sábado, 28 de enero de 2017

28 enero: ¿QUIÉN ES ESTE?

Liturgia
          El evangelio de hoy (Mc 4, 35-40) vino a ser la iluminación para dar título a mi libro: “Quién es este”. Andaba yo dando vueltas a cómo podía dar título a unos temas variados como los tiempos fuertes de la liturgia, cuando en mi oracion personal vine a caer sobre el texto en cuestión. Y vi que era el título adecuado para una variedad tan grande de la vida de Jesús. Y decidí que fuera la misma pregunta que se habían hecho los apóstoles ante un hecho que les rebasaba.
          Es que realmente es llamativo que aquellos hombres que ya han sido hechos apóstoles, y –por tanto- para convivir con Jesús, para estar con él y verlo actuar y escucharlo cada día…, que les ha dado poderes lo mismo para predicar el Reino que para echar demonios-, a estas alturas vengan a preguntarse –admirados-, QUIÉN ES ESTE.
          Jesús les había dicho la tarde anterior que se embarcaban para pasar a la otra orilla. Y dejando a la gente, llevaron a Jesús en barca, como estaba, y otras barcas lo acompañaban. [Luego, en el relato, no se hace mención alguna a las otras barcas y se ciñe a contar un hecho llamativo].
          Se levantó un fuerte temporal. Dicen los entendidos que era un hecho no raro en el Lago. Las olas rompían contra la barca, hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Y ya empezamos a encontrarnos con un hecho llamativo: ¿Cómo dormía cuando las olas se echaban sobre la barca, y él a popa no tenía más remedio que estar empapado? Con la barca llenándose de agua y los Doce enfrascados en achicar aquella agua que podía llegar a hundir la barca, ¿cómo dormía Jesús?
          Yo trato de identificar este suceso con la experiencia angustiosa de quienes están sufriendo una situación de peligro y recurren a Dios…, y Dios parece no hacer caso…, parece dormido. ¿Realmente duerme Dios? ¿Realmente a Dios le trae sin cuidado que aquella persona sufra?
          Estamos ante el misterio del silencio de Dios. El misterio del “sueño” de Jesús en la barca. Yo doy por supuesto que no dormía. Pero hizo como que dormía, esperando la actuación de aquellos Doce que, primero, tenían que poner sus medios humanos para solucionar el problema, y luego no les quedaba más recurso que irse a Jesús y despertarlo, pidiéndole ayuda. Lo curioso fue la manera de presentarle el problema, diciéndole: Maestro, ¿no se te da nada que nos vamos a pique? ¡Pobres criaturas! ¿Es que si ellos se hundían, no se hundiría también el propio Jesús?
          Los apóstoles no eran culpables de aquella situación. No había “castigo de Dios”. Tampoco Jesús les iba a dejar irse a pique. Jesús puso por obra lo que en otro momento enseñará de palabra: ORAR INSISTENTEMENTE, orar con todas las fuerzas, orar hasta “comprometer” a Dios.
          Y Jesús se puso en pie en aquella barca bamboleante e increpó al viento y al Lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento cesó y vino una gran calma. Aquellos hombres quedaron deslumbrados y espantados, y se decían unos a otros: ¿Quién es este que hasta los vientos y las aguas le obedecen? Y derrengados tras el esfuerzo que habían desarrollado, no les quedó más remedio que aquel espanto y admiración y veneración hacia Jesús. Es cierto que lo habían pasado muy mal. Habían tenido que despertar a Jesús de mala manera. Pero Jesús había salido al paso. Y entonces viene la admiración.
          Pienso que es una imagen digna de tomar en cuenta porque nos podemos encontrar en situaciones duras en que Jesucristo parece dormir en medio de la tempestad. El evangelio nos dice que sale al paso. Pero que “hay que despertarlo” con una profunda fe y confianza. Fe y confianza hasta el extremo.


          En Hebreos (11, 1-2. 8-19, primera lectura de hoy) se ha insistido precisamente en el valor de la fe. Los grandes personajes del Antiguo Testamento, empezando por el mismo Abrahán, son recordados por su fe, afirma el autor. Y va desgranando una serie de patriarcas que se destacaron por su fe. Y una fe ciega, porque muchos no vieron cumplidas las promesas iniciales de Dios, pero –por  su fe- las saludaron de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Estaban seguros de una patria… Y cambia de pronto el discurso y dice la carta: ansiaban una patria mejor: el Cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse ‘su Dios’, porque les tenía preparada una gran ciudad. Así todo el que sufre y sabe mantenerse en la fe, puede tener la gran seguridad de que su dolor no es el final ni lo definitivo: ha de mirar siempre hacia esa otra Patria mejor. Dios tiene poder para resucitar muertos, como pensó Abrahan.

1 comentario:

  1. ¿Aún no tenéis fe? En muchas ocasiones, momentos duros de enfermedad, incertidumbre...también a nosotros se dirige el Señor extrañado porque todavia no tenemos FE. Alo largo de nuestro caminar por el desierto, si leemos nuestra vida a la luz del Evangelio, descubriremos que nunca hemos estado solos, descubriremos que Dios ha estado calmando nuestras tempestades. Hemos salido adelante cuando todo nos parecía imposible.¿ Por qué nos da tanto miedo confiar en Dios?

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!