martes, 24 de febrero de 2015

24 febrero: La Cena, según Marcos

LA CENA PASCUAL
En las primeras horas de la tarde, Jesús dice a los diez que ya marchan a Jerusalén. Se despide Jesús de sus amigos María, Marta y Lázaro (que también irían a Jerusalén poco después que el grupo de Jesús. Había en aquella despedida un algo distinto que otras veces. Jesús llevaba un halo de misterio y en su semblante se traslucía que algo estaba por suceder que no hacía aquella despedida como las demás.
            Jesús y los suyos emprendieron el camino de Betania a Jerusalén. Muy pronto se vio que no iban en bloque. Jesús caminaba más en solitario. El grueso de los apóstoles seguía después, unas veces agrupados, otras en pequeños grupos. Y Judas se mantenía aparte, sin entablar conversación con nadie, como ensimismado en un pensamiento. Eso mismo provocaba los comentarios por lo bajo de aquellos compañeros. Jesús hacía por tomar contacto con unos o con otros o con el mismo Judas, pero allí se topaba con un silencio tenso. Y bien que lo advertía el grupo que, entonces, se unía más al Maestro para preguntarle, extrañados, qué le sucedía al compañero.
Así llegaron a la Ciudad. Jesús se dirigió con paso firme hacia la casa en que sabía que estaba ya todo preparado. Saludó el dueño del lugar sin interferir en la marcha del grupo, y se alegraron los dos apóstoles que habían servido de avanzadilla, y que ya esperaban a la puerta.. Jesús entró delante, seguido de los Doce, y los fue acomodando en sus respectivos divanes. Luego se dirigió al suyo y guardó un silencio de transición, y comenzó la Cena con todos los rituales propios del caso. Comían con su sentido de recordatorio festivo de aquella otra pascua de hace siglos… Luego, mientras comían,  expresó solemne y doloridamente algo que llevaba clavado en su alma: En verdad os digo que uno de vosotros, el que come conmigo, me entregará. Se hizo un silencio que se cortaba. Había sido una bomba impensable. Y empezaron a entristecerse, y uno tras otro fue preguntando con un hilito de voz que apenas le salía…: “¿Acaso soy yo?” Ya no se fiaban ni de sí mismos. Jesús aclaró más: Uno que moja su bocado en el mismo plato que yo. Sí: pero eran varios. ¿Quién era realmente? ¿Cómo podía ser? Judas no se dio por aludido y siguió con su rostro de pedernal aguantando mecha. Y Jesús pronuncia entonces un anuncio de maldición que podría hacerle volver en sí: El Hijo del hombre se va, como está escrito; ¡pero ay de aquel por cuyas manos el Hijo del hombre es entregado!  Más le valdría no haber nacido. Era una afirmación terrible, porque no haber nacido era la maldición más grande que podría sobrellevar una persona, en una cultura en que la vida era un don de Dios.
No sabemos lo que vino después. Parece evidente que Judas salió. O bien él pidió marcharse con cualquier pretexto, bien Jesús le encargó algo… Quedaba truncada la Cena pero era necesario para poder seguirla en profundidad religiosa. Judas allí era ya una pieza desencajada y él mismo era muy consciente de ello. Por eso su marcha dejaba como un respiro profundo en todos, que habían pasado unas últimas horas muy difíciles junto a aquel compañero.

Y la Cena continuó en sus diversas partes rituales. Con algo de aire fresco que se dejó sentir aunque nadie dijera nada.

1 comentario:

  1. Liturgia del día
    Es muy breve en las Lecturas, Cierto que Marcos no explicitó las tentaciones, pero ahí queda –en la mente de todos- aquella respuesta de Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hoy engarza la 1ª lectura –Is 33, 10-11- con esa importancia capital de la Palabra de Dios, que es como nube que descarga su lluvia sobre los campos y los empapa y fecunda y luego se evapora: ha dejado vida en la tierra y vuelve hasta el cielo para llenarse de nuevo y volver a fecundar la tierra. Nunca vuelva vacía. ¡Pues así es la Palabra de Dios!: siempre deja su fecundidad en los que la escuchan, y siempre regresa a Dios con unos frutos y nuevas posibilidades de donación.
    Una Palabra sobre todas surge en el Evangelio de hoy (Mt 6, 7-15): nada menos que la expresión con que el discípulo de Jesús puede dirigirse a Dios…: llamarle PADRE… ¡Esa palabra nunca puede quedar vacía! Ni aquí abajo, ni allí arriba. Porque quien llega a llamar PADRE a Dios, ya ha quedado sanado. Y el Corazón del Padre vuelca su mirada hacia tantos hijos que le alaban y piden su voluntad y su reino…, y le suplican el pan diario, la fuerza ante la tentación, y la protección del mal, o más aún, del maligno.
    Esa palabra que ha bajado del Cielo, enseñada por el mismo Jesús –como nube fecundante-, no regresará vacía ante el Corazón de Dios

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