lunes, 25 de noviembre de 2013

25 nvbr.: Jesús se ha sentado frente a mí

25 nvbre: Cuando se da de corazón
             Jesús es muy observador. Mientras sus discípulos, posiblemente, estaban distraídos en sus conversaciones y merodeaban sin objetivo fijo, aprovechando que Jesús se había sentado en el templo, frente al cepillo de las ofrendas… -ellos pensarían que como descanso-, Jesús estaba mirando el paso de aquellos donantes que iban echando sus limosnas. Ya se veía por el atuendo, y hasta más aún por la formas, que había ricos que echaban mucho, y alguno que otro pudiera ser que ostentosamente. Jesús observaba. Evidentemente que iba teniendo sus sentimientos ante aquellos que pasaban ante su vista, aunque lo más seguro es que nadie se apercibió de aquel hombre que estaba sentado.
             Una mujer, humildemente vestida y con esa mirada baja de quien vive más dentro de sí…, quizás por su propia pobreza, se acercó al cepillo y echó dos reales. Sin ningún aspaviento se marchó. Nunca pensó que alguien había observado su limosnita.
             Jesús había dejado a sus apóstoles en su “aparte” durante aquel rato. Pero de pronto oyen que el Maestro les llama con prisa. Acuden a ver qué pasa, y Jesús les hace fijarse en aquella mujer: ¿Veis a esa mujer?  ¡Una pobre viuda! (debía llevar el manto de su viudez); pues ella ha echado más que nadie.  Se extrañaron los apóstoles. ¿Cómo era posible que esa mujer hubiera echado más que nadie, cuando ellos han estado viendo –sin pararse a mirar- que habían pasado personas de muy buen porte? Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esa mujer, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para comer hoy.

             Cuántas veces pienso que Jesús se sienta frente a cada persona…; prudentemente mira, observa… Ve lo externo, lo visible…, como es lógico, y ya en ello detiene una atención. Pero “bajo el manto” de esa visión exterior ve el corazón, los sentimientos, los íntimos secretos de cada alma. Ante sus ojos profundos aparecen los actos de amor y servicialidad de tantos y tantas. Los sacrificios ocultos de muchísimas personas, aunque nadie lo advierta, y aunque esas mismas personas lo vivan ya sin darle importancia. ¡Cuántos heroísmos secretos que quedan patentes a los ojos de Jesús! ¡Cuántas “pobres viudas” –viudos, jóvenes, padres y madres, niños, jubilados, gentes en soledad o pasando necesidad real…- cuyas vidas, sus penurias, sus méritos…, no pasan desapercibidas a los ojos de Jesús!
             Digamos también que ve Jesús, apenadamente, bajezas, egoísmos, intenciones subrepticias, medias verdades, ostentaciones, escurrir de hombros cuando habría que meterlos…, apariencias, bondades ficticias… No sería objetivo pensar que Jesús no ve eso… Lo intuyó muchas veces durante su vida, unas veces en sus propios discípulos, otras en los fariseos…
             Todo esto nos debe hacer pensar. Porque nada hay oculto a los ojos de Jesús. Y de nuestra parte debiera haber una sincera y objetiva mirada a nuestro propio interior, porque hay muchas cosas ahí dentro que tienen valor (bueno o malo), y lo que interesa es vivir con la honradez necesaria como para poder ofrecerle a Jesús la alegría de una vida más a su gusto. Algo que, al fijar Jesús sus ojos, pueda “llamar a sus discípulos” para decirles que ahí, bajo esa sencillez exterior, se ha producido una realidad que tiene más valor del que aparece.

             Pensándolo por mí, ¡qué falta haría tener viva esa conciencia de que cada acto mío, cada mirada, cada pensamiento, cada intención, cada palabra…, se están desarrollando bajo una mirada de Jesús!  Porque hay más de una de esas cosas que serían de diverso, o muy diverso modo, si Jesús estuviera ahí delante…  Claro: ¡es que lo está!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!