martes, 5 de noviembre de 2013

5 novb.: A propósito del banquete

5 novb.: El banquete trae cola

             Ayer aprovechó Jesús una invitación a un banquete para exponer cómo es necesaria la grandeza de alma de ofrecer sin estar buscando la correspondencia. ¡Ya te pagará el Señor en su momento!
             Eso levantó una aprobación emocionada en uno de los comensales, que exclamó: Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios. No era poco el primer efecto de aquellas palabras que oíamos ayer de boca de Jesús. Lo que manifiesta que nunca se pierde el bien que se hace o la buena palabra que se dice. Si es verdad que muchos no se enteran, también es cierto que hay quien capta más de lo que podría estar en una primera línea.
             Jesús aprovecha la situación para poner una parábola –ese gran recurso con el que mejor expresa su pensar- y cuanta un supuesto banquete al que el anfitrión invita a una gran cantidad de amigos y conocidos de su entorno.  Y de ellos empieza a recibir excusas para no acudir al banquete.  Es una imagen vivísima de la invitación amplia que Dios hizo a su Pueblo para que liderara la fe del mundo. Pero en ese ”pueblo” empezaron a escurrir el hombro, unos por unas cosas; otros, por otras. Jesús está contando un “cuentecillo”, pero ya pueden estar mirándose en él los mismos invitados al banquete en que se desarrollaban estas cosas, porque lo que Jesús está cuestionando es la fidelidad de los invitados por Dios.  Y no estaba aquel pueblo por la labor.
             El amo de casa recibe las excusas y comprueba los muchos puestos que van a quedar vacíos, y amplía su invitación a los que estaban más despistados por las calles y plazas. Ellos van a aprovecharse de las ausencias de los primeros invitados.  Acuden y aún queda sitio…
             Y he aquí un punto de gran trascendencia en la historia del Reino: dado que el Pueblo de Dios no ha acudido y no ha querido gozar de su elección, Dios abre sus brazos al mundo entero: a los que van por los caminos y senderos…, ese mundo exterior a Israel. Y ahí –que es donde estamos nosotros- se abre el Reino para que nosotros seamos parte de él, con todos los privilegios y la saciedad que podemos tener en tan inmenso banquete. Quería aquel amo que les insistiese… Si Israel había fallado a la cita, había ahora que saber aprovechar la oportunidad.
             Aquí está el núcleo de esta parábola. Lo que bien sabemos (por otra parábola semejante) es que la invitación generosa y gratuita no permitía vestir “de trapillo”, porque a tan generosa invitación hay que corresponder con finuras de agradecidos.
             Remito a la 1ª lectura para hallar “traje a propósito” para asistir a ese banquete del Reino. Lo que Pablo dice a los fieles de Roma es que la norma de oro es no quedarse en ser buenos, sino aspirar a ser mejores… Y que eso pide unas condiciones:  no se puede uno dejar llevar por las formas mundanas, ni en criterios y enfoques egoístas y placenteros de un mundo narcisista. Hace falta una capacidad de amar muy sincera (ya es un golpe mortal al egoísmo) estimando al otro más a uno mismo.  [No nos quedemos en “el sermón” para “Fulanito”, e hinquemos el diente a nuestra propia manzana, porque sólo desde esa reflexión constante que busca la verdad, seremos como Pablo va describiendo]. Nunca cruzados de brazos como quien ya hizo todo y no necesita ya hacer casi nada… Ardientes en el espíritu para servir constantemente al Señor. Llenos de esperanza, que nunca se pierde, porque la pusimos en Él y eso nos tiene bien agarrados.
             Asiduos es la oración –es la parte que mira a Dios-; ayudando a otros en su necesidad (el complemento necesario). Hablando bien de los demás (=bendiciendo…, bien-diciendo), alegrándose de las alegrías de los otros o sufriendo con ellos sus penas.
             Ese es el “traje de boda” que tenemos que llevar puesto. Y –claro- una cosa es describir “sus piezas”, y otra muy diferente es “probárnoslas a la medida”.  Eso sólo se alcanza desde la oración reflexiva, desde la posterior mirada a uno mismo.  Porque oramos como el artista que va intentando dibujar un paisaje, y no le pierde vista. Pero el artista necesita retirarse un poco de su cuadro para tomar perspectiva y comprobar que hay una buena proporción en los diversos planos que va pintando y la realidad contemplada.
             El fallo fácil y frecuente es embobarse con el paisaje, dejar unos trazos dibujados y no mirar a la obra en que se estaba intentando reproducir.  Un mal artista acaba quedándose con lo que haya salido, y no ha sabido echar esa mirada reflexiva sobre su propia obra. No corrige trazos mal dados, desproporciones diversas, y hasta algún posible borrón que se le ha caído sobre el lienzo.
             El hecho de que la Palabra de Dios sea viva, eficaz, penetrante…, y que no vuelve a Dios vacía…, nos está poniendo a las claras cómo necesitamos ser mucho más atentos y penetrantes también nosotros, para no quedarnos en la superficialidad del “mal artista”.

             Invitados al banquete del Reino –porque Israel falló a su invitación- no podemos perder de vista que se puede también ir quedando uno en el zaguán de entrada. Y que hay que buscar acicalarse lo mejor posible para gozar en la mayor plenitud de esa invitación que hemos recibido.

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