viernes, 10 de enero de 2014

10 enero: HOY SE CUMPLE ESTO EN MÍ

10 enero: “El mentiroso”
             San Juan (1ª, 4, 19 a 5-4) va “rematando la faena” que ha propuesto en días anteriores. Empezando por una afirmación fácil de entender: “amemos a Dios porque Él nos amó primero”, aterriza en su idea fija, que aprendió del propio Jesús: “Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso”. Y con lógica muy comprensible explica: “amar a Dios es muy fácil, porque a Dios no lo vemos”…, nos podemos crear dentro de nosotros una entelequia de “amor”. Siempre es más fácil “amar” a los japoneses que a esa persona con la que rozo cada día en mi vida diaria (incluso aunque sea japonés). Por eso, quien no ama a su hermano, que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”. No da garantía ese “amor a Dios” si ante el prójimo que toco y trato, no soy capaz de callar ante algo que me ha disgustado, o tiendo al juicio negativo, crítico (por mucho que lo emborrice), y a esa peste de ponerse habitualmente en el lado posible negro de las personas o cosas, que vemos, que tenemos al alcance. El principio básico es: Quien ama a Dios, ame también a su hermano. Y si no es así, se ha de analizar uno por dentro: ¿seré un mentiroso/a?
             Dado que el amor a Dios consiste en “guardar sus mandamientos” –que dice al final- hemos de saber entender que, para Juan, “los mandamientos” están encerrados todos en esos dos en los que viene insistiendo. Y concluye: los “mandamientos” no son pesados; la victoria viene desde la fe.  Es decir: estas formas de afirmación las siente dentro el que tiene fe. Pueden ser un testimonio muy claro de nuestra fe si llegamos a hacerse interrogar al no creyente, que tendrá que decir: ¿qué bicho le ha picado a éste para saber amar así?  O en frase ya conocida de los primeros siglos de la Iglesia, la admiración y atracción que ejercía aquello: “Mirad cómo se aman”.  Lo absurdo es enjuiciar nosotros las situaciones contrarias, acentuando que no nos amamos. Porque, en definitiva, lo negativo no  construye ni alienta.  Al alumno o subordinado a quien se le repiten sus defectos, acaba teniéndolos o abandonándose.
             Por eso han acompañado esa lectura de San Juan con un episodio de muy diferentes salidas, aunque hoy sólo se vaya a proclamar la primera parte. Jesús, ya con su fama de buenas obras y de gentes siguiéndolo porque se sienten atraídas por Él, se viene a su pueblo, con esa ilusión de volcar allí el tesoro mesiánico que le han puesto en sus manos. Ilusión de ver a su madre, a su familia, a sus amigos y compañeros de adolescencia y juventud, o del trabajo.
             En la Sinagoga le distinguen dándole a leer y explicar a Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”. Y siguen las conocidas características mesiánicas de favor a pobres, cautivos, viejos u cojos, los oprimidos…, a quienes les llega “el año de Gracia del Señor”, ¡la libertad!  Y cuando enrolla el pergamino y se sienta, las gentes están satisfechas, atentas, expresando todos su aprobación, “admiradas de las palabra de gracia que salían de sus labios”. O sea: había una admiración llamativa: las gentes sabían de memoria aquellas Escrituras y se habían encontrado con que Jesús no había leído un renglón. Y eso era causa de enorme admiración porque bien se podían preguntar qué autoridad nueva podía tener el paisano aquel para cambiar la sagrada palabra de la Escritura.
             Hoy se queda aquí este relato. Pero nos deja delante algo fundamental: lo que admira, satisface, ayuda, es creativo y mantiene los ojos fijos en Jesús, es que ha leído lo que son afirmaciones positivas, que dan esperanza. Y Jesús emplea su autoridad en no leer la frase que rezumaba sentidos de venganza, tan propios de aquellas mentalidades de hacía siglos.
             Hoy día el Papa está siguiendo la misma táctica. Está aparcando temas que ahora mismo no son los esenciales. Advierte en la exhortación: La alegría del Evangelio” que hay que traer a la Iglesia la esencia misma del evangelio. Y aunque –dice- en otros tiempos y culturas se fueron añadiendo cosas que entonces eran necesarias o convenientes, la situación que vivimos debe tener también en la Iglesia y en la presentación que haga la Iglesia, esa impronta que devuelva al espíritu del Evangelio.  Y es en este evangelio que se proclama hoy donde Jesús tuvo el arte de ensanchar corazones. No quitará que en su día y su momento diga Jesús muchas más cosas y de más exigencia. Pero cada momento tiene lo suyo, y el Papa se está esforzando por devolver a la fe, a la doctrina, al pensamiento cristiano, una ración de esperanza y creatividad.

             Eso que, como he dicho, tenga traducción concreta en la virtud de aparcar lo que no construye, apuntalar lo positivo, no enjuiciar, no ir con el espíritu crítico por delante, saber mirar con ojos limpios… Porque el día que nuestros ojos sean limpios –clima de bienaventuranzas- nos daremos cuenta de que el mundo es menos feo de lo que nos empeñamos en ver.

1 comentario:

  1. Amar al hermano/a. En mi experiencia y según mi comprensión, amo a mi hermano/a cuando estoy esforzándome al menos, en tratarlo/a, con bondad y justicia. Hablar con la otra persona con sinceridad de corazón, sin fingimientos, tratar de no caer en la crítica a sus posibles defectos. Si robo algo a alguien (no dinero)... tratar de restituirlo de alguna forma (como Zaqueo). Por ejemplo, si ofendo a alguien no sirva sólo el pedir disculpas, sino que mis hechos posteriores y mis obras, sean dignos frutos de penitencia.

    Interesarme de vez en cuando por sus "problemas", buscando también el consolar al otro, al igual que me gustaría a mi que me consolaran en momentos difíciles.

    Nada de esto puedo hacer sin Cristo, que se da como alimento en su Palabra y la Eucaristía.

    Es difícil por otra parte, amar así al hermano, cuando el hermano/a no te deja. Se cierra y no permite ni acepta ser amado/a de esa manera. Parece increible que esto suceda, pero yo creo que sucede, según mi experiencia, en algunos casos.

    El amor es más fructífero cuando es mutuo, pero cuando una parte falla, las heridas impiden en parte, alcanzar un amor más perfecto, y por tanto hay sufrimientos donde debía haber alegría.

    El orgullo, las envidias, los celos y los deseos de vanagloria, nos alejan del amor que Dios quiere que nos tengamos.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!