miércoles, 29 de enero de 2014

29 en: ¿Por qué parábolas?

“Clásica” del Sembrador
             Hace muy poco nos habló Jesús de la blasfemia contra el Espíritu Santo, que no tiene perdón. De una forma más plástica nos lo repite hoy, cuando ha contado la parábola tan conocida por nosotros del “sembrador” y se ha retirado con sus discípulos y algunos más, le preguntan la explicación de esa parábola. Y Jesús responde no con sus palabras ni con el sentido que Él pretende, sino con una palabra de Isaías que indicaba la dureza de entendimiento y corazón de aquel pueblo. Las palabras de Isaías que aduce Jesús para explicar por qué habla en parábolas es “porque por más que miren, no vean; por más que oigan, no entienden; no sea que se conviertan y los perdone”. En boca de Isaías es la desesperanza ante un pueblo duro de entendimiento y corazón… Exactamente “la blasfemia contra el Espíritu Santo” (que entonces ni podía ocurrírsele ni formular al profeta). Y entonces todo es inútil con ese pueblo. La expresión “en directo” sería –y era así en la mente de Jesús (¡que por eso mismo predicaba!)- es: Hablo en parábolas porque de otra manera este pueblo, ni mira, ni ve, ni oye, ni entiende.
             Un pueblo con la mente ofuscada, y por más dificultad, negado a la idea conceptual (bondad, humildad, esperanza…, eran conceptos que no abarcaban), necesitaba de los medios audiovisuales para poder medio entender. Las parábolas son piezas maestras que “dibujan” un contenido; cuentos, fábulas que meten por los ojos una enseñanza. Imágenes que cada uno se lleva para comentar, indagar, preguntarse qué ha querido decir el Maestro.  Porque Jesús busca con la parábola que “se conviertan y se les pueda personar”.  Por tanto, la palabra que se lee no es la que Jesús quiere significar. Porque para Jesús hablar en imágenes es para que mirando, vean; oyendo, entiendan; y así se conviertan y puedan entrar en el Reino. Si no, ¿para qué perdía el tiempo hablando y cansándose?
             Y ahora repercutiría en nosotros todo eso.
             Porque ¿qué influjo práctico y eficaz produce en nosotros entender esta parábola?
             Escuchamos con gozo la Palabra… ¿Qué “terreno” ofrecemos? ¿En qué se produce un efecto benéfico? Si no hay raíces, todo el gusto recibido con esa Palabra se queda en ese vacío: “¡qué bonito ha sido el sermón!”. [Y volviendo el rostro, ni nos acordamos de nuestra figura, que dirá Pablo]. No hay raíces donde no hay fondo, no hay vida interior, no hay espacios de silencio y reflexión, no hay actitud de escucha sincera y de sentirse interpelado personalmente.
             Hay raíces. Crece esa semilla. Quiere la persona que tenga efectos… Lo que pasa es que “la vida” distrae mucho, coge mucho la atención, desvía el centro de interés, se pierde entre mucha fragosidad de preocupaciones. Ha entrado la semilla y ha echado raíces… Pero ¡tiene uno tanto que hacer!; ¡hay yantas cosas importantes y urgentes…!; ¡hay tantas preocupaciones y seducciones atrayentes!; ¡hay tantos afanes!... O sea: cualquier cosa va por delante de aquella Palabra que había crecido con ilusiones en el sujeto. ¿No se parece mucho a la blasfemia contra el Espíritu Santo? No es que se esteriliza a la Palabra, y queda como “figura decorativa” [como medalla, vela, rezo, “obligaciones cumplidas”, caretas espirituales, capas de cebolla, apariencias…, pero que nada implican la vida del sujeto?
             Digo más: ¿no hay “partes” de mi propio modo de ser y vivir, que caen en esa esterilidad de la Palabra, aunque luego sea una persona llamativamente espiritual y apostólica?  ¿No han quedado “rincones” donde no tuvo oxígeno una determinada Palabra y compromiso personal ante ella? No es extraño cómo ve uno “desde fuera” las “escapatorias”, los “defectos”, los “pecados” ajenos…, y –más desde fuera, desde otra atalaya- otros observadores están viendo que exactamente cayeron aquellos en lo mismísimo que juzgan o critican de un tercero.  [Y también lo mismísimo dirán los otros de “los observadores”, por aquello del “oficio de trinchantes” de que se expresaba un famoso libro de ascética: lo fácil que es ver “lo bien que le viene esto a…”, mientras que uno mismo se queda al margen].
             No se equivocaba Jesús al hablar en parábolas para hacerse entender y para que quede ahí “el argumento” por si un día le “pica a uno dentro” y empieza a sospechar que sea uno mismo el que quedó dibujado… Y que eso lleva consigo una parada, un silencio dentro, un no ser “trinchante” y volver la mirada hacia uno mismo…, hasta dejarse penetrar por esa Palabra…, por ese Espíritu Santo al que –por fin- se le empieza a hacer hueco…
             Entonces es cuando realmente entienden, se convierten y se les perdona…, Y CRECEN… Había, en efecto otras dimensiones en uno mismo que habían quedado baldías tanto tiempo…[“combatimos contra Dios los años enteros, y por el temor de ser infelices, permanecemos siempre desgraciados”, dice un autor de gran conocimiento de las almas].

             Que hasta quienes han llegado a dar fruto, y son reconocidos como “buena tierra”, no han de pensar que ya se hizo todo el trabajo. Mientras estamos en la vida, nunca se echa el cierre, nunca se pone el “completo”. Porque quien dio el 30 y el 60…, aún les queda camino para avanzar al 50 y al 80… 

1 comentario:

  1. José Antonio7:54 p. m.

    Me resulta muy didáctica la explicación de Jesús de la Parábola. Es para hacer una auténtica introspección de donde cae la "semilla en nuestras vidas".

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