dilema de fidelidad. Porque allí y entonces, dio la cara y dio la vida. No contra nadie, sino a favor de todos.

             San Ignacio pone su característica de discernimiento en tener un equilibrio pleno dentro de sí, a la hora de plantear una elección. La paz, por delante, y cuando ya se ha visto en paz lo que hay que decidir, se toma la decisión cueste lo que cueste.

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