lunes, 23 de enero de 2017

23 enero: Blasfemia contra el Espíritu Santo

Liturgia
          Tengo la impresión de que la perícopa que hoy nos toca de la carta a los Hebreos (9, 15. 24-28) no avanza algo nuevo sobre lo que ya nos tiene dicho en textos anteriores. Cristo es mediador de una alianza nueva en la que ha habido una muerte que ha redimido. Añade expresamente: de los pecados cometidos en la primera alianza. Cristo ha entrado en el Cielo de una vez para siempre, que es un Santuario definitivo y muy superior al santuario terreno donde entraban los sacerdotes todos los años para ofrecer sangre ajena. Cristo ha destruido el pecado con el sacrificio de sí mismo. Y lo mismo que el destino de los hombres es vivir y morir una vez y luego ya viene el juicio, Jesucristo también ha ofrecido una sola vez su sacrificio para quitar el pecado de todos.
          Cuando Jesucristo aparezca por segunda vez, ya no será en relación con el pecado sino para la gloria de Dios y para salvar a los que esperan su venida.

          El evangelio de Mc (3, 22-30) es muy interesante, y en él habla Jesús de un pecado especial, que no tiene perdón, que es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Sigamos la secuencia para comprender mejor.
          Jesús ha echado un demonio. A la fuerza diabólica no hay fuerza que pueda oponerse más que la propia fuerza de Dios. Por tanto la conclusión lógica que tenían que haber sacado aquellos doctores de la ley era que Jesús actuaba de parte de Dios.
          Pero en su mala voluntad (y aquí estará la principal explicación de todo el tema) con tal de no aceptar que Jesús actúa con poder divino, acaban por decir el absurdo enorme de que Jesús echaba los demonios con el poder del demonio. Puestos a no aceptar lo evidente, recurren a lo absurdo. Y Jesús se lo trata de hacer ver, explicándoles que eso sería una guerra del demonio contra sí mismo: una guerra civil, con la que el demonio no puede subsistir porque se destruye a sí mismo, está perdido. Y entonces añade una razón convincente: Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar si primero no lo ata. De modo que si el demonio es forzudo y sin embargo lo expulso, es porque yo tengo más fuerza que él para atarlo. Y esa fuerza sólo puede ser la fuerza de Dios. Sólo puede ser que actúa con el poder de Dios.
          Y entonces les hace una consideración muy seria: todo pecado se le puede perdonar a los hombres: todos los pecados y blasfemias que digan. El poder de Dios será siempre superior a la malicia humana. Pero hay algo contra lo que Dios no puede: cuando la persona se resiste a la inspiración y acción de Dios, que mueve a penitencia y arrepentimiento. Entonces Dios no puede perdonar, y no es porque él no tenga poder para ese perdón sino porque el hombre no se reconoce pecador y no se arrepiente de su pecado y, por tanto, no pide ni busca el perdón. ¡Esa es la blasfemia contra el Espíritu Santo! No es una palabra blasfema, no es una blasfemia cualquiera: es la blasfemia de negar al mismo Espíritu Santo que quiere actuar en el corazón de la persona, pro la persona no lo deja actuar, se opone a la acción iluminadora de la gracia, y se opone, por tanto a la posibilidad del arrepentimiento. Y si la persona no se arrepiente, no se pliega a la acción de la gracia del Espíritu Santo, no podrá tener perdón.
          Echemos una mirada a la sociedad de hoy. A las personas que han excluido a Dios de su casa y de sus actuaciones. A la juventud que vive ya al margen de Dios y no sólo por superficialidad sino por negación. Miremos a los niños de hoy que crecen ya en un ambiente sin Dios, en sus hogares y en sus colegios… Alguien es responsable de ello. Y lo malo es que “lo razonan”… Y a los niños no los bautizan, a los niños no se les proporciona formación y experiencia religiosa, se les confunde con esas “primera comuniones civiles”… ¿Podremos decir que esta sociedad se está haciendo bajo la ausencia culpable de sentido religioso…, bajo la ausencia culpable de la fe y de la gracia de Dios?

          Me temo que en algún eslabón de la cadena se ha producido la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¿Y quién y cómo se le devuelve ahora a esas criaturas el sentido de Dios? ¿Los maestros y profesores y catedráticos no tienen también su parte? Una sociedad beligerante contra todo lo religioso católico, ¿es inocente? Lo terrible de todo eso es que la blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón, porque ya se ha abierto un abismo con la posibilidad de arrepentirse y de pedir a Dios el perdón y la misericordia.

2 comentarios:

  1. Bienaventurado el que anima a un joven a ser miembro de la Iglesia, porque eso es bueno.

    Bienaventurado el que no menosprecia el talento de otro más joven porque es lo justo si es verdad.

    Bienaventurado el que sabe valorar los dones del hermano, porque con esos dones se beneficiará también el.

    Bienaventurados sois si no ponéis piedras en el camino a ningún hermano, porque no
    sabéis que al ponerla a otro, a Cristo la ponéis.

    Bienaventurado el que no dice a su otra mano, no te necesito, porque es consciente de lo que es el cuerpo.

    Bienaventurado el que no es indiferente al hermano porque así fue Jesús con nosotros.

    Bienaventurado el que no corta las alas del joven creyente o le menosprecia por su juventud, porque cuando crezca en estatura ayudará a muchos.

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  2. Con frecuencia criticamos y vemos intenciones malas en las buenas obras de los demás; nos parece ingenuo creer en la bondad del otro. Jesús es exigente con esta forma de actuar. Es un pecado tremendo...el peor de todos. Es muy triste que seamos capaces de comprender y perdonar a los que hacen mal y seamos tan críticos con los que hacen el BIEN.

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