martes, 24 de enero de 2017

24 enero: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

Liturgia
          Seguimos en el argumento del sacerdocio de Jesucristo, a lo que se ha centrado la carta a los Hebreos. Hoy leemos 10, 1-10 e incide en la diferencia de aquella Ley anterior que presenta sólo un vislumbre de los bienes futuros y no la imagen auténtica de la realidad. Aquellos sacrificios habían de ser ofrecidos año tras año y no tenían la fuerza de llevar a perfección. Había que recordar cada año los pecados porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados.
          Por eso, cuando Cristo entra en el mundo, dice: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas que se ofrecen según la ley, pero me has dado un cuerpo…, y entonces yo dije: AQUÍ ESTOY, DIOS, PARA HACER TU VIOLUNTAD. Y conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre. Es el sacerdocio eficaz y efectivo, porque realiza aquello para lo que ha sido instituido.

          Mc 3, 31-35 no lo considero como un episodio aparte del de 3, 20-21, que tuvimos el sábado. La familia de Jesús había pretendido sacarlo del trabajo que estaba haciendo y del que no le quedaba tiempo ni para comer. Pensaban que Jesus estaba alucinado, fuera de sus casillas, creído mesías y metido en un atolladero que quedaba fuera de la lógica de un pueblerino de Nazaret.
          No lograron su intento, pero no cejaron en él. Y ahora vuelven a la carga de pretender sacar a Jesús de su misión, y esta vez pretenden valerse de su propia madre, de María. Y cuando Jesús está enseñando se presentan con “el deseo de verle”. Y el recado que le mandan, muy estudiado, es: Ahí fuera están tu madre y tus parientes que desean verte.
          Yo tengo la convicción de que María no estaba en el modo de pensar de aquellos familiares. La habían invitado a ir a buscar a Jesús para verlo, e indiscutiblemente María tenía gusto y deseo de ver a su Hijo. Pero absolutamente al margen de las intenciones de los deudos.
          Jesús sabe muy bien el modo de ser de su madre. Y sabe también (hace poco lo ha comprobado) cuál es el pensamiento de aquellos “hermanos”. Y con una respuesta que abarca mucho más de lo que aparece a primera vista, responde: ¿Quiénes son mi madre y quienes son mis familiares? El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Paseó la mirada por el corro de sus oyentes y siguió hablándoles, porque esa era en ese momento la voluntad de Dios.
          Por otra parte, había definido perfectamente a su madre. Su madre había sido siempre la mujer atenta a la voluntad de Dios. Por tanto esa era su madre. Los demás parientes tenían que pensar qué motivo les traía y qué pretensión tenían. Porque él estaba haciendo en ese momento lo que tenía que hacer y no iba a dejarlo por unos lazos afectivos. Tiempo habría para todo, y –desde luego- para mantenerse en su misión sin los reclamos que podían surgir por lazos de distinto origen. Y bien sabía que su madre estaba en esa onda.

          Pienso que más de una vez tendríamos que recurrir a este momento de la vida de Jesús. Los afectos son capaces de sacarnos de nuestro centro y perdernos en aspectos afectivos, que –por esos mecanismos de autodefensa y justificación- podemos confundir con espirituales. El “contraste” que hemos de utilizar (la piedra de toque) es si “aquello” que buscamos es realmente libre de afectos o desafectos, y sólo deseado, buscado y practicado porque lo vemos como voluntad de Dios.

          Otra consideración que me surge ante este hecho evangélico es con qué facilidad podemos pretender embarcar a alguien en nuestros propios modos de pensar o de hacer. Aquellos familiares de Jesús “manipularon” (posiblemente) a María para forzar la situación y sacar sus planes adelante. No es nada raro que en una discusión familiar  pretenda una parte acogerse al “favor” de una persona espiritual para obtener un fin (en contraposición con la otra parte). Es una experiencia vivida muchas veces: “Padre: dígale a… que…” (y eso que se quiere es que el “Padre” defienda ese punto de vista). No es noble la petición, no es noble la postura.


          Por eso me dice mucho este evangelio de hoy, que parece tan simple (o que incluso “escandaliza” a algunos por la postura tomada por Jesús, aparentemente despreciativa hacia su madre). La cosa tiene mucho más meollo, y yo invito a pensarlo en el propio interior.

1 comentario:

  1. ¡Claro que la cosa tiene meollo..! Jesús trata a los que acuden a Él como hermanos. Él es el Cordero sin mancha que viene a salvarlos, es la VÍCTIMA que se ofrecerá al Padre por todos., ha venido a salvar a los pecadores; ha buscado colaboradores, todos lo somos, a todos nos necesita para que se lleve a término el Plan de Salvación del Padre y Él le dice"Aquí estoy , oh Dios para hacer tu voluntad".Los más cercanos temen por su vida y temen por su porvenir, si realmente es un profeta. El problema no es la familia o la amistad. El problema es querer un trato excluxivo, no querer compartir la relación de amor; no estar puestos en la Oración y en la vida comunitaria; no conocer a Dios lo suficiente, fruto del trato continuo con Él, obstáculos que les impiden sentirse muy amados por Dios porque si lo amaran como Padre, nadie les estorbaría...

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