miércoles, 18 de enero de 2017

18 enero: Hacer el bien o no hacerlo

Comienza el octavario por la UNIÓN DE LAS IGLESIAS
El Próximo viernes, ESCUELA DE ORACIÓN.-Málaga
Liturgia
          No estamos hechos a la mentalidad simbólica que desarrolla hoy la carta a los Hebreos (7, 1-3. 15-17) y puede parecernos un poco forzada la disquisición de su autor. Pero era el modo de pensar y razonar de una cultura a la que se adhiere el autor de esta misiva a la comunidad cristiana.
          “Melquisedec” –dice- tiene varias etimologías: rey de Salem, rey de paz, rey de justicia, y es sacerdote del Dios Altísimo. No se dice ni el origen de su vida y su genealogía ni su final.  Lo que es como un símbolo de eternidad. Todo son misterios que bien se pueden ver realizados en Cristo, cuyo sacerdocio es eterno, y es rey de paz y de justicia. Por eso se dice que Jesús es “sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”. Su sacerdocio no proviene de las dinastías sacerdotales como la de Aarón, sino que le es conferido de lo alto.
          Valga la paráfrasis que he ofrecido, si es que puede iluminar algo. Pero ya he advertido que son razonamientos que van por otra línea diferente a nuestra manera de argüir.

          Mc 3, 1-6 es un nuevo episodio de Jesús ante los fariseos, y a propósito de un sábado. Estaba en la sinagoga un hombre con parálisis en un brazo. Y debía estar muy visible porque la atención de las gentes se centró en ver qué hacía Jesús ante aquello. ¿Estaba allí y en aquel lugar por pura casualidad? ¿O porque los fariseos tendían así un lazo a Jesús para tener de qué acusarlo? ¿O porque el propio hombre había procurado situarse donde pudiera ser visto?
          El hecho es que hay una expectativa en las gentes, que bien conocen que Jesús reacciona ante la enfermedad que se le presenta a los ojos.
          Y en efecto Jesús lo vio. Podría hacerse el ciego… Pero eso no va con la honradez de Jesús. Ha visto al que sufre e inmediatamente se ha dirigido a él. Le dice: Levántate y ponte ahí en medio. Jesús quiere que quede patente la enfermedad de aquel hombre, y que todos los asistentes lo vean y se tengan que enfrentar en sus conciencias a una limitación humana como la que padece aquel hombre.
          Cuando lo tiene allí bien visible, Jesús se dirige a la concurrencia y les hace una pregunta para que todos se impliquen en la situación. Y pregunta Jesús: ¿Qué está permitido: hacer lo bueno o dejar que siga lo malo; ¿salvar a un hombre o dejarlo padecer hasta la muerte? Jesús se esperó a que hubiera respuesta. Aguanto un rato. Paseó la mirada por los religiosos cumplidores del sábado… Y no hubo respuesta.
          Jesús, nos dice el evangelio, echó en torno una mirada de indignación. Nadie fue capaz de hablar. Los fariseos, porque tenían que defender a capa y espada su concepción del sábado. La gente porque sabía que podían ser echados de la sinagoga para siempre si tomaban partido a favor de aquella pregunta que había hecho Jesús. Indiscutiblemente la mayoría pensaban que se podía hacer el bien y que lo que no debía hacerse era dejar a aquel hombre con su parálisis cuando Jesús, prácticamente, estaba ofreciendo una curación. Pero nadie se atrevió a decir nada. Bajaron los ojos porque no podían soportar aquella mirada de Jesús.
          Y Jesús optó por lo que él estaba decidido hacer. No “trabajaba” nadie en aquella curación: Jesús se limitaba a decir: Extiende el brazo. Eso no violaba el sábado porque los brazos de todos se estaban moviendo sin que eso fuera contra el sábado. El paralítico no hizo ningún trabajo. Simplemente movió el brazo como cualquier persona. Se había hecho el bien sin ninguna acción especial que supusiera esfuerzo o trabajo.
          Y los fariseos se indignaron porque habían perdido la ocasión de atacar a Jesús. Pero también había ocurrido una curación en sábado y Jesús había salido indemne de la causa. Más les indignaba a ellos. Y como su ansia contra Jesús necesitaba desfogarse agresivamente, se reunieron para planear con los herodianos el modo de acabar con él.

          No hay proporción entre el hecho en sí (aunque hubiera habido violación del sábado) y la decisión de darle muerte. Pero es lo que nos consta que pretendían. Hasta ahí llega la ofuscación de la mente, y hasta dónde el ser humano es capaz de perder los estribos. 

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