lunes, 30 de enero de 2017

30 enero: Un mundo poseso

Liturgia
          La 1ª lectura (Heb 11, 32-40) pone de manifiesto la supremacía del tiempo presente (la redención realizada por el sacerdote Jesús) sobre el pasado del Antiguo Testamento. Pues en él, hombres próceres de la fe, no vieron las promesas realizadas en su plenitud. Unos, que fueron triunfadores en gestas históricas, y otros que sucumbieron ante los perseguidores. Pero todos éstos, aun acreditados por su fe, no vieron realizado lo prometido. Nos lo tenía Dios reservado a nosotros. Y aquellos lograrán su triunfo definitivo a través de nosotros, que estamos ya en economía de salvación.
          El evangelio de Mt 5, 1-20, mitad suceso, mitad fabulado, nos narra la arribada de Jesús y sus apóstoles tras la tempestad sufrida en el Lago. Cuando el mar se calmó, los que dirigían la barca se dirigieron a la playa más cercana, con unas enormes ganas de pisar tierra firme. Y vinieron a caer en un lugar desconocido por ellos, en la región de los gerasenos o gadarenos. Y si mala fue la tormenta del mar, no fue menor la que se encontraron en tierra. El lugar aquel era un cementerio. Entre las tumbas vivía un endemoniado asalvajado, al que no habían podido doblegar ni con grillos ni con cadenas porque su fuerza bruta destrozaba las cadenas y abría los grilletes. Y vivía desnudo y gruñendo, amenazante, por entre aquellas tumbas.
          Jesús, el que calmó la tempestad furiosa del Lago, se dirigió a él con la misma autoridad. Vio claramente que se trataba de un poseso y le dio orden al demonio de salir de ese hombre. El demonio pretende dominar a Jesús y lo nombra en plan de desafío: ¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús, Hijo del Altísimo? ¿Viniste a perdernos? Jesús contrarresta pidiéndole al demonio que diga su nombre. Y el demonio con un alarido más que con una palabra, responde: Me llamo Legión, porque somos muchos. Y humillado así, ahora ruega: No nos hagas salir de esta región; si nos echas, mándanos ir a los cerdos. Es que había una enorme piara de cerdos (unos dos mil) hozando por el monte. Y el Señor se lo permitió.
          Cuando alguien aduce que Jesús cometió una injusticia contra los dueños de los cerdos, ignora que aquel negocio era un negocio prohibido en Israel; que los cerdos eran “animales inmundos” que ofendían la dignidad nacional, y que todo aquello era un negocio oculto, mafioso. Permitir a los espíritus entrar en los cerdos era juntar cosas iguales, porque los dos eran inmundos, Y Jesús había venido a purificar del mal.
          Lo que ocurrió fue que los cerdos endemoniados salieron en estampida hacia el acantilado y se lanzaron al mar, ahogándose todos. Mientras que el hombre aquel, queda sereno, se viste, se sienta como salido de una espantosa pesadilla y queda en su sano juicio.
          Por el contrario, los porquerizos se espantan con lo ocurrido y van a los dueños de los cerdos a comunicarles lo sucedido. Aquellos dueños mueven al pueblo a salir adonde estaba Jesús, y si bien no podían hacerlo con malos modos, porque eran conscientes de su ilegalidad, sí vienen a rogarle a Jesús que se vaya de aquel lugar. No han deparado, o no les ha interesado, el vecino que está ahora sentado y pacífico. Sólo vale su negocio destruido, y ver la manera de quitarse de encima a Jesús…
          Jesús y los Doce vuelven grupas y se van hacia la barca. El hombre liberado le pide a Jesús poder irse con él, pero Jesús considera que tiene un papel “laico” importante que realizar en el pueblo y entre sus gentes. Ya que no han querido recibir a un liberador, al menos tiene que quedar un testigo del bien. Y de hecho aquel hombre se constituye en un heraldo de la libertad que le ha dado Jesús, y lo hace no sólo en el pueblo sino en sus alrededores: lo que Jesús había hecho con él. Y provoca así la admiración de todas las personas de corazón sano, que pueden constatar que quien expulsa al demonio es más fuerte que el demonio, y que en efecto el Mesías de Dios ha visitado aquellos parajes.

          Creo que es una reflexión importante en el mundo de hoy, no ya laico sino laicicista; no sólo laico sino perseguidor de la verdad de Dios, y de cuanto huele a Dios: la Iglesia, los católicos, la enseñanza de la doctrina cristiana. Y ahí queda la importancia del LAICO APÓSTOL, el que Jesús no ha llamado a ser parte consagrada pero sí a ser parte profundamente activa frente a “los dos mil cerdos” y frente a un pueblo que pide a Jesús y a los suyos que “se ausenten” de allí. Y las razones, poco confesables, es que la presencia de Dios estorba la materialidad y abusos de un mundo que se ha asentado sobre la legión mafiosa de la economía ilegal y del pensamiento laicicista del hombre de hoy “endiosado”. ¿O más bien “poseso”?

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