jueves, 21 de noviembre de 2013

22 novb.: La Casa de Dios

22 novb. Mi casa es casa de oración

             San Lucas 19, 45-48 narra de una manera mucho más real que Juan el momento en que Jesús echa a los traficantes que establecían sus tenderetes dentro del Patio de los Gentiles, abonando a los sacerdotes un alquiler de espacio. Un negocio para aquellos responsables del Templo, que son –e realidad- los verdaderos destinatarios de la acción de Jesús. [El patio de los gentiles era un amplísimo espacio al que podían entrar todos, y no era aún el Templo como tal, aunque espacio ya “sagrado”].
             Entra Jesús en ese Atrio y encuentra la “feria” que se ha montado allí. [Que no debe ser para nosotros nada extraño, porque bien sabemos que ahí buscan los mercaderes sus ganancias en romerías, procesiones, “apariciones”…].  Y Jesús siente el dolor de lo que está en la base de todo eso: los sacerdotes que se aprovechan de ello, y que son los verdaderos culpables.  Claro: ellos no están allí o no están dando la cara.
             Jesús se dirige a los vendedores y les dice a ellos, para que los otros se enteren (y por supuesto también para que ellos tomen mejor sensibilidad de lo que es el Templo): Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos”.
             Bien a las claras se deduce que Jesús no aplicaba tales expresiones a unos feriantes que se ganaban la vida en donde mejor podían. La expresión “cueva de bandidos” es una cita del Antiguo Testamento, que Jesús une a la otra cita “escrita”: “Mi casa es casa de oración”. No eran “bandidos” los que vendían unas palomas o cambiaban unas monedas… La cita que trae aquí Jesús va mucho más alusiva a quienes debiendo cuidar del respeto al lugar, se aprovechan con sus ventajas económicas de los alquileres.
             A pelo viene el versículo siguiente: los que se dan por aludidos y quieren quitarlo de  en medio no son los feriantes; son los sumos sacerdotes, los doctores, los senadores (= ancianos o sanedritas). Y con todo lo que podría haberse levantado en contra de Jesús por parte de aquellos mercaderes o de la gente que pasaba, sin embargo los responsables no se atrevieron a actuar contra Jesús, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.  O sea: aun echando fuera del recinto del templo todo aquel tinglado, la gente estaba colgada de su Palabra, porque veían en Jesús la congruencia del hombre verdaderamente religioso, que no admite que la casa de Dios sea usada irrespetuosamente.
             El Templo, aun en los “aledaños” exteriores, ya era “Casa de Dios”, “Casa de oración”. Y eso, al que tuviera un mínimo sentido religioso, ya le producía una actitud de veneración. Y eso que allí no estaba presente Dios, separado allá en el Sancta Sanctorum en sus símbolos sagrados.
             Ni que decir tiene lo que me da que pensar todo esto en nuestros Templos (consagrados, con el Sagrario que encierra realmente a Jesús…, en donde algunos están haciendo oración a Dios…), y viendo tantas veces a las gentes (¿se les podrá llamar con propiedad: “fieles”?) que hablan como si estuvieran en el patio de su casa o en el mercado…; o esas molestas situaciones de quienes están en la iglesia charlando entre sí tranquilamente –como si tal cosa, y sin la menor consideración con quienes están en su rezo u oración-, e incluso con una creciente falta de educación cívica (no digamos religiosa) respondiendo en voz alta una llamada del móvil.
             Yo comprendo que hay incultura religiosa, piedades populares, formas de “devoción” que necesitan un sustentáculo “visible” para plasmar su creencia. Hasta admito y respeto esa fe del pueblo sencillo que no entiende de sacramentos, ni sabrá –quizás- que durante la Misa no es correcto estar practicando una “piedad lateral”.  No comulgarán –es posible- en años de su vida…, pero no se perdonarían no “comunicar” con el santo de su devoción una parte de su limosna, o “tocar” un “pie de imagen”, o llevarla a hombros en Semana Santa. Esas cosas las entienden y las palpan y les entran por los sentidos. Todo eso es mucho más perdonable que las actitudes directamente irreverentes que he indicado antes.
             “La Casa de Dios” es casa de oración, y cada cual puede tener “su modo de orar”. Pero no es orar (ni deja orar a otros) lo que es absolutamente ajeno a la vida del templo, en sus muy diversas facetas y modos de expresión.

             Por eso merecería un consideración pensar cómo actuaría Jesús… Con los mercaderes aquellos no puso mucho más acento…; con salirse fuera de la explanada y situarse en el exterior, en las puertas del recinto, estaba solucionado todo. Lo que no se solucionaba era que los que debían cuidar el lugar santo fueran quienes lo estaban llevando a profanación.

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