jueves, 7 de noviembre de 2013

7 novb.: Dibujando el Corazón de Dios

7 novb.: Encuentros y alegría

             Entramos en el mágico capítulo 15 del evangelio de San Lucas. El autor echó el resto en ese capítulo. Si Lucas pretendió unirlo argumentalmente con lo anterior, quiere decir que Jesús había expuesto una doctrina que había atraído precisamente a los desechados de los dirigentes religiosos. Publicanos y pecadores –de aquel grupo de “mucha gente” que ayer veíamos que seguía a Jesús- son los qe hoy viene a destacarse y sobre los que Jesús habla y se explaya.
             Otra hipótesis es que Lucas ha dejado concluido ya su discurso anterior, y que ahora quiere tomar una línea que va a caracterizar el “tercer” evangelio.
             “Acercábanse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle”. Ni que decir tiene que –enfrente y murmurando- estaban los fariseos: -Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Dos posturas ante una misma situación. El necesitado, el pecador, el humillado, el despreciado…, se acerca… El santón mira de lejos sin implicarse en nada, y murmura.
             Y Jesús “da sentencia” sin decir nada que parezca tal. Vuelve a su gran recurso pedagógico de la parábola, una pieza fenomenal para decir lo que tiene que decir, a un auditorio que así es como entiende, y sin buscar enfrentamientos dialécticos.  El capítulo se compone de tres parábolas: dos “menores” y una que es la reina de las parábolas. En realidad esa magna lección del amor del Corazón de Dios, no nos la va a brindar ahora la liturgia. Se queda en las dos menores. En realidad expresan las tres la misma idea.
             La primera parábola es la de un pastor, esa figura tan manejada por Jesús, y que la gente conocía en la vida práctica diaria de forma tan familia: el pastor de un rebaño, que sale por los montes en busca de pastos que alimenten a sus ovejas. Una vez en el monte, una oveja se separa del rebaño y, cuando quiere acudir el pastor, se le ha extraviado.  No perdamos de vista que los pastores conocen a cada oveja por su nombre; las tienen individualizadas… Ahí donde cualquiera de nosotros las ve todas iguales, el pastor sabe cuál es cada una.  Y a este pastor se le ha perdido no sólo “una oveja” sino tal oveja. Por tanto, tiene en ella y con ella una “relación” personal.  En cuanto la echa de menos, se va en su busca. Las 99 restantes están en el monte y allí quedan.  Pero la que se ha perdido, no puede dejarla perder.
             Yo he presenciado a un pastor que arriesgaba su vida ante una oveja que por un tronco seco caído se había encaramado en la techumbre de una casa en ruinas. Aquel pastor de la parábola de Jesús también arrostra sus riesgos, pero logra llegar a la oveja y la recupera.  Cuando regresa a sus apriscos con las cien ovejas, va gozoso por la oveja perdida que ha logrado rescatar.  Y como tal alegría no puede contenerla dentro, porque para él es un triunfo que esa oveja duerma esa noche junto a las otras, se va a los otros pastores, a los amigos y vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, porque había perdido una oveja y la he encontrado.  Y aquello no era ninguna niñería, y los amigos y vecinos y demás pastores se congratulan con él.
             “Pues así habrá también más alegría en el Cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Aquí hay más matraca de la puede sacarse a primera vista: oveja perdida y encontrada, alegría del encuentro, alegría que se comunica.  Pero ¿Quiénes eran esos “noventa y nueve que no necesitan convertirse?  ¿Se refería Jesús realmente a 99 JUSTOS…, o allí, en esos “noventa y nueve” están los tan pagados de sí mismos –los fariseos murmuradores- que se consideran mejores que todos los demás hombres? ¿Serán esos recalcitrantes que no tiene de qué convertirse, porque se consideran impecables y superiores? ¿Será por eso por lo que no participan de la alegría del pastor gozoso, pues no tienen ni la capacidad de mirar por los ojos de otro y de los sentimientos de otro, porque ellos van “a su bola”?
             A mí me hace pensar mucho. Que el pastor “dejara las noventa y nueve” por los montes, como si se despreocupara de ellas, no es el núcleo de la parábola. Más bien sería que esas “noventa y nueve” son las que “pastan al margen”…  Al fin y al cabo el capítulo 15 se introduce con estas palabras que definen las dos actitudes: los publicanos se acercan; los fariseos murmuran porque Jesús acoge a los pecadores. Los “perdidos pecadores”, se dejan coger. Los altaneros fariseos, miran desde lejos para murmurar.
             En la otra semejante parábola de la mujer que pierde la moneda y se deshace removiendo su casa entera hasta encontrarla, Jesús repite el mismo esquema que en pastor, pero hay un añadido: la alegría entre los ángeles, alegría contagiada por aquella mujer que no se ha limitado a buscar (hasta encontrar) su moneda, sino que participa su alegría a vecinas y amigas.

             Ese es el Corazón de Jesucristo…, ese es el Corazón de Dios. Eso es el celo del bien de los demás. Esa es la nobleza de sentimientos que preconiza Jesús. No ha entrado siquiera en dirigirse a los fariseos, en comentar algo de ellos, en recalcar su fallo.  Lo que ha hecho ha sido poner lente de aumento en LO POSITIVO y expresar la alegría de lo bueno.  Y que sean los fariseos quienes sepan escuchar y sacar consecuencias de esas parábolas que no están de adorno.

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