13 novb.: Agradecimientos
Lc
17, 11-19, a lo que yo puedo ver, no es un suceso concatenado con algo anterior
o posterior. Es un hecho con el que se encuentra Jesús en su caminar. Es un
evangelio de los que gustan mucho a los que no les gustan esos otros evangelios
que piden, exigen, plantean actitudes y condiciones… Éste de ahora tiene “placidez”…,
y es tan “bonito” que no crea problemas…
Y hay una hilera de cristianos que ”se apuntan” (o nos apuntamos) a esos
evangelios tan aptos para “meditar”.
El
camino que ahora lleva Jesús está en Galilea y ya cercano a Samaría. En alguna
de sus grutas o casa abandonada, se han cobijado 10 leprosos de diversas
procedencias. Quizás es eso de que en la enfermedad y la desgracia se hacen
muchas personas más humanas, sin tuyo ni mío…, sin mirar si tu eres de aquí y
yo de allí. Un galileo y un samaritano
se sentían entre sí “extranjeros”. Pero en medio de la desgracia de la lepra, y
cuando se hallan igualmente marginados de la sociedad por razón de una
enfermedad común, la pobreza se entiende bien con la pobreza. Y en aquel gueto de “contagiosos”, fácilmente conviven los de un sitio y los
de otro.
“Aconteció”
–así lo introduce el evangelista- que cuando Jesus caminaba de Galilea hacia
Samaría, le salen al paso aquellos diez desgraciados, que –por una parte- paralizan
a los apóstoles (que se sienten amenazados por aquella presencia), y por otra
parte, los enfermos se detienen a distancia, sin más armas que sus gritos
suplicantes: Jesús, maestro, ten
compasión de nosotros.
Esta
vez no actúa Jesús con algún acercamiento físico hacia ellos. No parecía que se
implicaba directamente. También a distancia y con voz alta, les dice: Id a presentaros a los sacerdotes. Es un
hecho que presentarse a los sacerdotes era el modo de obtener la certificación
de haber sanado de aquella enfermedad. Y
que los leprosos lo entendieron y se limitaron a marcharse en dirección al sacerdote.
Pero en ese camino es donde advierten que su piel se ha regenerado, y que de
hecho están curados. Y el grueso de aquel grupo siguen su camino hacia los
sacerdotes, muy contentos ahora y pensando –sobre todo- en lo que será para
ellos la vida, nuevamente, cuando puedan ser y proceder como gente normal. Y esa alegría, y ese haber resuelto su gran
marginación, les embarga por completo y no “pierden el tiempo” en nada más.
Uno
de ellos no lo hace así. Cae en la
cuenta de la maravilla especial que se ha realizad en él…: era un paria que
tenía que presentarse con su grito avisador de su peligro social…, y ahora es
una persona normal que puede ir donde cualquiera. Ha curado de una enfermedad,
y casi más aún, de su soledad, su “inexistencia”, su aparecer como un estorbo… Y el hombre deja a sus compañeros de tantas
fatigas y sufrimientos…, y ahora de una común alegría profunda, y se vuelve
adonde estaba Jesús, porque es Jesús quien les ha curado.
Y
allí se presentó dando gracias mientras que se echaba a los pies de Jesús en
humilde postura de reconocimiento. Resulta que era un samaritano. Y Jesús se
queda hablando solo con una penilla en el alma…: ¿No han sido curados los diez?
¿Cómo es que vuelve sólo uno, y precisamente el extranjero, para dar gloria a
Dios? Ahora Jesús se dirige a ese hombre
y le certifica personalmente: Vete en paz;
tu fe te ha salvado.
La
narración empezó sin referencia a algo anterior, y acaba sin otra cosa que la
que se expresa en el propio relato. Hay muchas cosas ahí y cada cual debe
intentar sumergirse en ellas. Hay un
sentido mesiánico claro, porque el Mesías anunciado limpiaría a los leprosos. Más allá, la lepra era en ese tiempo una
enfermedad indefinida y muy variada de la piel. No se refería a la enfermedad
propiamente tal. Lo que trasladado de lo físico a lo espiritual –que es el
verdadero ámbito mesiánico- está apuntando a tantas deficiencias que no
constituyen una “gravedad” visible en el alma, pero la “manchan”, provocan
aislamiento, acomplejan y alejan (objetiva o subjetivamente)… No son esos fallos “gordos”, “llamativos”… A
veces son la lima sorda que provoca “dentera” alrededor. Acudir al Señor será
un primer paso; acudir a los sacerdotes, el segundo. Pero en cualquier caso
tiene que haber conciencia personal de esa “lepra”.
Sin ella, ni se acude a Jesús y al sacerdote, ni se advierte la influencia “contagiosa”,
ni se pone uno en cura…
Cuando
ha habido esa conciencia y se advierte con gozo que uno ha sido curado, viene
detrás la necesidad de ser agradecidos… De mirar nuevamente a Jesús, pero ahora
no es para pedir compasión (que ya se ha experimentado), sino para dar gracias
por la compasión recibida. Y esa nueva
oración de agradecimiento, es de mucha finura de alma.
En
realidad esa dialéctica del pedir-agradecer
ha de constituirse en un modo de vida. Tomando conciencia de la propia realidad
–y sin pensar que todo está hecho o todo por hacer-, la vida del pobre vive en permanente necesidad de
esos dos polos de una misma realidad. Es pobre y sabe que tiene que pedir. Y
sabe que recibe la ayuda y debe agradecer.
Cuando
en la carta a los de Colosas San Pablo ha expresado modos y formas de convivir,
añade: “y sed agradecidos”, que va mucho más que el agradecimiento
básico, casi normal de una educación. Pide que
se muestren los detalles del agradecimiento, y que se expresen. Eso es lo
distintivo del amor agradecido. No sólo serlo sino expresarlo. Cuestión de “detalle”…,
pero realidad de finura de alma.
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