domingo, 22 de enero de 2017

22 enero: Entender LA CONVERSIÓN

Liturgia.- Domingo 3º A, T.O.
          Han arrestado a Juan Bautista y Jesús se retira a Cafarnaúm, con lo que se cumple una profecía de Isaías (9, 1-4), que ha sido la 1ª lectura y que se repite –en parte- en el evangelio (Mt 4, 12-23), para confirmar que la llegada de Jesús es una luz grande que brilla ante los que habitaban en tinieblas y sombras de muerte. La llegada de Jesús es iluminación en medio de la oscuridad. Una parte de la oscuridad era que Cafarnaúm, ciudad comercial, estaba más en manos de los negocios de unos y otros. Y otra parte es la oscuridad de la propia religión judía, que necesitaba de una luz diferente, y esa es la que aporta el reino de Dios, y por tanto es la que aporta Jesús.
          Esa luz está condensada en una exhortación que hace Jesús: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
          Nos hemos acostumbrado a escuchar la palabra “conversión” y a la llamada de Jesús: Convertíos. Pero la realidad es que bajo esa palabra se encierra toda la posibilidad de abrirse a la acción de Jesucristo y recibir la gracia de Dios.
          Convertirse es, en principio, el abandono de los ídolos para abrirse al Dios verdadero.  Por tanto, en principio es el paso del paganismo a la fe. Pero los ídolos pueden no ser solamente los que son tales (fetiches, animales divinizados, representaciones de falsas divinidades). Ídolos pueden ser el dinero, el orgullo, la falsa religión, las supersticiones que atribuyen poderes mágicos a cosas materiales, e incluso las falsas apariciones). Ídolos más “de andar por casa” es el YO, el amor propio, los propios caprichos, el pretender llevar siempre la razón, el no ceder nunca de la propia visión de las cosas… Y aquí ya nos podemos encontrar metidos nosotros y que la CONVERSIÓN no es algo que pasa “a lo lejos” sino que somos expresamente llamados a abandonar tales ídolos personales (que causan oscuridad) para abrirnos a esa luz grande que nos trae Jesucristo, con una religión verdadera que nos presenta el Reino de los Cielos.
          La CONVERSIÓN puede apuntar a determinados cambios de vida. A abandonar la vida que diríamos “vida diaria”, “vida vulgar”, y que seamos llamados a pasos de más altura. Es el caso de quien experimenta el impulso a salir de su vida “normal” para colaborar en unos fines más altruistas: servicio a los pobres, ayuda a enfermos. O puede ir más allá y pedir un seguimiento de Jesús. Es lo que nos presenta la segunda parte del evangelio de hoy. Simón, Andrés, Santiago y Juan, eran pescadores que vivían su vida honradamente en su trabajo en el Lago, con sus barcas, sus redes y sus jornaleros. Pero un día pasa Jesús junto a ellos y les llama expresamente: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Ésta es una forma de conversión, de cambio en la vida, de dirección nueva en el desenvolvimiento de la propia vida. Y Jesús también llama a ello. Han de dar un giro de 180 grados porque de pescadores en el Lago, con su independencia y su negocio, son llamados a ser “pescadores de hombres, en seguimiento de Jesús”. Y eso ha de cambiar sus vidas, lo mismo en la labor, que en la libertad, que en la vida de familia. A eso puede llamar Jesús y de hecho ha llamado siempre desde el principio y sigue llamando. El tema que se plantea hoy día es hasta dónde recibe cada uno la llamada personal y hasta dónde se chafa uno de esas llamadas, atraídos por los negocios, el dinero, la comodidad, el intento de evitar complicaciones que saquen de las propias casillas.
          Otra realidad de conversión es la que Pablo pide a los fieles de Corinto en la 2ª lectura (1ª, 10, 13-17), y es LA UNIÓN: el abandono del ídolo del individualismo y de los asentamientos en la personal “verdad”, para abrirse a algo mucho más amplio y fructífero que es la unión entre todos, la búsqueda de la unidad en vez de las fuerzas centrífugas del propio orgullo. En concreto se refiere Pablo a un hecho que se repetirá mil veces en la vida y en nuestros días: el que se adhiere tanto a una persona y a la forma de exposición de una persona que ya no acepta, no se adapta, o no acoge lo mismo lo que viene de otra, tan valiosa como la primera. El problema que se había producido en Corinto era que unos se ponían de parte de Pablo y otros de parte de otro gran apóstol que era Apolo. Y Pablo advierte que ni Pablo ni Apolo han dado su vida por la fe, y que en realidad ha sido en Cristo en el que han sido bautizados y en el que tienen que depositar su fe y no en los meros instrumentos humanos. Lo que tiene que unir es la fe, la doctrina, el objeto directo de la fe, que es Cristo.
          No está todo esto muy lejos de realidades actuales en las que hay demasiados bandos y demasiadas fobias. Lo importante es Jesucristo, que se predique a Cristo y que se siga a Cristo.
          La EUCARISTÍA es fundamental medio de UNIÓN.


          En estos días que la Iglesia pide por la unión de todas las iglesias que creen en Jesucristo, unamos nuestra oración por la unidad que pidió Jesucristo.

-         Por la Iglesia católica para que sea vehículo de unidad, Roguemos al Señor.

-         Por las otras Iglesias cristianas para que superen sus diferencias y vivan una única y verdadera fe, Roguemos al Señor.

-         Porque tomemos en consideración la llamada a la conversión que propició Jesucristo, Roguemos al Señor.

-         Por las vocaciones consagradas al servicio de Dios y por las familias donde nace una vocación, Roguemos al Señor.


Da, Señor, a tus fieles la gracia de la conversión en las cosas de cada día, y envía vocaciones a la Iglesia para que pueda perpetuarse la Eucaristía, los Sacramentos y los carismas de santidad.

          Por Jesucristo N.S.

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