miércoles, 13 de noviembre de 2013

13 novb.: Y sed agradecidos...

13 novb.:  Agradecimientos
             Lc 17, 11-19, a lo que yo puedo ver, no es un suceso concatenado con algo anterior o posterior. Es un hecho con el que se encuentra Jesús en su caminar. Es un evangelio de los que gustan mucho a los que no les gustan esos otros evangelios que piden, exigen, plantean actitudes y condiciones… Éste de ahora tiene “placidez”…, y es tan “bonito” que no crea problemas…  Y hay una hilera de cristianos que ”se apuntan” (o nos apuntamos) a esos evangelios tan aptos para “meditar”.
             El camino que ahora lleva Jesús está en Galilea y ya cercano a Samaría. En alguna de sus grutas o casa abandonada, se han cobijado 10 leprosos de diversas procedencias. Quizás es eso de que en la enfermedad y la desgracia se hacen muchas personas más humanas, sin tuyo ni mío…, sin mirar si tu eres de aquí y yo de allí.  Un galileo y un samaritano se sentían entre sí “extranjeros”. Pero en medio de la desgracia de la lepra, y cuando se hallan igualmente marginados de la sociedad por razón de una enfermedad común, la pobreza se entiende bien con la pobreza.  Y en aquel gueto de “contagiosos”, fácilmente conviven los de un sitio y los de otro.
             “Aconteció” –así lo introduce el evangelista- que cuando Jesus caminaba de Galilea hacia Samaría, le salen al paso aquellos diez desgraciados, que –por una parte- paralizan a los apóstoles (que se sienten amenazados por aquella presencia), y por otra parte, los enfermos se detienen a distancia, sin más armas que sus gritos suplicantes: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
             Esta vez no actúa Jesús con algún acercamiento físico hacia ellos. No parecía que se implicaba directamente. También a distancia y con voz alta, les dice: Id a presentaros a los sacerdotes. Es un hecho que presentarse a los sacerdotes era el modo de obtener la certificación de haber sanado de aquella enfermedad.  Y que los leprosos lo entendieron y se limitaron a marcharse en dirección al sacerdote. Pero en ese camino es donde advierten que su piel se ha regenerado, y que de hecho están curados. Y el grueso de aquel grupo siguen su camino hacia los sacerdotes, muy contentos ahora y pensando –sobre todo- en lo que será para ellos la vida, nuevamente, cuando puedan ser y proceder como gente normal.  Y esa alegría, y ese haber resuelto su gran marginación, les embarga por completo y no “pierden el tiempo” en nada más.
             Uno de ellos no  lo hace así. Cae en la cuenta de la maravilla especial que se ha realizad en él…: era un paria que tenía que presentarse con su grito avisador de su peligro social…, y ahora es una persona normal que puede ir donde cualquiera. Ha curado de una enfermedad, y casi más aún, de su soledad, su “inexistencia”, su aparecer como un estorbo…  Y el hombre deja a sus compañeros de tantas fatigas y sufrimientos…, y ahora de una común alegría profunda, y se vuelve adonde estaba Jesús, porque es Jesús quien les ha curado.
             Y allí se presentó dando gracias mientras que se echaba a los pies de Jesús en humilde postura de reconocimiento. Resulta que era un samaritano. Y Jesús se queda hablando solo con una penilla en el alma…: ¿No han sido curados los diez? ¿Cómo es que vuelve sólo uno, y precisamente el extranjero, para dar gloria a Dios?  Ahora Jesús se dirige a ese hombre y le certifica personalmente: Vete en paz; tu fe te ha salvado.
             La narración empezó sin referencia a algo anterior, y acaba sin otra cosa que la que se expresa en el propio relato. Hay muchas cosas ahí y cada cual debe intentar sumergirse en ellas.  Hay un sentido mesiánico claro, porque el Mesías anunciado limpiaría a los leprosos. Más allá, la lepra era en ese tiempo una enfermedad indefinida y muy variada de la piel. No se refería a la enfermedad propiamente tal. Lo que trasladado de lo físico a lo espiritual –que es el verdadero ámbito mesiánico- está apuntando a tantas deficiencias que no constituyen una “gravedad” visible en el alma, pero la “manchan”, provocan aislamiento, acomplejan y alejan (objetiva o subjetivamente)…  No son esos fallos “gordos”, “llamativos”… A veces son la lima sorda que provoca “dentera” alrededor. Acudir al Señor será un primer paso; acudir a los sacerdotes, el segundo. Pero en cualquier caso tiene que haber conciencia personal de esa “lepra”. Sin ella, ni se acude a Jesús y al sacerdote, ni se advierte la influencia “contagiosa”, ni se pone uno en cura…
             Cuando ha habido esa conciencia y se advierte con gozo que uno ha sido curado, viene detrás la necesidad de ser agradecidos… De mirar nuevamente a Jesús, pero ahora no es para pedir compasión (que ya se ha experimentado), sino para dar gracias por la compasión recibida.  Y esa nueva oración de agradecimiento, es de mucha finura de alma.
             En realidad esa dialéctica del pedir-agradecer ha de constituirse en un modo de vida. Tomando conciencia de la propia realidad –y sin pensar que todo está hecho o todo por hacer-, la vida del pobre vive en permanente necesidad de esos dos polos de una misma realidad. Es pobre y sabe que tiene que pedir. Y sabe que recibe la ayuda y debe agradecer.

             Cuando en la carta a los de Colosas San Pablo ha expresado modos y formas de convivir, añade: “y sed agradecidos”, que va mucho más que el agradecimiento básico, casi normal de una educación. Pide que se muestren los detalles del agradecimiento, y que se expresen. Eso es lo distintivo del amor agradecido. No sólo serlo sino expresarlo. Cuestión de “detalle”…, pero realidad de finura de alma.

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