miércoles, 15 de enero de 2014

Casa de Simón.- 15 enero

EL PRÓXIMO VIERNES -TERCERO DE MES,
HAY ESCUELA DE ORACIÓN.
5'30, EN Salón de Actos.
[Jesuitas, Málaga]

TRATAR A JESUS
             Aquellos hombres que –primeros- habían seguido a Jesús Simón, Andrés, Santiago y Juan) iban acompañando a Jesús en estos pasos que el Maestro estaba dando. El paso por la sinagoga, escuchar hablar, ¡y aquel modo nuevo de hablar!, y la fuerza superior que vence al poder maligno, fueron experiencias acumuladas que empezaban a desvelar esos discípulos que el paso que habían dado, casi a la aventura, no era tanta aventura porque Jesús era “otra cosa”. No era un rabino que enseñaba, ni un letrado avezado en exponer las Escrituras. Empezaron a ver que allí había más, y su primer paso –respuesta a la llamada imprevista: “seguidme”, tenía mucha más enjundia de la que sospecharan cuando se sintieron imantados y dejaron a ciegas las barcas, las redes, la familia, los jornaleros.
             Han acabado en la sinagoga, y como está muy cercana la casa de Simón, allí lo invita él, aunque sólo como estancia, porque la suegra –que lleva la casa- ha amanecido con fiebre y está en cama. Pero la casa podía servir de lugar de descanso, de estar bajo techo.  En efecto se van hacia allí, y Jesús pide poder visitar a la enferma. Simón (y si algún familiar más hubiera allí) lo introducen adonde estaba la enferma.
             Jesús se sentó junto a ella, se interesó por lo que sentía aquella mujer, le bromeó delicadamente… Ella lamentaba no poder serles útil porque le dolían todos los huesos.  Que si ella estuviera buena, les iba a dar gloria bendita.  Jesús –con su fino humor- le acepta el ofrecimiento, la toma de la mano y le dice: Pues a ponerse en pie y a hacer esa “gloria bendita. Y dice el texto: “Y la dejó la fiebre”.
             Jesús se retiró a la estancia de fuera y se quedó hablando con aquellos hombres que –como puede imaginarse- tenían unas ganas locas de preguntarle muchas cosas, tras las experiencias recientes e inmediatas… (Y en esto aparece la suegra de Simón, bien arreglada y ya dispuesta a preparar una comida que obsequie y agradezca…)  Un dato más para los 4. Y se va llevando una conversación distendida e interesante…, y en verdad, cada vez más apasionante, porque aquellos discípulos se van encontrando con que Jesús tiene realmente una autoridad que abre cauces inauditos en lo que para ellos era “la fe de Israel”, a la que Jesus no le quita ni un acento pero la va estirando y ampliando hasta que lo que está presentando es otra cosa de lo que ellos tenían en su mente. Hasta aquí, toda la expectativa de aquel pueblo judío era volver a tener un rey que salga al frente de sus ejércitos en defensa del orgullo patrio. Y se encuentran con que el REINO que les pone delante Jesús es algo absolutamente diverso.
             Cada vez apasionaba más estar allí y dejar hablar a Jesús. Ante aquellas ideas del Dios de Israel que ellos habían recibido, y que de alguna manera establecía una distancia reverente, se van encontrando (aunque ni sea ahora cuando Jesús lo detalla), que el PADRE BUENO de aquel hijo díscolo y aventurero, de cascos ligeros y poco corazón, no era ningún obstáculo para que el padre saliera siempre en su busca, y no tuviera –en el momento del reencuentro- ni el más leve reproche… Y empezaron los 4 discípulos a darse cuenta de que tenían que cambiar el chip, o nunca podrían entender a Jesús. Barruntaron el problema que hay en “saber” (que es de la cabeza, de los conocimientos, de los estudios…) si no pasa al corazón hasta cogerle el pellizco y transformar ideas, palabras, “verdades” y todo un modo de estar ante Dios.
             Y todavía no se habría llegado al sumo de lo que es “sentir a Dios” y lo que implica ese sentirlo: el día que ese conocimiento llega a ser tan hondo que coge el pellizco en el estómago, porque ya no basta ni saber ni tener la emoción en la boca. Hay un paso esencial, indispensable, definitivo, que es llegar a somatizar (sentir en el propio cuerpo) a Dios que invade, que abraza, que ama, del que uno no puede ya separarse, ni sentir otra cosa que abandono confiado y pleno en el Dios que es Padre y que vive su unión al hombre con la grandeza amorosa del PADRE BUENO (de Lc 15).
             Eso es lo difícil, porque nuestra espiritualidad “hace oración” teórica y afectiva y ambivalente…: oramos gozosamente, quizás; nos emocionamos y nos creemos en el séptimo cielo… Y cuando acabamos esa oración, nos vamos a hacer nuestras cosas (que es algo diferente) de la oración… He ahí el terrible hecho: la oración no nos ha llegado al estómago; no nos ha cogido el pellizco, y a la hora de la verdad, por un sitio va la espiritualidad y por otro la vida.

             Aquellos hombres estaban boquiabiertos. Comieron porque había que comer (Jesús alabó mucho aquella comida, agasajando a sí a quien la había preparado) pero los discípulos estaban deseando acabarla, porque el otro alimento que le iba entrando en el alma, les alimentaba de una manera muy honda. Y curiosamente, cuanto más “lo comían”, más hambre sentían de seguir recibiendo esas “viandas” que Jesús les iba poniendo delante.  Y tan embriagados estaban en esa conversación, que ninguno advirtió que allí fuera de la casa, se habían agolpado las gentes, ávidas de escuchar a Jesús…, el nuevo “rabino” que tenía aquella autoridad en sus palabras, como para poder superar con creces todo lo que hasta entonces habían sabido. Ojalá nos sepamos meter es ellos, y vivir con el alma abierta…, ¡y el estómago!, para superar nuestras formas e ideas.

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