miércoles, 11 de enero de 2017

11 enero: Evangelio y vida

Liturgia
          El texto de Heb 2, 14-18 es bastante inteligible: Jesús participó de la familia humana en el pueblo judío (el pueblo de Abrahán) y con ello los liberó del poder de la muerte, que es poder del diablo. Tiende así la mano al pueblo de Abrahán, constituyéndose hermano de sus hermanos, por la compasión y por la labor de puente por la que expía los pecados del pueblo, a través de su propia pasión y dolor. Por eso puede también auxiliar a los que sufren, puesto que él pasó primero por ahí.
          Es posible que el que lea despacio el texto, lo encuentre más sencillo que las mismas explicaciones que pueden aportarse.
          Mc 1, 29-39 nos cuenta lo que fue el día y la noche de aquella jornada que había empezado en la sinagoga de Cafarnaúm (texto de ayer). Jesús pasó de la sinagoga a la casa donde vivía la suegra de Simón. Y se encontró con que estaba enferma con calentura. Se lo advierten a Jesús, quien entra a visitarla, y allí la toma de la mano y le trasmite la salud. Ella puede levantarse y hacer ya su día normal. Por consiguiente también prepararles de comer a Jesús y sus acompañantes (a lo sumo 4, incluidos el propio Simón y su hermano Andrés). Y mientras ellos escuchaban a Jesús en sus comentarios e historias y enseñanzas, la suegra acabó sirviéndoles la comida. Luego continuó una sobremesa muy enjundiosa en la que aquellos hombres se embelesaban con las cosas que contaba Jesús.
          Llegó la caída de la tarde, allá por las 5 o las 6 (hora de ponerse el sol) y las gentes de la barriada se habían venido a la casa de la mujer curada, con el deseo de ver a Jesús, ya envuelto en un halo de éxito personal por las cosas que habían visto en la sinagoga aquella mañana. Y Jesús salió a ellos y se encontró con aquel espectáculo de los enfermos y posesos, y “la población entera” que se había acercado allí. Empezó Jesús por atender a los enfermos y poseídos, curando enfermedades y liberando del poder de los demonios, a los que no les permitía siquiera hablar.
          Habló a las gentes, les expuso aspectos del reino, y finalmente los despidió. Cada cual se retiró a su casa y Jesús se retiró también con los suyos al interior de la vivienda.
          Allí descansaron en alguna habitación que les prepararon para el efecto. Jesús se reservó el lugar más próximo a la puerta, porque en su pensamiento estaba el salir de madrugada a algún rincón tranquilo cercano a la casa, para en contacto con la naturaleza y en la soledad de esas horas serenas, acercarse a Dios en su oración. Y por decirlo con expresión popular, allí “se le fue el santo al cielo”. Eran horas de intimidad con Dios, en las que Jesús hallaba su máxima fruición de alma.
          Temprano empezaron a llegar gentes otra vez, deseosas de seguir escuchando a Jesús. Aquellos 4 que habían empezado a seguir a Jesús se encontraron que Jesús no estaba en la casa, y se salieron a buscarlo por los alrededores. No había que buscar mucho. Lo encontraron y se dirigieron a él con un reclamo: Todo el mundo te busca.
          Pero Jesús no hacía parada fija en ninguna parte porque su misión era la de llevar el reino a otras gentes y otros lugares. Y en vez de permanecer allí donde tenía ya ganado al personal, respondió a los compañeros que tenía que ir a otras aldeas y ciudades porque para eso había venido. Y así recorrió Galilea, con esa doble acción tan familiar para él, como era anunciar el Reino y expulsar los demonios.

          No deja de hacer pensar la facilidad con la que cualquiera se aferra al sitio y a las personas donde ya se siente uno acogido. Es lo más cómodo y hasta gratificante. Jesús podría haberse quedado allí y ya tenía ganado al personal. Pero Jesús no se asienta en lo cómodo y fácil y opta por lo que es su misión principal, la que hace la voluntad de Dios, aunque eso suponga que el Hijo del hombre no tiene nido donde posarse. Su pensamiento está siempre más allá y se somete a otras leyes tan distintas de las humanas. Hace pensar. Hay que discernir más de una vez el por qué de nuestras elecciones: por qué hago esto y no aquello…, por qué lo hago así y no de otra manera. Y aunque eso no va a ser un tabardillo que no nos deje tranquilos, sí que hay ocasiones y situaciones en las que debiéramos plantearnos esas preguntas o semejantes. Seguramente habría cosas o formas que las haríamos de otra manera, o que evitaríamos hacerlas.

          El evangelio está para algo. Y lo importante es llevarlo a la vida. Y la vida llevarla al evangelio, de modo que no sea de una parte la “persona espiritual” y de otra “la que vive la vida”. Las dos realidades han de confluir en una sola vida: la persona integral.

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