sábado, 11 de enero de 2014

11 enero, Juan concluye

Resumen de la 1ª carta de San Juan
             El autor sagrado ha puesto en días anteriores toda la carne en e asador para que pueda servirnos de piedra d toque ese tema que va en las dos direcciones que marcó Jesús: el amor a Dios y el amor a los otros. Y lo ha presentado de tal manera unidos y dependientes, que ni ería verdadero un amor a Dios si no da simultáneamente la mano al otro; ni seria dar la mano al hermano si no fuera anclados muy fuertemente en Dios. Por dos veces ha sacado a flote la razón última de todo: porque Dios es amor. Que se va explicando no como una frase para ponerla en un recordatorio, sino como esa fuente de bien y de amor sincero que siempre es activa y siempre ama. Que no deja de fluir si nosotros cegamos el cauce, porque Él nos amo primero y nos amó siendo –como somos- enemigos y pecadores. De ahí que el amor al que somos llamados no depende  de cómo es el otro, sino de cómo es Dios. Y lo contrario, mentimos.
             El amor es muy fino: sólo tiene que mirar hacia uno mismo a la hora de plantear su vida y su manera de amar. Si el amor se convirtiera en exigencias para el otro, en una mirada a las deficiencias del otro, y –en definitiva- un examen de conciencia… que se plantea para el otro, no estaríamos en la línea marcada por San Juan, que es la línea de Jesucristo.
             Por eso HOY en la lectura que concluye toda la 1ª carta, Juan nos remite al gran testigo, Jesús, que viene avalado por el agua y la sangre. Y así la obra de Jesús, liberadora y sanadora, nos está volviendo a esos dos sacramentos base que se derivan del supremo amor de Jesús: el agua, que viene a ser NUESTRO BAUTISMO (consagración, “lavado de regeneración”, liberación del enemigo perseguidor…, camino nuevo que nos aboca a repetir en nosotros la misma vida de Jesús, con el que hemos renacido por su muerte y resurrección. Ahora eso, que queda dicho muy bonito, tiene muchas realidades dentro, porque un CONSAGRADO no queda en libertad para vivir a su modo. Tiene ya que ir en camino a reproducir en sí la imagen del Hijo…, a hacer posible ese INJERTO personal del cristiano en el tronco de Jesús, para vivir en adelante en santidad y bondad.
             Y LA SANGRE es el precio del amor de Dios y de Cristo a nosotros. Eso le costamos. Así nos redimió. Así amó Dios al mundo.  Y para que eso no fuera una corazonada que se hace una vez y ya se desliga uno del compromiso, se nos queda ahí en la EUCARISTÍA, Sacramento de amor.
             Podemos mirar nuestros momentos siguientes a ese participar de la Comunión. ¿Cómo son  esos cortos instantes? ¿Qué dejan dentro como botón de fuego? ¿Hacia dónde nos proyectan? ¿Cómo influyen en un inmediato y mediato después?
             Ahí es donde concluye Juan cuando os habla de creer en el Hijo de Dios que ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero.  Que con el sentido bíblico de la palabra “conocer” no queda en la cabeza, en el entendimiento, en las ideas, sino que queda preñado de toda una forma de vivir en adelante.


             El Evangelio, trayéndonos a Jesús que acepta al leproso y lo toca, pasando por encima de todos los prejuicios y normas sociales, es claro ejemplo de cómo se vive el amor cuando es VERDADERO AMOR.

1 comentario:

  1. Hoy mi comentario es muy breve. El leproso es repugnante para muchos, pero Jesús demuestra como debe ser el amor. El leproso tiene algo bueno, y es que sabe que lo es, y desearía ser curado de su lepra. Aquí se puede hacer un ejercicio. Ponerse por un momento en la piel del leproso, y por otro momento en la piel de Jesús.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!