martes, 3 de enero de 2017

3 enero: El Nombre de Jesús

Liturgia del día
                El día 3 de enero ha sido designado como el día del NOMBRE DE JESÚS. Yo no puedo ofrecer la liturgia propia de este día porque me encuentro fuera de mi “base” habitual y no dispongo de un misal que esté adaptado a esta nueva liturgia que tiene solo unos tres años desde que fue señalada en el calendario de la Iglesia. Sólo me queda que expresar la emoción que me produce este Nombre, que polariza toda mi razón de ser, que me dice todo lo que soy, y que me embarga el alma. No tengo –lo acabo de decir- unas lecturas concretas, pero yo podría elegir la de Pedro y Juan encontrándose con el tullido del Templo, que les pide limosna. Y Pedro responde: No tengo oro ni plata pero lo que tengo, eso te lo doy: EN EL NOMBRE DE JESÚS, levántate y ponte en pie. Otro texto que yo escogería es el del himno cristológico de filipenses: Se le ha dado un nombre sobre todo nombre, para que al NOMBRE DE JESÚS se doble toda rodilla en el cielo y en el abismo.
            También como evangelio, podría escoger: echaréis demonios en mi nombre… o En mi nombre se predicará la salvación a todos los pueblos. Y valen todos esos otros textos que podéis añadir si os ponéis a buscar en el Evangelio esta expresión básica: EN MI NOMBRE.
            Por lo demás, opto por transcribir el momento de la imposición del nombre a Jesús, tal como lo describí en “Quién es Este”.
EL NOMBRE DE JESÚS
“A los 8 días del nacimiento de Jesús, José circuncidó al Niño y le puso por nombre Jesús, tal como el ángel lo había llamado antes de nacer”. Era el momento en que el niño varón entraba a pertenecer al pueblo de Israel. Primera sangre de Jesús que se derrama, y que bastaría para redimir al mundo mundial. Dolor en el Niño, que María calmaría pronto llevándole el pecho al pequeño y haciéndole sentir el calor maternal, que es la gran medicina del recién nacido.
José estaba entre ese natural dolor que le había provocado al Niño y ese santo orgullo que experimentaba doblemente el padre de familia, de una parte haciendo al  niño un miembro nuevo del Pueblo de Dios, y de la otra, el apabullante destino recibido directamente de Dios de ser él quien pusiera nombre de Jesús (=Salvador) al hijo misterioso de su esposa; ni más ni menos que ser elevado a ser “padre” de aquel Niño, que venía del Espíritu Santo. Una sinfonía de sonidos, una borrachera de colores… José lo hizo, los pocos vecinos fueron invitados, y aquella fiesta se celebró desde la pobreza de una familia de inmigrantes recién llegados.
Y aquí también yo me quedo absorto con el NOMBRE. El nombre que el ángel le había señalado antes de nacer, ¡cosa seria, porque indicaba que Dios era el que actuaba y hacía! Antes fue “Juan”, y antes lo fueron otros cuantos, y siempre en la línea de la salvación de Israel. Dios dirigía la historia, no precisamente partiendo siempre de “santos” sino de solemnes pecadores…, pero Dios siempre será quien escribe derecho con nuestros renglones torcidos, una historia llena de situaciones así. Un día Jesús lo vivirá de lleno, siendo Él mismo el autor protagonista: un Simón pescador y rudo, al que hace PIEDRA (y será fundamento de su Iglesia), y un hombre de Keriot, al que soñó como otro fundamento de ese edificio, y le “salió rana”. Y la historia sigue aún 20 siglos y pico, y permanece la misma realidad.
Por eso yo no me quedo nunca pasando de puntillas sobre el hecho “histórico bíblico” del NOMBRE, porque sé que yo mismo estoy ahí, señalado, amado, elegido, privilegiado de Dios, con un NOMBRE que no es el que me pusieron mis padres, sino OTRO…, por el que me conoce Dios. Y tras la fila de los Doce elegidos por Cristo (sin irnos ahora más lejos), ¿detrás de cuál estoy? ¿Cuál es la construcción de ese nombre mío? Dios lo inició precioso y esperanzador en mi Bautismo, haciéndome hijo suyo. ¡A tantos los hizo hijos…! Pero bien a las claras está que los hay Pedros, “hijos del Trueno”…, y Judas Iscariote.

El NOMBRE no se forma de gustos personales, porque “no todo el que me dice: “Señor, Señor…, entrará en ese NOMBRE”.  Yo quiero simbolizar el NOMBRE por esa lluvia de letras que Dios va lanzando desde su voluntad de Padre, y que a mí me toca muy personalmente ir cogiendo “al vuelo” para COMPONER el nombre que Dios quiere de mí. No sale al simple voleo. No todo lo que creo ser de Dios, lo es. Así, hasta se hicieron grandes herejes iluminados. Es discernir sin parar, hasta el mismo día de la muerte. Por eso decía un autor que “en el Bautismo no se dijo “amén” al recibir el agua transformadora, porque la letra final, el AMÉN de nuestra tumba será el que defina (deba definir) que haber sido hechos HIJOS DE DIOS, llegó a feliz puerto personal.

Por eso, el NOMBRE, “mi Nombre”, es una idea fija, casi de escalofrío, que siempre pienso, aunque felizmente confiado en el intento diario (y los discernimientos frecuentes) que tengo que hacer, para los que no me bastaría yo solo, porque Ignacio de Loyola advierte de la posibilidad de “la cola serpentina”…, aun para los más grandes santos.

1 comentario:

  1. Y ayer fue además...mi cumpleaños. Dí gracias a Dios por mis 46 años de vida, lo primero en la mañana. Luego medité delante del santísimo el regalo tan maravilloso que me hizo Dios de nacer además el día de su Santísimo Nombre.

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